Un accidente en el viaje de regreso de Jaltepec a México

Al término de su estancia en el estado de Jalisco, san Josemaría regresó a la ciudad de México en automóvil. En el trayecto paró a comer en Salamanca y poco después, los viajeros tuvieron un accidente carretero.

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En su libro Una nueva partitura, Margarita Murillo recoge los últimos momentos de san Josemaría en Jaltepec: «el miércoles 17 de junio, el Padre regresaba al D.F. Antes quiso vernos. Lo acompañaba don Álvaro. Nos dio las gracias y aprovechó para hacer algunas sugerencias para nuestra vida espiritual y para el trabajo. Al comentarle que una profesionista había pedido la admisión en la Obra después de la última tertulia con él, nos habló de los esmeros que hay que poner en los inicios de una entrega a Dios: hay que comportarse como las madres con sus niños pequeños —agachándose, con los brazos extendidos, como protegiendo a una criatura que empieza a dar los primeros pasos, tambaleándose— a la vez que nos recordaba que lo más importante es perseverar».

Para el viaje de regreso a México, Adrián Galván recomendó a Alberto Pacheco seguir la ruta que bordea la laguna de Chapala, por donde él y don Pedro habían llegado, pues le parecía que podría gustarle más al Padre. Siguiendo el consejo, de Jaltepec salieron hacia Chapala para de ahí continuar a Ocotlán, La Piedad, Irapuato y hacer una escala en Salamanca para comer. Ciertamente disfrutaron del paisaje de la ribera de Chapala, aunque como reclamaría —ya en México—Alberto a Adrián, debido a las reparaciones en la carretera, el trayecto fue un poco más lento.

En Salamanca estaban esperándolos nuevamente a comer en su casa Baltazar Márquez y su familia.

Lola, esposa de Baltazar, escribió unos días después una carta que se conserva en Roma en la que ofrece detalles de esa comida[1]. «A la vuelta [de Jaltepec] también volvió a comer allí [Negromex, Salamanca] y Mercedes Bernal que se enteró [de que el Padre estaría allí] por una serie de coincidencias se vino con nosotros, después de pedir toda clase de permisos. Ya esta vez me llevé al resto de mis hijos menos Loli que sigue en París; Amalín y Balta comieron con nosotros en la mesa. Claudia no, porque es muy pequeña pero también lo vio naturalmente y le dio un marcador que ella le había hecho y unas monedas que yo le di porque me regaló todos sus ahorros para el Padre. Don Álvaro le dijo que las monedas serían para un cáliz. Todos estuvimos felices con esta visita del Padre, Balta, fascinado».

Mayo Abadala recuerda haber escuchado —años después—, que durante alguna de esas dos breves visitas a la ida o a la vuelta de Jaltepec, «Baltazar en un momento le dijo a nuestro Padre que se necesitaba que hubiera muchos más escritos publicados de él […]y que para tener una espiritualidad —para aprender de esa espiritualidad—, se necesitaba leer de ese espíritu», sin duda el comentario habrá tenido algún eco pues, al poco tiempo, saldría la primera edición de Es Cristo que pasa, con algunas homilías del Fundador.

Hasta este momento del viaje y sin tomar demasiada consideración respecto al mal estado de algunos tramos de la carretera, el viaje había discurrido con tranquilidad, sin embargo, todavía quedaban kilómetros para llegar a la ciudad de México y en la carretera pueden ocurrir cosas, como de hecho ocurrieron. Escuchemos la narración recogida en 1978 con los recuerdos de lo que Alberto Pacheco contaba:

«Salimos de Salamanca después de comer y después de pasar un camión había tirados sobre la carretera una reja de fierro y un tanque de acero de buen tamaño, que obstaculizaban totalmente el paso y como estaban en una curva, no fue posible evitar el pegar contra la reja de fierro. El golpe hizo que se desinflara una llanta, y sin ningún peligro, nos pusimos en la cuneta para cambiar el neumático».

El relato continúa: «el Padre y don Álvaro bajaron del coche. Entre don Javier y Alberto Pacheco hicieron el cambio de la llanta. Cuando ya estaba puesta la llanta de reserva, notamos que salía un líquido por debajo del coche. Alberto dijo que era agua, pues habíamos viajado con el aparato de aire frío funcionando; don Álvaro mojó un dedo en el líquido, y también dijo que era agua, y seguimos adelante. Conducía Alberto, y al momento del accidente, el automóvil tenía un poco más de la cuarta parte del tanque de gasolina. Nos pusimos en marcha, faltaban como 25 kilómetros para la próxima estación de gasolina y Alberto comenzó a notar que la gasolina se consumía mucho más aprisa de lo normal, a tal grado que en pocos kilómetros más, el indicador señalaba que se había agotado; el coche, sin embargo, marchaba normalmente, y con el indicador abajo de la señal de vacío, llegamos a la gasolinera. Cargamos 71 litros de gasolina: el instructivo de ese automóvil señalaba que el tanque tenía capacidad de 70 litros».

«Continuamos el viaje y en los siguientes 45 kilómetros que faltaban para la casa, el coche consumió otro medio tanque de gasolina. En cuanto llegamos, lo llevaron al taller, pues la reja había partido la bomba de la gasolina, la cual, tiraba mucha gasolina para el exterior».

Gracias a Dios, el Padre y sus acompañantes llegaron aproximadamente a las siete de la noche a la casa de la Comisión Regional sin novedad alguna. En el vestíbulo ya los esperaban todos los de la casa, incluyendo a don Pedro y Adrián, quienes habían llegado en el otro automóvil una hora y media antes.

En el diario de la Comisión Regional se recoge como don Pedro y Adrián habían «contado que el Padre venía muy contento de Jaltepec; que había visto a muchísima gente; que de Culiacán fueron muchos autobuses especiales rentados exprofeso por gente que iba a ver al Padre»; el Padre mismo corroboraría su estado de ánimo a la mañana siguiente cuando después del desayuno «nos habló un poco de su estancia en Guadalajara; de lo contento que estaba por algunas alegrías había tenido allá».

Todavía quedarían al Fundador varias jornadas en la capital del país antes de dejar México; de ellas se contará en otro momento.


[1] Carta Ma. Dolores Pemartín, 3 de julio de 1970, AGP A.2, 59-3-2.