San Josemaría y su amor a la Virgen de Guadalupe

Con motivo de la fiesta de san Josemaría (26 de junio), el autor relata la profunda devoción del Fundador del Opus Dei a la Guadalupana y su cariño por México.

La imagen que conmovió a san Josemaría en Jaltepec.

  Este 26 de junio la Iglesia universal conmemora la fiesta de san Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei. Fue un 2 de octubre de 1928, en Madrid, España, cuando este santo sacerdote fundó la Obra de Dios.

 San Josemaría quería mucho a México –al país, a su gente, a sus costumbres y a sus manifestaciones de piedad– y repetía con frecuencia: “Es mucho México” y admiraba la devoción que le tenían a la Guadalupana los fieles, de modo particular, las personas de condición humilde.

 Del 16 al 24 de mayo de 1970, San Josemaría vino a México a hacer una Novena a la Villa de Guadalupe. Le movía su deseo de pedir por la Iglesia, que estaba pasando por tiempos difíciles, después del Concilio Vaticano II. En esa ocasión comentó a sus hijos mexicanos: “Me ha traído a México mi amor a la Virgen de Guadalupe; y después, el deseo de ver a todos mis hijos”.

  Durante nueve días visitó este Santuario Mariano y cada día rezó las tres partes del Rosario –acompañado de otros hijos suyos– y tuvo, en efecto, oportunidad de tener largos ratos de conversación íntima y confiada con la Virgen de Guadalupe. Le decía: “He tenido que venir a México para repetirte, con la boca y el alma llenas de confianza, que estamos muy seguros de Ti y de todo lo que nos has dado. (…) No admitimos más ambición que la de servir a tu Hijo Jesucristo y, por Él y con tu ayuda, a todas las almas. Ahora sí que te digo con el corazón encendido: “¡Muestra que eres mi Madre!”.

 En esa ocasión, estuvo también en un centro de convenciones del Opus Dei en la Laguna de Chapala llamado “Jaltepec”. Allí admiró una pintura de la Virgen de Guadalupe y le conmovió un detalle original: le estaba entregando una rosa a San Juan Diego. Con su característica espontaneidad y sencillez, le comentó a un hijo suyo que le acompañaba: “Así me gustaría morir: que la Virgen me diera una rosa, un beso, y me llevara al Cielo”. 

 Aquella mañana del 26 de junio de 1975, después de tener un encuentro en Castelgandolfo con universitarias de varios países, regresó Roma a su despacho de trabajo. Era el mediodía. Al entrar, como era su costumbre, miró una copia de esa misma imagen de la Virgen de Guadalupe, que había querido colocar en un lugar destacado de su oficina y, a continuación, de forma inesperada falleció de un infarto. Tal y como era su deseo, se lo había llevado la Virgen de Guadalupe, después de mirarla con inmenso cariño.

 Uno de sus últimos mensajes a sus hijos mexicanos fue éste: “No dejéis de ir de mi parte a la Villa, decidle a mi Madre que la quiero con toda mi alma, y que a través del corazón de su Hijo, y del suyo dulcísimo, con la protección de Nuestro Padre y Señor San José, quiero también con toda mi alma a mis hijas y a mis hijos de México”.

Raúl Espinoza Aguilera // Somos Hermanos