«Soñad y os quedaréis cortos»

Este año, el Opus Dei conmemora 60 años de labor en México. Los primeros fieles de esta institución de la Iglesia Católica arribaron al Puerto de Veracruz el 18 de enero de 1949.

Mons. Pedro Casciaro y san Josemaría Escrivá, en Roma.

En muchas ocasiones le escuché a Mons. Pedro Casciaro (1915-1995) –sacerdote que inició el trabajo del Opus Dei en México, junto con otros profesionales laicos– que allá por las décadas de los años treinta y cuarenta, en España, san Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador de esta Obra de Dios, les repetía con frecuencia a los primeros miembros de esta institución de la Iglesia Católica una frase para abrirles amplios horizontes y que se convencieran de su carácter sobrenatural: «Soñad y os quedaréis cortos».

¿A qué hacían referencia esas palabras? A que el Opus Dei –fundado por inspiración divina, en Madrid, el 2 de octubre de 1928– consistía en la llamada universal a los laicos a santificarse en su trabajo, santificar el trabajo y santificar a los demás con su trabajo. Y que, por ser un querer de Dios, estaban en posibilidades de seguir la llamada vocacional miles de personas de los cinco continentes, en medio de sus actividades cotidianas: mujeres y hombres; solteros y casados; sacerdotes y laicos; jóvenes y mayores; campesinos, obreros y profesionistas de las más variadas especialidades; personas de todas las clases y condiciones sociales esforzándose por poner a Dios en el centro de sus deberes familiares, laborales y sociales. Y que por ello, había que «soñar despiertos» con el desarrollo de la Obra de Dios por todo el mundo, sabiendo que «Dios no se dejaría ganar en generosidad», como les insistía su fundador.

El Opus Dei llega a México

Muy pronto, san Josemaría comenzó a enviar miembros de la Obra para comenzar la labor apostólica en Portugal, Francia, Italia, Irlanda... pero también había que iniciar cuanto antes el Opus Dei en los diversos países de América.

Concretamente para México, San Josemaría eligió a Mons. Pedro Casciaro y a dos profesionistas para abrir camino. En diciembre de 1948, en un pequeño centro de convenciones en el que se impartían diversos cursos y conferencias, llamado Molinoviejo (Segovia), el fundador se despidió afectuosamente de ellos y les dijo: «Les doy mi bendición y una imagen de la Virgen María, es todo lo que puedo darles para comenzar en México». Porque los tremendos apuros económicos por los que estaban pasando eran una innegable realidad, aunque llevada con alegría pues estaban persuadidos de que verdaderamente era una Obra de Dios y esas dificultades, como tantas otras, se superarían con el tiempo. Pidieron algunos donativos y se alojaron en un modesto camarote del trasatlántico Marqués de Comillas. También, san Josemaría les pidió a los viajeros que, desde ese mismo momento, se pusieran bajo la intercesión de Santa María de Guadalupe, pidiéndole por los frutos espirituales y apostólicos en esta nación americana.

Arribaron al Puerto de Veracruz el 18 de enero de 1949, ahora hace 60 años. Se instalaron en un pequeño departamento en la calle Londres, de la colonia Nápoles, en la Ciudad de México. Desde el principio contaron con el afecto y el beneplácito de la jerarquía eclesiástica. A las pocas semanas, el Arzobispo Primado de México, Monseñor Luis María Martínez, quiso celebrar la Santa Misa y dejar –por vez primera– el Santísimo Sacramento en el Oratorio, instalado en la mejor habitación del apartamento. 

Guadalupe Ortiz de Landázuri en Montefalco, México.

De inmediato comenzaron a realizar labor de apostolado con universitarios y algunos profesionistas. Con la gracia de Dios, pronto vinieron las primeras vocaciones: un médico, algunos estudiantes de derecho, arquitectura, ingeniería química...

Al año siguiente, comenzó la labor de las mujeres. Desde Madrid se trasladaron Guadalupe Ortiz de Landázuri, ingeniera química y Manolita Ortiz, historiadora. Además de ejercer su actividad profesional, consiguieron benefactores para instalar una residencia para universitarias en la calle Copenhague, en la colonia Juárez de la Ciudad de México. También, en poco tiempo, surgieron un buen número de vocaciones mexicanas: una concertista de piano, una doctora dermatóloga, una estudiante de letras inglesas, otra de química, una maestra normalista, una decoradora y varias madres de familia cuyo camino de santificación es ofrecerle a Dios las tareas del hogar y la formación de los hijos...

También, con el tiempo, vinieron vocaciones al Opus Dei de campesinos, empleadas del hogar, obreros, secretarias y personas de las más variadas ocupaciones y oficios. Después comenzaron a desarrollarse diversas labores educativas, sociales y asistenciales, como: escuelas, universidades, centros de capacitación para obreros y campesinos, etcétera. Actualmente hay más de 8 mil miembros de la Obra en México que desarrolla ya su labor en Guadalajara, Monterrey, Culiacán, Hermosillo, Querétaro, Puebla, León, San Luis Potosí, Aguascalientes, Chihuahua, Torreón, Veracruz, Los Mochis, Mexicali, Mérida, etcétera. 

A los pies de la Virgen de Guadalupe

San Josemaría Escrivá en México, 1970.

En 1970, el Señor le concedió a san Josemaría la dicha de visitar México, de rezar –largamente y por un buen número de días– ante la imagen de la Virgen de Guadalupe, advocación por la que tenía particular cariño, y de conocer a muchas de sus hijas y de sus hijos espirituales. Cinco años después, falleció en la Ciudad de Roma y, posteriormente, fue canonizado el 6 de octubre de 2002 por Su Santidad Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro. Su primer sucesor, Mons. Álvaro del Portillo había visitado nuestro país en 1983. Tuvo varios encuentros con numerosos grupos de personas en diversas ciudades del país. Un día tuvo una tertulia en el jardín del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE) en su sede del Distrito Federal. En aquella luminosa mañana primaveral se dieron cita varios miles de personas. Antes del encuentro, desde un segundo piso en que se divisaba a la multitud –materialmente no cabía una persona más– Mons. Del Portillo le preguntó a Mons. Pedro Casciaro: «-Pedro, ¿recuerdas que cuando viniste a México eran sólo tú y dos más, quienes iban a iniciar la labor en México y, ahora, con la gracia de Dios y la intercesión de la Virgen de Guadalupe, la labor apostólica ha florecido entre muchas personas de diversas condiciones sociales y de los puntos más distantes de este querido país?, ¿qué sientes ahora?».

Días después, Mons. Casciaro me comentó que de momento y por la emoción que le había causado la pregunta formulada por don Álvaro, no había sabido qué responder. Pero que, después de llevarlo a su oración personal, concluía: «-Humanamente no tiene explicación, porque no hemos sido más que unos pobres y limitados instrumentos, pero de una cosa sí estoy seguro y convencido: ¡todo ha sido Obra de Dios! ¡hemos “soñado”, pero –en efecto- nos hemos quedado muy cortos!».

Raúl Espinoza Aguilera