Sacerdotes a la medida del corazón de Cristo

El secreto del sacerdote del siglo XXI consiste el de estar muy cerca de su modelo y de aquel al que representa: Jesucristo.

El Aula Sacerdotal Esgueva de Valladolid celebró recientemente la XVII Jornada sacerdotal en el Centro Cultural El Rincón, en Tordesillas. Bajo el lema “Año sacerdotal. Sacerdotes a la medida del corazón de Cristo”, intervinieron en el acto el doctor en filosofía Pablo Blanco, profesor de Teología Dogmática en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra y el popular escritor José Luis Olaizola que ha escrito varias novelas protagonizadas por sacerdotes.

Cura-cura

Para el profesor Blanco, ante la crisis de imagen de los sacerdotes, el papa Benedicto XVI propone un nuevo modelo de sacerdote. El llamado santo Cura de Ars: un cura de pueblo que revolucionó la vida religiosa de la Francia posrevolucionaria. El papa alemán no propone el cura-profesor o el cura guerrillero, sino el cura-cura. El que siempre está ahí: celebrando Misa, rezando, confesando, o escuchando a la gente.

El novelista José Luis Olaizola.

Hace falta reformar la Iglesia y la figura del sacerdote -afirmó, siguiendo el pensamiento del Papa-. El secreto del sacerdote del siglo XXI consiste el de estar muy cerca de su modelo y de aquel al que representa: Jesucristo. Debe hacerlo presente en la Eucaristía y en los demás sacramentos, en sus sermones y prédicas, en su cercanía y en el servicio a todos. El sacerdote debe ser servidor o, con palabras de San Pablo: “servidor de vuestra alegría”, como le gustaba repetir al teólogo Ratzinger. En el fondo, el secreto de la reforma que sigue necesitando hoy la Iglesia, la “nueva primavera”, sigue siendo el de los primeros siglos, el del siglo XVI o el de la Francia de la Revolución francesa. Como dijo Benedicto XVI en Alemania, el país de la reforma.

Sacerdotes apremiados por el amor a Cristo

Por su parte, el escritor José Luis Olaizola manifestó que entre los cientos de ejemplos había espigado algunos sacerdotes del siglo XX como propuestas para el XXI. Sacerdotes apremiados por el amor a Cristo. 

Más de sesenta sacerdotes asistieron a la Jornada.

Uno de ellos era el Padre Federico Montealegre al que conoció en el año 95 en el austral archipiélago de Chiloé, en Chile; un inválido que se desplazaba en silla de ruedas para atender a las almas que tenía encomendadas. Vivía en una pequeña cabaña en cuya entrada figuraba un póster gigantesco de san Josemaría Escrivá, al que tenía gran devoción y con quien mantenía “largas conversaciones”. Siempre muy ocupado con su abnegado servicio. La misa fue inolvidable. Después nos comentaría con un convencimiento absoluto “¡Yo soy feliz siempre! Feliz de poder servir a mi comunidad. ¡Soy tan feliz!”.

Otro de ellos fue el franciscano Hilario Sautié, al que conoció en la Habana. Hijo de masón cuyo padre le impidió seguir su temprana vocación sacerdotal. Se casó y enviudó dos veces. Cuando se jubiló a los 64 años fue a ver al rector de la casa central de los franciscanos en Cuba –durante muchos años había sido terciario-. Se ofreció para realizar trabajos manuales. El rector le dijo: “vuelve dentro de una semana, vas a ser presbítero”. Aterrado, entra en el noviciado y tras estudiar cinco años se ordenó sacerdote. Ya tenía 4 hijos y varios nietos. En la modesta y conmovedora fiesta de ordenación, una invitada comentó que aquello parecía una boda. La hija mayor contestó: “Es que es una boda. Mi padre acaba de casarse por tercera vez, pero en esta ocasión no se va a quedar viudo”. D. Hilario respiraba alegría por todos los poros a sus setenta años y, según dijo, a pesar de lo feliz que había sido en sus matrimonios nada era comparable a la dicha de ser sacerdote de Cristo.

Mencionó también a Juan XXIII, quien manifestaba que no recordaba ningún momento de su vida en que no hubiera querido ser sacerdote. Olaizola aludió a su buen humor, contando chispeantes anécdotas sucedidas a lo largo de su vida. “Lo que me parece edificante –señaló el escritor- es su coherencia de vida. Se empeñó en amar a Cristo y consiguió hacerlo con la misma sencillez cuando era un modesto cura, que cuando fue Papa de Roma. Siempre consciente de que su condición de sacerdote estaba por encima de todo”.

Se refirió también a un sacerdote europeo del Opus Dei que se trasladó a realizar su labor apostólica a Nigeria y que desde el primer momento se propuso muy seriamente comportarse como un nigeriano más. Tenía esto tan metido en el alma que cuando tuvo que trasladarse a San Johannesburgo y fue a saludar al obispo, éste le preguntó si en Nigeria había algún problema con la gente que no era de color. Plenamente convencido y ante el asombro del obispo le respondió: “Eminencia, allí somos todos de color”.