Un apóstol de los laicos para tiempos modernos

El autor recuerda cómo, en los años sesentas, conoció la espiritualidad del Opus Dei a través de encuentros con miembros de la Obra y con escritos de san Josemaría Escrivá de Balaguer

Hace unos días leía el reciente libro del Papa Juan Pablo II sobre sus experiencias como Obispo y Pastor Supremo de la Iglesia Católica, titulado: ¡Levantáos! ¡Vamos!. Al abordar el tema de las instituciones y movimientos de los laicos, comenta: “He estado también al lado de iniciativas nuevas, en las que se sentía el soplo del Espíritu de Dios”. Entre ellas, menciona al Opus Dei, que erigió en prelatura personal en 1982, y añade: “En octubre de 2002 tuve la alegría de inscribir en el Registro de los Santos a Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, celoso sacerdote, apóstol de los laicos para tiempos nuevos”(1).

Este comentario me llevó a recordar cuando conocí el Opus Dei. Terminaba entonces mis estudios de bachillerato en Sonora. Era 1968: el año de las revoluciones y revueltas estudiantiles en Francia, México y otros países. Desde las aulas universitarias y desde algunos foros de opinión pública se incitaba a la protesta de los jóvenes en sus diversas manifestaciones. Por esos días cayó en mis manos un pequeño libro titulado Camino. Su autor: Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. En aquellos 999 puntos de consideraciones espirituales, su autor abría nuevos horizontes en la vida espiritual de los laicos e insistía en la necesidad de meter a Dios en el estudio o trabajo cotidiano; de ser un cristiano coherente entre la fe que se profesa y las propias obras; en la importancia de ser generoso y pensar en servir a los demás, y sobre todo –sin duda, lo que más me impactó-, en que la santidad no es un camino de unos cuantos privilegiados o para personas extraordinarias sino un camino abierto para todos los hombres. Todas esas ideas contenidas en aquel pequeño libro, me parecieron más novedosas y “revolucionarias” que las otras revoluciones sociales cuyos ecos flotaban en el ambiente sociocultural de esos años.

Al poco tiempo, en la Ciudad de México conocí una residencia universitaria del Opus Dei en la colonia Condesa. Era una vieja casona sencilla y modesta, pero limpia y ordenada. Vivían allí dos arquitectos, nueve estudiantes y un sacerdote. Dos cosas me llamaron la atención de aquel primer encuentro: el ambiente serio de estudio y la coherencia con que vivían su vida de cristianos, llena de alegría y buen humor. Allí me dieron a leer Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer y me percaté de que muchos conceptos vertidos por el Fundador del Opus Dei en esas entrevistas de prensa, se vivían en aquella residencia con toda naturalidad, como por ejemplo: el buscar tener prestigio profesional -trabajando con intensidad y aprovechando bien el tiempo a lo largo del día-; la lucha por mejorar cada día un poco; el cuidado de las cosas pequeñas; la sincera inquietud por acercar a los demás a Dios. Eran jóvenes comunes y normales, pero con la firme convicción de luchar por ser santos en medio del mundo. Aquello supuso para mí todo un descubrimiento que cambió radicalmente el sentido de mi vida.

El 26 de junio de 1975 –se acaban de cumplir treinta años- falleció el fundador del Opus Dei. La Iglesia ha querido que precisamente este día de su deceso, sea la conmemoración universal de San Josemaría.¿Cuál sería el “secreto” de su mensaje tan innovador? La respuesta nos la da el Papa Juan Pablo II, con las palabras que pronunció el 17 de mayo de 1992, fecha en que lo beatificó en la Plaza de San Pedro en Roma: “Con sobrenatural intuición, el Beato Josemaría predicó incansablemente la llamada universal a la santidad y al apostolado. Cristo convoca a todos a santificarse en la realidad de la vida cotidiana; por éso, el trabajo es también medio de santificación personal y de apostolado cuando se vive en unión con Jesucristo (...). La actualidad y trascendencia de este mensaje espiritual, profundamente enraizado en el Evangelio, son evidentes, como lo muestra también la fecundidad con la que Dios ha bendecido la vida y la obra de Josemaría Escrivá”.

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(1) ¡Levantáos! ¡Vamos!, Juan Pablo II,

Editorial Plaza Janés, 2004, página 109.

Raúl Espinoza Aguilera