Una familia: cinco en la Tierra y dos en el Cielo

Dios escribe derecho en renglones torcidos y teje tapices con nudos claros y oscuros. De cerca, no se distingue bien la obra de arte; es necesario verla desde arriba. Para la familia de Alejandro y Adriana, los hilos de su tapiz se han entrecruzado formando caminos insospechados: los más impresionantes, los más ricos, los que han estado más llenos de cariño.

Alejandro y Adriana se conocieron en la universidad. Ella estudiaba Administración; él, Derecho. Graduación y boda. Algunos meses después, iban camino a Pamplona, España, para estudiar un posgrado en la Universidad de Navarra. Ese fue el inicio de su aventura, con sus claros y oscuros.

Cuando nos preguntan, siempre decimos que tenemos siete hijos.

«En Pamplona, nos embarazamos y perdimos a nuestro primer bebé». Fue un aborto espontáneo. En un país extraño, la prueba fue dura, «la más dura que habíamos enfrentado hasta ese momento». Los amigos que habían hecho en España los ayudaron, y su matrimonio salió fortalecido. Poco después regresaron a México, con un hijo en el Cielo y una bebé en camino. Valentina nació meses después, y le siguieron José Pablo, María Inés, Natalia, Isabel y Josemaría. «El bebé que perdimos en España es parte de nuestra familia. Cuando nos preguntan, siempre decimos que tenemos siete hijos, porque en realidad es así».

Alejandro, Adriana y su familia

«Nuestro matrimonio ha sido una aventura apasionante: Dios nunca se ha dejado ganar en generosidad y nos ha llevado por caminos insospechados». Uno de esos caminos fue la historia de Isabel. «Era nuestro quinto bebé y el embarazo fue de altísimo riesgo. El doctor estaba muy preocupado», recuerda Adriana. Al final, todo salió muy bien, y los cuatro hermanos mayores recibieron a su nueva hermana con inmensa alegría. «Después del susto, estábamos muy agradecidos con Dios».

Era muy especial; tan especial, que Dios la quiso pronto con Él.

Isabel era una niña encantadora, piadosa y cariñosa. «Cuando sus hermanos se peleaban, ella –a sus tres años– corría por una imagen de la Virgen y la ponía en medio de todos, como si dijera: “A ver si se atreven a pelear frente a Ella”. Cuando rezábamos el rosario en familia, ella pedía guiar el primer misterio, porque siempre se quedaba dormida después del tercero». Era muy especial; tan especial, que Dios la quiso pronto con Él.

Fue el día del padre, el 19 de junio de 2016. Todos estaban en Guadalajara para una comida familiar. Alejandro y Adriana, acompañados por sus tres hijos mayores, fueron a misa por la mañana. Ahí, el sacerdote les preguntó si podían llevar las ofrendas al altar durante el ofertorio. «Recuerdo que, mientras lo hacíamos, el sacerdote nos dio la bendición a cada uno de nosotros. Lo que no sabíamos era que el Señor nos pediría una nueva ofrenda en pocas horas».

«Todo fue muy rápido. Estaba toda la familia en la comida: abuelos, tíos, papás, hermanos. No supimos qué pasó; de repente, tuvimos que sacar a Isabel del fondo de la piscina». Maniobras de primeros auxilios. Llamadas a la ambulancia. Rezos. «Ese día, los servicios de ambulancia no llegaron. Tuvimos que salir a la calle para pedir un taxi, con la niña en brazos, para llevarla al hospital».

Parecía no ser real. «En mi interior, decía: “no va a suceder; Dios me la va a dejar porque se lo estoy pidiendo”», recuerda Adriana. Alejandro rezaba: «Señor, te ofrezco mi vida, pero preserva la de ella si es lo que Tú quieres». Silencio. Ese día, Isabel terminó de celebrar a su papá desde el Cielo.

«Es el infierno en vida. No hay palabras que puedan describir lo que experimenta una madre o un padre al perder un hijo». Humanamente, es imposible. Pero Adriana sabía que no estaba sola: «Sacar la ropa de Isabel, sus juguetes, su cama… Todo fue muy doloroso. Recuerdo que tomé una imagen de la Virgen y, mientras le prendía una vela, le dije: “Tú lo viviste también: recogiste la ropa de Jesús, la doblaste, guardaste Sus cosas. Tú me tienes que enseñar y ayudar a hacerlo también”. Tengo la seguridad de que María estuvo ahí, acompañándome».

«Fue una caricia del Cielo: Dios me hizo ver que Él estaba detrás».

«Dios me lo pidió el día del padre. Sabía que eso tenía que significar algo». Alejandro descubrió en ese detalle un regalo: «Fue una caricia del Cielo: Dios me hizo ver que Él estaba detrás». La vida siguió, poco a poco. Adriana se apoyó totalmente en la Eucaristía. «Todos los días, mi visita al Santísimo era una visita al Cielo y, por lo tanto, un encuentro con mi hija».

Isabel iba a cumplir cinco años cuando se fue al Cielo.

«Isabel está en el Cielo. Tenemos una hija santa». Alejandro y Adriana sintieron el abrazo de Dios en esa certeza. «Eso nos trajo una alegría increíble a toda la familia. El que mis hijos estuvieran seguros de que tenían una hermana en el Cielo fue lo que nos permitió salir a flote». Tres años después, llegó Josemaría. «Un hijo no puede suplir a otro, pero la llegada del bebé nos ayudó a descubrir la mano de Dios en todo. Fue una alegría inmensa».

«Hemos aprendido a decir: “Lo que Tú quieras, nosotros también lo queremos”».

Este año, Adriana y Alejandro cumplirán 20 años de casados. «En este tiempo, yo puedo decir que Dios nos ha querido demasiado: nos ha privilegiado con la caricia tan grande de tener una intercesora en el Cielo, una línea directa; nos ha enseñado a abandonarnos en Sus manos. Hemos aprendido a decir: “Lo que Tú quieras, nosotros también lo queremos”». Y para Adriana, no solo es una caricia, sino un regalo: «Yo me siento muy privilegiada de que Dios me eligió para ser mamá de Isabel para toda la eternidad, porque sé que aunque ahora no está físicamente conmigo, siempre voy a ser su mamá». Familia para toda la eternidad. Por eso, «el futuro de la humanidad hoy se juega en el hogar de cada familia», afirma Alejandro.

«Todo aquello en que intervenimos los pobrecitos hombres —hasta la santidad— es un tejido de pequeñas menudencias que pueden formar un tapiz espléndido de heroísmo» [1]. Adriana sonríe: «estas palabras de san Josemaría siempre han significado mucho para mí». Quizá nosotros únicamente somos capaces de ver nudos y figuras que no se distinguen bien. Algún día, sin embargo, podremos mirar el tapiz de frente y asombrarnos de la obra de arte que Dios ha tejido con nuestra vida. Adriana y Alejandro ya tienen dos hijos en el Cielo, que ya ven el tapiz completo. «Dios sueña con nosotros. Creo que ese es el secreto de la felicidad en la Tierra: ser como Dios nos soñó».


[1] San Josemaría, Camino, n. 826.