Un cura que hace milagros

En este Año Sacerdotal, recogemos una anécdota del Santo Cura de Ars sobre la confesión… y un hermoso perro.

  Un día de otoño de 1852, Francisco Dorel, yesero en Villefranche-sur-Saone, iba con sus amigos camino de Ars. Dorel tenía treinta y dos años, y era muy apuesto. Nadie le hubiera tomado por un peregrino, según iba equipado. Con polainas y fusil en bandolera, silbaba, de vez en cuando, a un soberbio perro de caza. Era que nuestro hombre no quería pasar por un beato en busca de confesor. 

El día anterior, su amigo le había dicho:

-¿Vienes mañana a Ars? Hay allí un cura que hace milagros y que confiesa día y noche. Vale la pena ser visto.

-¿Entonces tú tienes la intención de...?

-¿Y por qué no?

-¡Haz lo que quieras! Oye. Yo iré contigo, pero llevaré mi escopeta y mi perro... Y después de haber visto al "maravilloso" cura, me iré a cazar patos a los estanques de Dombes. Tú, si te place, podrás confesarte.

Los dos viajeros entraron en el pueblo, en el preciso momento en que el Cura de Ars atravesaba lentamente, con su ademán habitual de quien bendice. Francisco Dorel, curioso ante aquel espectáculo, se mezcló con la multitud. ¡Oh sorpresa! Al pasar delante de él, el santo anciano se para y mira alternativamente al perro y al cazador. "Señor –dice con seriedad al desconocido–, sería de desear que su alma fuese tan hermosa como su perro". [...]

Finalmente dio a guardar a la gente del pueblo la escopeta y el perro, entró en la iglesia y se confesó con el Cura de Ars (Trochu, Francis, El Cura de Ars, Ed. Palabra, 15a ed, pp. 361-362).

 A propósito de la Confesión, San Josemaría Escrivá dejó escrito en Camino 309: "¡Mira qué entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios! —Porque en los juicios humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona. ¡Bendito sea el santo Sacramento de la Penitencia!"