Una revolución cristiana del espíritu

Extracto de un artículo publicado en Hermosillo, Sonora, México con motivo del aniversario de la fundación del Opus Dei

San Josemaría Escrivá de Balaguer en Roma, 5 de enero de 1970

Fue la otoñal mañana del 2 de octubre de 1928, mientras hacía unos ejercicios espirituales en Madrid, España, cuando san Josemaría Escrivá de Balaguer tuvo la inspiración divina de fundar el Opus Dei.

Aquel joven sacerdote, de apenas 26 años, comprendió que Dios quería que muchos hombres y mujeres de todas las lenguas, razas, nacionalidades y condiciones sociales encontraran en su trabajo ordinario habitual, su camino de plenitud de vida cristiana.

Es decir, que a partir de ese día y por voluntad divina se abría un nuevo camino de santidad en medio del mundo: profesionistas, campesinos, obreros, amas de casa, intelectuales, artistas, etc., podrían aspirar a la santidad sin salirse de su sitio, en su ámbito laboral y familiar.

San Josemaría Escrivá de Balaguer en Roma, 5 de enero de 1970

¿Qué cambiaba entonces en ese trabajo? El modo de realizarlo. Lo que el señor le hacía ver a san Josemaría es que ese trabajo se debería realizar por amor a Él, con la mayor perfección posible, sin defectos, comenzándolo con ilusión, luchando por ser eficaces y constantes, ofreciendo con fortaleza las normales contrariedades de cada jornada y terminándolo bien, hasta sus últimos detalles.

Para los casados, también, los deberes familiares de los padres, de los esposos, son también un campo de santificación específico. Esta doctrina fue, posteriormente, sancionada y confirmada por el Concilio Vaticano II en diversos documentos conciliares como: “Lumen Gentium” y “Apostolicam Actuositatem”.

La otra dimensión de la espiritualidad del Opus Dei es el anhelo de salvar a todas las almas.

Escribía san Josemaría: “Me parecen muy lógicas tus ansias de que la humanidad entera conozca a Cristo. Pero comienza con la responsabilidad de salvar las almas de los que contigo conviven, de santificar a cada uno de tus compañeros de trabajo o de estudio... Esta es la principal misión que el señor te ha encomendado” (Surco, 953).

Se trata, pues, de un apostolado eminentemente laical, desde la entraña misma de la actividad profesional. Allí es donde se encuentra el lugar donde los cristianos pueden ayudar a que sus colegas se acerquen a Dios, con base en ese trato de amistad y confianza, partiendo del prestigio profesional con el que se realice ese trabajo.

Hace unos días leía un pensamiento de san Josemaría sobre el papel de los cristianos en el mundo que me impresionó por su profundidad: “Si los cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe se produciría la más grande revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende también de cada uno de nosotros! Medítalo” (Surco, 945).

El Fundador del Opus Dei afirmaba que la misión de los cristianos no sólo se circunscribe a su actuación profesional o familiar, sino que, como una consecuencia lógica, debe impregnar todos los ámbitos donde se mueve en las estructuras temporales, en la vida social, cultural, deportiva, artística, del entretenimiento, etc., y debe tener la santa ambición de cristianizar esos ambientes.

En los últimos años, el Opus Dei se ha desarrollado por países de Europa central y oriental, como Polonia, Repúblicas Checa, Eslovaquia, Croacia, Eslovenia, Hungría, Lituania, Letonia, Estonia, Finlandia; en otros países de África, como Camerún, Costa de Marfil, Sudáfrica, Uganda; en el extremo oriente, como Hong Kong, Taiwán, Kazajkistán, Japón, Filipinas, etc. Lo que personalmente me sorprende es que en todos estos países, los miembros de la Obra y sus amigos que se acercan a los medios espirituales de formación han comprendido plenamente la hondura de la llamada a la santidad en medio del mundo, en su trabajo y en sus deberes familiares y sociales. Sin duda, otra prueba de la divinidad de esta obra de Dios.

Raúl Espinoza Aguilera. El Expreso, Hermosillo, Sonora