Resumen y homilía de la misa en acción de gracias por el 50 aniversario de la visita de san Josemaría a México

Debido a la emergencia sanitaria producida por el COVID-19 la Santa Misa en acción de gracias por el 50 aniversario de la visita de san Josemaría a México se llevó a cabo a puerta cerrada y se hizo una transmisión en vivo para que todos los que así lo quisieran, pudieran participar en ella. Aquí presentamos un breve resumen de la misa junto con el audio de la homilía, la transcripción de la misma y una galería fotográfica.

El 15 de mayo de 1970 es ya una fecha inolvidable en la intensa historia de la obra, y no queremos que se nos olvide. Fue un viernes, igual que ayer, cuando celebró san Josemaría su primera misa en América, en el oratorio de la Comisión Regional, ante una imagen de la Virgen de Guadalupe. ¡Cuántas misas se han celebrado en estos 50 años! Y podemos ya presentar una primera petición al Señor, que nos hagamos cada día un poco más conscientes del valor que tiene la misa, centro y raíz de nuestra vida cristiana.

Pienso que éste tiempo que estamos viviendo nos está ayudando a crecer en amor a la Eucaristía. Así nos enseñó en esos días que estuvo aquí san Josemaría: “Hijos míos, amad a Jesucristo en la hostia santa, amadle mucho. No paséis por delante de una Iglesia sin decir, Jesús te amo”. Y más adelante añadía: “Amad a Jesús en el Sacramento Santísimo de la Eucaristía, y una manifestación será confesaros bien, para que podáis acercaros a Él sin la menor preocupación”.

¿Qué motivo trajo a san Josemaría por primera vez a México desde Roma? Don Javier Echevarría lo dejaba escrito en una carta suya, de mayo de 1995: Fue a Guadalupe para rezar por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes, por todo el pueblo fiel. En este contexto de oración universal, abierta a todas las necesidades de los hombres, pedía, perseverantemente, por el Opus Dei. Por eso, al día siguiente que llegó, fue a la Basílica.

El sábado 16, también un día como hoy, comenzó su novena, que duró hasta el día 24. El primer día permaneció arrodillado en el presbiterio durante más de hora y media, con la mirada fija en el cuadro de la Virgen de Guadalupe. Los días siguientes, pudo ocupar una tribuna lateral, desde donde pudo rezar cerca de la Virgen sin llamar la atención. Fueron nueve días de intensa oración, de petición, de muestras de cariño de un hijo frente a su madre.

¡Qué poder tiene la oración!, y que ejemplo nos dejó san Josemaría, para que tú y yo aprendamos a conducirnos a nuestra madre con esa confianza. Es lógico, por tanto, que nosotros queramos ser continuadores de esa oración. Porque hay mucho porque pedir, hay mucha gente que no conoce a Dios, y para eso estamos aquí, para difundir su palabra, para llevarlo al corazón de mucha gente, para hacer a la gente feliz. Así lo afirma Jesucristo en el evangelio de san Juan que leímos hace un rato: “Si han guardado mi palabra, también guardarán la de ustedes”.

Por eso, Jesús nos pide que seamos cada día más mujeres y hombres de Dios. Que así, en medio de las actividades ordinarias de cada uno, difundamos ese buen olor de Cristo, nos convirtamos en sembradores de paz y alegría.

En un momento de la novena, el padre nos dijo: “Aquí, ante tu imagen, yo quiero dejar como un testamento a mis hijos de México. Con tu intercesión, están obligados a llevar la semilla divina de tu Hijo, a trabajar con amor de Dios y por amor de Dios, desde el norte, norte, de este continente, hasta la tierra del fuego.”

Para poder cumplir con este testamento, necesitamos ser amigos de Dios, personas que hablan con Él todos los días, en cualquier momento, aprendiendo a descubrirlo en todo lo que hacemos.

Quienes tuvieron la dicha de acompañar al fundador durante los 40 días de su estancia en México, pudieron constatar su profunda e intensa vida de oración, y como no perdía oportunidad para sacar punta sobrenatural a los sucesos más simples, como escuchar algunas canciones mexicanas, que le llevaban a pensar en Dios y en la Virgen. Una de las primeras mañanas le cantaron dos canciones, la primera decía: “Gracias, por haberte conocido, por haberme sonreído, por mirarme, por hablarme, gracias por haberme amado tanto”. Y san Josemaría, cuando terminó la canción, dijo: “Gracias hijo mío, porque voy a ir a la Villa, a la Basílica, esta tarde, y ya me has dado tema para una hora de oración. Voy a cantar esos versos con el corazón a nuestra Madre buena.” La otra cantaba: “Cuando quiere un mexicano, no hay amor como su amor, porque lo entrega de veras, sin ninguna condición”, y comentó al final: “Diré a la Virgen que la quiero como un mexicano”, comentó el padre.

Ojalá tú y yo, luchando cada día por aprender a dirigirnos así con Dios, y con su madre, invitemos a Dios a nuestra vida, y lo pongamos en el centro. Esa vida de oración es la que nos lleva a ser lo que Dios nos pide, dejándole actuar a través de nuestra vida.

En otro momento de la novena rezó lo siguiente: “Deseo ahora pedir por México, por el pueblo, por la jerarquía eclesiástica, por los sacerdotes, seculares o no, por las autoridades civiles. Suplico a Nuestra Señora, que proteja la estabilidad de éste país, y que, sin caer en clericalismos, se mejore la situación de la Iglesia. Rezo por mis hijas y por mis hijos de México, numerarios, agregados y supernumerarios, también por los cooperadores, y por los que nos ayudan de una manera o de otra en la tarea apostólica. Rezo por los que no nos quieren, si los hay, rezo para que se den cuenta de que sólo queremos servir a todas las almas, con el fin de lograr que en el mundo entero únicamente haya una raza, la raza de los hijos de Dios”:

Pienso que conocer sus peticiones nos llenan de esperanza, porque son las oraciones de un santo, que seguramente continua, ahora junto con nosotros, desde el cielo. Y además, nos enseñan cómo pedir a Dios en estos momentos difíciles por los que pasamos. Perdón si en esto expreso algo más personal, pero siguiendo la idea de aprender a pedir lo que verdaderamente nos conviene, éstos días le he estado dando vueltas a ésta idea, ¿Qué es lo que ahora nos conviene?, creo en que no hay duda en que hemos de pedirle a Dios, que termine esta pandemia, por la salud de tantos enfermos, por los familiares de esos difuntos que quizá no han tenido la oportunidad de despedirse. Todos volvamos a Dios, porque si aprendemos a vivir con Dios, regresaremos mejores y más preparados, para saber lo que es verdaderamente importante en esta vida, y eso, es que lleguemos al Cielo. Cierro el paréntesis de lo personal, y sigo con la línea de la homilía. Aprender a ser almas de oración, va de la mano con ser agradecidos, Así terminaba la novena san Josemaría: “Quiero agradecer vivamente a mi madre santísima del cielo, la alegría inmensa de estas horas de tertulia que hemos pasado en su compañía, con la imagen suya tan cerca, y deseo decirle que me cuesta arrancar. Han sido unos días tan humanos y tan sobrenaturales, además, hoy terminamos pronunciando, abandonadamente un Fiat, porque Tú no abandonas a tus hijos. Repetid conmigo, cada uno en el fondo de su corazón, con alegría y con paz, hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada, la justísima y amabilísima voluntad de Dios sobre todas las cosas. Amén. Amén. Amén. Santa María de Guadalupe, Asiento de la Sabiduría, Esperanza Nuestra, ruega por nosotros”.

Mientas bajaban la escalera, nuestro fundador, visiblemente contento, comentó: “Qué alegría, al final no le hemos pedido nada. Le hemos dicho llenos de confianza, Fiat.” Y don Álvaro apostilló: “Después de haberle pedido tanto”. Y san Josemaría concluyó: “Nos hemos puesto en sus brazos, ella arreglará todo, estoy seguro de que ya está arreglado en estos momentos”.

Queda claro, y con esto termino, que san Josemaría rezó por ti y por mí, rezó por cada uno de nosotros, para que nos convirtiéramos en continuadores de su oración, y así poder ofrecer, a los largo de los siglos, una continua alabanza para mayor gloria de Dios.

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