Teruko Uehara, budista y cooperadora no católica del Opus Dei

Entrevista, en el templo de Ashiya, a Teruko Uehara, ampliamente conocida en Japón por la labor de asistencia que llevó a cabo después del terremoto que azotó a la tierra del sol naciente en 1995.

“Me siento totalmente unido –decía Mons. Echevarría en su carta del 16 de marzo de 2011 en la que pedía oraciones por Japón- con los fieles de la Prelatura del Opus Dei, a los trabajos que se están llevando a cabo para auxiliar a todas las personas y familias que lo necesiten.

Por eso, he pedido a los hombres y a las mujeres de la Prelatura que se encuentran en esa tierra que, bien unidos a sus conciudadanos, además de rezar y de ofrecer sacrificios por la situación actual, no dejen de colaborar en la medida que esté a su alcance en todas las actividades para acudir en auxilio de quienes se encuentren afectados por el seísmo”.

En este tiempo de oración y solidaridad, en el que tantas personas del mundo buscan apoyar al pueblo de Japón, y en el que persiste todavía la incertidumbre acerca de las últimas consecuencias de la catástrofe, hablamos con Teruko Uehara, una cooperadora no católica del Opus Dei.

Teruko Uehara, del templo budista de Ashiya, es una figura conocida en Japón por la gran labor de asistencia y solidaridad que llevó a cabo durante el anterior terremoto de 1995, que tuvo su epicentro en Kobe, ciudad que se encuentra cerca de Osaka y Ashiya, donde está la sede de Seido Langague Institute,  la primera obra corporativa del Opus Dei en Japón.

Uehara, al igual que su hija, fue alumna de este Instituto de Idiomas, al que guarda gran afecto. En Seido conoció la Religión Católica y el espíritu del Opus Dei con más profundidad y se acrecentó su respeto hacia el catolicismo y los católicos; en particular hacia la figura de Juan Pablo II, cuyos escritos conoce y aprecia.

La entrevista se grabó meses antes del maremoto que sacudió el país en marzo de 2011, en el templo budista de Ashiya.

“Este templo –cuenta Uehara- está ubicado en el centro sísmico del gran terremoto que sacudió la ciudad de Kobe el 17 de enero de 1995. Como consecuencia el antiguo templo quedó derruido y tuvimos que reconstruirlo. Fue una experiencia terrible, que nos hizo constatar nuestra debilidad ante las fuerzas de la naturaleza. En aquellas semanas, sin agua, sin luz, sin nada, todos adquirimos conciencia de nuestra pequeñez y de la poquedad de la condición humana.

Una riada de gente buscó refugio en las partes que habían quedado a salvo de este edificio. Eran adultos, niños, ancianos, varones y mujeres, muchos extranjeros, discapacitados... Los acogimos a todos sin acepción de ningún tipo, y formamos una gran comunidad, una gran familia unida por el dolor de una catástrofe, ante la que nos sentíamos como los seres más frágiles de la creación.

Aquello nos unió mucho espiritualmente, porque el hombre no es un simple animal: tiene un alma espiritual y todas nuestras almas se apoyaban entre sí.

Recordé una máxima budista: Los obstáculos son nuestros mejores maestros . La escribí en un papel. Nuestra cultura japonesa nos permite reflejar en unos pocos ideogramas unos conceptos muy profundos, como sucede en la poesía haiku . La gente meditó mucho aquellas palabras, que fueron como un acicate y un estimulo que nos confortaba en las duras horas del invierno que pasábamos hablando y cantando, alrededor de una higuera.

Con el terremoto se derrumbaron las casas y los muros de gran parte de la ciudad, y al mismo tiempo se desplomaron las grandes barreras que habíamos alzado entre nosotros dentro de nuestros corazones. ¡Todas esas barreras se derrumbaron, todas!

Y comenzamos a ayudarnos mutuamente, como hermanos, sin distinción de raza, de religión. Y en medio a esas tremendas privaciones comenzamos a plantearnos las grandes preguntas: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Dónde se encuentra la verdadera felicidad?”