Evangelio (Lc 5, 33-39)
Pero ellos le dijeron:
—¿Por qué los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones, y lo mismo los de los fariseos y, en cambio, los tuyos comen y beben?
Jesús les respondió:
—¿Acaso podéis hacer ayunar a los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Ya vendrán los días en que les será arrebatado el esposo; entonces, en aquellos días, ayunarán.
Y les decía también una parábola:
—Nadie pone a un vestido viejo un remiendo cortado de un vestido nuevo, porque entonces, además de romper el nuevo, el remiendo del vestido nuevo no le iría bien al viejo. Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos; porque entonces el vino nuevo reventará los odres, y se derramará, y los odres se perderán. El vino nuevo debe echarse en odres nuevos. Y ninguno acostumbrado a beber vino añejo quiere del nuevo, porque dice: «El añejo es mejor».
Comentario
El evangelio de hoy nos recuerda una controversia de algunos fariseos con Jesús. Justo antes, Lucas ha hablado de la vocación de Mateo y de la comida que organiza en su casa. Los fariseos habían echado en cara a los discípulos de Jesús haber comido con publicanos y pecadores y de romper las tradiciones, pero Jesús les había confiado que los que necesitaban médico eran los enfermos.
Esta actitud de los fariseos, aparentemente producto del celo por la ley, desvela, por un lado, falta de conocimiento del sentido de la ley y, como se ve por los evangelios, falta de rectitud de intención. Para esos fariseos, el ayuno tenía un valor absoluto en sí mismo. Ahora bien, ellos también modificaban esos ayunos en ocasiones especiales. Jesús les hace ver que el “esposo” está presente. El “esposo” es él mismo. Él es el mesías, él va a desposar a la Iglesia. El ayuno tiene un sentido, un contexto de penitencia, y ahora, mientras él está con los discípulos, es tiempo de alegría.
Aquellos fariseos no reconocían en Jesús a nadie importante. Nuestras obras manifiestan lo que hay en nuestro corazón. Si vamos a misa y tenemos fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, llegamos a la hora, nos presentamos con elegancia, participamos activamente, nos comportamos con respeto. Las cosas grandes han de ser celebradas. También con banquetes que sean una auténtica acción de gracias a Dios, que ha hecho los alimentos para nosotros, y con los que ha querido decirnos que la vida del hombre es siempre un regalo de alguien que nos ama y es generoso.
Las últimas palabras del evangelio nos animan a profundizar en la novedad de la presencia de Cristo entre nosotros. El ayuno, práctica tradicional judía, es bueno, y los cristianos lo vivimos con ese buen espíritu, pero a lo que aspiramos es a un tiempo de alegría, en el que el ayuno haya perdido su sentido porque ya viviremos con Dios para siempre.