Un Rosario por el Mundo. Último día de la novena (Parte I)

Durante nueve días seguidos san Josemaría había ido a la Villa de Guadalupe a rezar por la Iglesia, por la Obra y por el mundo entero. De una u otra forma, cada día estas intenciones fueron saliendo de manera recurrente al igual que la petición por el país en el que se encontraba y que comenzaba a cautivarle el corazón.

En un momento dado, el Padre quiso rezar por la nación mexicana: «deseo ahora pedir por México: por el pueblo, por la jerarquía eclesiástica, por los sacerdotes, por las autoridades civiles. Suplico a Nuestra Señora que proteja la estabilidad de este país y que, sin caer en clericalismos, se mejore la situación de la Iglesia, en la medida de lo posible, de modo que termine la intolerancia legal que hay ahora».

También quiso rezar por quienes hacen posible el trabajo del Opus Dei en México. «Rezo por mis hijas y por mis hijos de México […] también por los Cooperadores, y por los que nos ayudan de una manera o de otra en la tarea apostólica».

Las palabras del Fundador alcanzaban desde el Santuario de Guadalupe a todo el continente: «bajo la cúpula de esta Basílica, en la que se venera tu Imagen Preciosa —¡cómo me enamora!— ponemos la fe de toda América, de norte a sur, para que entre en las almas, permanezca siempre firme y sea grata a Dios y a ti Madre amabilísima».

Don Javier Echevarría recordaba en una carta de mayo de 2008 cómo en aquella tarde del 24 de mayo «san Josemaría nos movió a encomendar las necesidades del mundo entero. Europa, Asia, África, América y Oceanía desfilaron ante nuestros ojos al hilo de las palabras de nuestro Padre, mientras dejamos en las manos benditas de la Virgen las necesidades, preocupaciones y ansias de los millones de personas que pueblan la tierra».

Las notas tomadas por el mismo don Javier, nos ayudan a recorrer ahora los cinco continentes continuando aquella oración que san Josemaría comenzó en Guadalupe mientras desgranaba las Avemarías de los misterios gloriosos del Santo Rosario.

«Ofreceremos el primero por la paz y la tranquilidad de Europa, de ese continente en el que muchas naciones están bajo el comunismo. No quiero guerras y así te lo suplico, Madre nuestra. Reina de cielos y tierra. No quiero guerras porque es el mayor flagelo que Dios puede permitir. […] En Europa falta paz: la paz para poder amar libremente a Dios. Señora, te insisto en mi súplica para que llegue la paz de Cristo a todas las naciones. Y aquí concretamente en esta Basílica renuevo esa petición a ti, Virgen de Guadalupe, Madre de toda la humanidad: regnare Christum volumus! Queremos que reine Cristo en el mundo entero y que sea aceptado y agradecido su reinado».

Tribuna desde donde rezaba san Josemaría durante la novena

Después rezó el Padrenuestro, las diez Avemarías y el Gloria… a continuación la segunda decena: «ofrecemos el segundo misterio a la Virgen de Guadalupe, pidiendo con muchísima fe y con muchísima esperanza que lleve la libertad y la paz de Cristo a los pueblos de Asia. Me viene a la cabeza esa gran nación —grande por tantos motivos—: China […] Rezo para que la semilla que han sembrado tantos y tantos, y la sangre y sufrimientos de muchos, vuelvan a dar frutos cuanto antes. Vamos a amar a ese pueblo y a todas las gentes de Asia y vamos a pedir a la Madre de Dios que haga entrar a esa humanidad por la luz de la paz de su Hijo».

El tercer misterio glorioso quiso ofrecerlo por el continente africano: «hijos míos ahora África. Roguemos al Señor que quiera dar paz y libertad cristianas a África. Mirad que aquella tierra es una carga poderosísima de vitalidad […] Debemos sentir muy hondo que es preciso, que esos hermanos nuestros conozcan a Cristo y le amen. Queremos contribuir, con la intercesión de la Virgen de Guadalupe, a que aquellos pueblos lleguen a tener la paz cristiana y la tranquilidad de Cristo».

El cuarto misterio fue ofrecido por América: «Ofrecemos la próxima decena del Santo Rosario para que Nuestra Madre de Guadalupe obtenga la paz para los pueblos de América, donde muchos se empeñan en que sea en cambio un nido de constante revolución. Aquí ante tu Imagen, yo quiero dejar como un testamento a mis hijos de México: con tu intercesión están obligados a llevar la semilla divina de tu Hijo, a trabajar con amor de Dios y por amor de Dios, desde el norte de este continente hasta la Tierra de Fuego».

Llegó el momento de rezar el quinto misterio: «esta última decena la ofrecemos por los pueblos de Oceanía, donde hay tan pocos católicos y poquísimo clero: ¡tantas islas… y verdaderamente están aislados! Sentimos la necesidad de acudir en su ayuda, porque nos interesan las almas de todo el mundo y porque faltan brazos para atenderlas. […] La tarea apostólica y humana es ciertamente grande, pero contamos con el mandato imperativo de Dios y con la intercesión de Nuestra Señora que es la Reina de la Victoria».

Al terminar expresó: «Nos acogemos a la protección de Santa María, porque bien seguros podemos estar de que cada uno de nosotros, en su propio estado —sacerdote o laico, soltero, casado o viudo— si es fiel en el cumplimiento diario de sus obligaciones, alcanzará la victoria en esta tierra, la victoria de ser leales al Señor, llegaremos después al Cielo y gozaremos para siempre de la amistad y del amor de Dios con Santa María».