Historia del Opus Dei en El Salvador

Breve historia

Mabel, Marta, Ana Marina y Concha Marina

Comienzo de la labor en El Salvador.

Después de iniciarse la labor en Guatemala, el interés de San Josemaría por comenzar en El Salvador se plasma en la primera estancia de don Pedro Casciaro (agosto de 1953). Nada más llegar a San Salvador, llamó por teléfono al ingeniero Roberto Simán, uno de los pocos salvadoreños que conocía. Roberto le invitó a almorzar con su familia y –en ese encuentro- su hermana Margoth quedó muy impresionada con don Pedro y con el panorama apostólico que presentaba para los cristianos corrientes. Roberto y sus amigos facilitaron el comienzo de la Obra en El Salvador. Margoth pedirá la Admisión en Madrid (12 de marzo de 1955). Es la primera Numeraria del país.

El 8 de septiembre de 1958 llegó el sacerdote español don José Reig a San Salvador, desde Guatemala acompañado por don Antonio Rodríguez – en ese entonces Vicario Regional-, Gabriel Siri –cuñado de Roberto- y un amigo: Federico Barillas. Unos días después, el 16 de septiembre de 1958, llegó otro sacerdote español, don Antonio Linares. Ese mismo mes pidieron la Admisión como Supernumerarios, Roberto, el 14, y el 24, su amigo Federico.

Don José y don Antonio comenzaron, como en otros países, sin medios económicos. Fueron conociendo amigos y alquilaron una casa en la Avenida Doble Vía nº 7 donde se instalaron el 2 de octubre de 1958, día en que la Obra celebraba el 30 aniversario de su fundación. El 5 de agosto de 1959 llegó, de Barcelona, Luis Capdevila, fiel Numerario de la Prelatura y el 12 de mayo de 1960, procedente de México D.F. Fernando Zúñiga, otro Numerario, que sería el primer director de la Residencia para universitarios Doble Vía. El 12 agosto de1960 pidió la Admisión el primer Numerario salvadoreño: Rutilio Silvestri, quien había conocido la Obra en México. El segundo en pedir la admisión como numerario será José Roberto Aguilar, quien tiempo después recibe las Ordenes Sagradas y por tanto es el primer Numerario salvadoreño ordenado sacerdote. El 24 de octubre de 1962 comenzaron un club para estudiantes de colegios: el Club Sherpas. El 31 de diciembre de 1962 trasladaron Doble Vía y el Club a un edificio más grande, en el nº 3031 de la misma Avenida, hoy conocida como Alameda Roosvelt.

El comienzo de la labor estable con mujeres tiene una historia un poco posterior. Ya en 1960 se hacían viajes desde Guatemala y para ello viajaban María Emma Botero (colombiana) y la primera Numeraria guatemalteca, María Elena Palarea. El 27 de diciembre de ese año pidió la Admisión Marta Mancía Luna que ya tenía dirección espiritual con el sacerdote Numerario don Juan Aznar. Sería la segunda Numeraria del país, después de Margoth Simán, como quedó dicho más arriba; y el 30 de agosto de 1962, Margarita Arévalo, pidió la Admisión. Será la primera Agregada. Atendían a la incipiente labor las señoras Ana Marina Escolán de Gasteazoro y Mabel Bustamante de Aguilar. Pidieron la Admisión como Supernumerarias el mismo día: 9 de marzo 1961. El 25 de julio de 1962 llegan tres Numerarias para establecerse permanentemente: María Emma Botero y María Elena Palarea que era quienes viajaban desde Guatemala desde 1960, y a quienes se les sumó Aurora Peiro (mexicana) y las 3 primeras Numerarias Auxiliares: Sinda Cruz, Leo Alvizurez y María Emilia Hernández, todas guatemaltecas. Se instalan en lo que sería el primer centro de mujeres del Opus Dei en El Salvador: el Centro Cultural Izamar que se ubicaba en la 17 Avda. Norte n° 119 de San Salvador. En octubre pidió la Admisión, como Supernumeraria, Concha Marina Samayoa de Aguilar.

Con fecha de 15 de enero de 2015, el Prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, desmembró de la circunscripción de América Central Septentrional el territorio de El Salvador, y ha erigido en área de nuestro país una Región con el mismo nombre.

Antes de los comienzos de la labor estable en El Salvador y la relación de San Josemaría con algunos salvadoreños

Antes que comenzara la labor en El Salvador, San Josemaría conoció, en el Patronato de Enfermos -una iniciativa caritativa de Madrid- durante el verano de 1929, a un joven sacerdote salvadoreño, Rafael Fernández Claros. «Me bastaron unos momentos –dice el salvadoreño- para apreciar en todo su altísimo valor el tesoro de santidad que cuidadosamente guardaba aquella delicada alma sacerdotal». Esa intimidad se mantuvo viva durante años con un pacto espiritual sacerdotal de mutua oración. (Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, Madrid, RIALP, 2003.).

San Josemaría, además está ligado a El Salvador antes de que comenzara la labor estable en el país, porque durante la Guerra Civil Española se refugió en el Consulado de Honduras, cuyo cónsul era D. Pedro Jaime de Matheu Salazar, salvadoreño.

Otro ilustre salvadoreño al que conoció San Josemaría fue Monseñor Oscar Arnulfo Romero, conoció y apreció el espíritu del Opus Dei. Desde la década de los sesenta, Mons. Romero quien mantuvo una estrecha amistad con don Juan Aznar y con Mons. Fernando Sáenz Lacalle, que durante un tiempo fue Vicario Delegado del Opus Dei en el país y luego sucesor de Mons. Romero como obispo en la Arquidiócesis de San Salvador. Esta amistad duró hasta el mismo día de su asesinato el 24 de marzo de 1980. En 1970 Mons. Romero conoció y conversó en Roma con San Josemaría. “El Padre le atendió con gran afecto y puso los medios para que le ayudaran a descansar durante aquellos días romanos, porque conocía bien la situación de tensión que se vivía en El Salvador." (Antonio RODRÍGUEZ PEDRAZUELA, Un mar sin orillas, Madrid, RIALP, 1999, p.253). El 12 de julio de 1975 Mons. Romero, escribió una carta al Papa pidiendo la beatificación y canonización de Mons. Escrivá de Balaguer. Allí dice que tuvo la dicha de conocerle personalmente: “y de recibir de él aliento y fortaleza para ser fiel a la doctrina inalterable de Cristo y para servir con afán apostólico a la Santa Iglesia Romana (…) Mons. Escrivá de Balaguer supo unir en su vida un diálogo continuo con el Señor y una gran humanidad: se notaba que era un hombre de Dios y su trato estaba lleno de delicadeza, cariño y buen humor. Son muchísimas las personas que desde el momento de su muerte, le están encomendando privadamente sus necesidades" ( Antonio Rodríguez Pedrazuela, ibídem).