Santo Domingo (Republica Dominicana). Ismael Martínez Sánchez
Y a la vez, el descubrimiento de que soy hija de Dios y que mi biografia no es una sucesión de blancos o negros, sino de tonos grises, de pequeñas humillaciones que, bien vistas, sirven para modelar mi carácter y percibir la realidad con otras respuestas.
*****
Tras la marcha de su madre, su hermana repitió el patrón de conducta. ¿Cómo afrontó esa situación familiar?
Tras el shock, ves fantasmas por todos lados. Y necesitaba apoyo. Dentro de casa era imposible. Fuera, una humillación. Cuando mi madre nos dejó y se marchó el 1 de marzo de 2007, empecé a frecuentar la parroquia. También frecuenté más asiduamente Caremi, la escuela de hostelería en Santo Domingo donde el Opus Dei lleva la dirección espiritual. Aunque yo no era de la Obra, el espírititu cristiano del Opus Dei me ayudó muchísimo. Sentía como ese respiro al rezar en casa, en el trabajo, en la Misa. Encontré esa paz espiritual de la que había renegado en mi adolescencia. Descubrí que era hija de Dios en la Misa, que no importa que procedas de un barrio cool o de uno pobre. Sabía que yo vivía en ese mundo marginal, pero que allí –al mismo tiempo– ese era mi mundo para intentar ser cristiana.
Así que cuado iba en la guagua, en el bus, empecé a rezar el rosario porque, de una manera u otra, yo sentía que toda esa situación familiar y personal era “temporal". Que nada hay definitivo salvo la muerte. O sea, que el sufrimiento es ocasional y tenía que afrontarlo con los pies en la tierra y la cabeza en el cielo. Con el coraje de la vida. No me quedaba otra opción. Uno tiene que pasar lucha para valorar la vida.
Supongo que ahora, con perspectiva de unos años, es fácil decirlo pero ¿fue difícil de practicar?
Mi madre dio a luz a mi hermano con quince y a mi con diecisiete años. Por rama materna todas mis primas -casadas o solteras- tuvieron hijos en la adolescencia. Todas fueron madres adolescentes, salvo una que crió hijos a partir de los veintitrés años. Cuando ves cómo el mismo patrón se repite, y se repite, y se repite… Viendo todas las necesidades que pasaban las mujeres de mi familia, yo pensaba en que no podía seguir esos caminos de mi madre y mis tías.
Con diecisiete años, en un clima duro, superficial y relajado hay que ser fuerte. Así que, cuando mi hermana se quedó embarazada, me dije: “Yeraldine, tienes dos caminos: tener novio y vivir la vida –probablemente repitiendo el mismo ciclo sin futuro- o, pisar a fondo el pedal del estudio. En un ambiente permisivo intuía que mi salida era estudiar y trabajar para alcanzar una profesión.
Primero tienes que amueblar la cabeza porque los chicos llegarán. Hay que estar preparada, sin ingenuidades. Pero antes debo tener sueños, ponerme metas, darle un sentido a mi vida. Por eso, quizá entonces me puse por las calles como esos caballos que llevan unos cortinas laterales para que los ojos miren siempre al frente en busca de una meta. Y yo diría que la gracia de Dios me acompañaba de la mano…
Tras la marcha de su madre…
Sobrellevaba la situación. Cuando se fue mi mamá no me quedó más remedio que intentar hacer de cabeza de familia. En cierta forma, sabía que era la madre de la casa porque -aunque mi hermano es dos años mayor- el sentido de protección que damos las mujeres nos hace estar pendiente de que comamos, llevemos ropa limpia y digna... Además, mi hermana estaba con una depresión postparto, había que generar más dinero para la casa, y tampoco mi padre podía pagarme la universidad pública... Así que, cuando mamá nos dejó, empecé a trabajar en la hostelería para ganar unos pesos.
El primer sueldo de su vida con la hostelería y llevar más dinero del que nunca había tenido en el bolsillo debió ser 'una tentación' en el camino…
¡Oh, estaba feliz! [se le ilumina la cara]. Gané dos mil pesos (40 euros) con mi primer mes de sueldo. Iba por la calles, con los billetes en el bolsillo paseando entre cafeterías, tiendas, restaurantes. Como cualquier chica yo quería ir al salón, ponerme bella… Sí, tenía las tentaciones de cualquier chica de diecisiete años. Entonces, en vez de comprarme una blusa que me hiciera falta o unos zapatos, me engañaba pensando que las compraría en las rebajas. Despejaba la tentación hacia el futuro. Esas rebajas nunca llegaron… Las necesidades eran tan básicas que no podía gastar el dinero en mis cosas, aunque también fueran necesarias.
Así que ese dinero del sueldo fue…
Fue un alivio. Un alivio porque sabía que en mi casa lo estaban esperando, que en mi casa lo necesitaban y yo también lo necesitaba. “OK, lo tengo. De todas las necesidades ¿A cuál le voy a dar prioridad? ¿Cuál es la realmente prioritaria en este momento?".
¿Y cuál era?
La necesidad de nuestra casa fue, casi siempre, la comida. Porque yo comía en la Escuela de Hostelería, pero ignoraba qué comían mi hermana y su bebé diariamente… O sea, a veces, ellos no comían. Y si dolía recordar cómo mi papá y mi mamá se separaron en mi juventud, ¿qué sería para ese bebé que desde ya, justamente naciendo, estaba viviendo con unos padres separados sin recursos? Eso, a mí, me ardía interiormente.
“Cuando quieras conocer a una persona no preguntes qué es lo que piensa, sino qué es lo que ama", dice San Agustín. Además de su familia ¿alimentaste otro sueño?
Acudir a la Universidad. Mi mamá se fue de casa el 1 de marzo y el 1 de septiembre tomaba el examen de admisión en la Universidad porque el Gobierno me había concedido una beca que me cubría necesidades básicas. ¡No me lo podía creer! Recuerdo un domingo nublado, con pruebas que comenzaron a las 9:00 y se prolongaron hasta las 19:00. Justo cuando terminé el examen salí agotada a la calle y empezó a llover torrencialmente. Sin dinero para un taxi o una sombrilla para cubrirme, caminé cuatro kilómetros hasta donde tomar un bus económico mientras mi cuerpo estaba empapado. Entonces, una vocecita me decía: “Bienvenida seas a la universidad estatal. Prepárate porque aquí serán pocas las flores que recogerás en el camino. Has sido admitida en Ingeniería Industrial, pero tendrás que ganar la carrera con el sudor de tu frente". Ese era el sueño de mi corazón: llegar a sostenerme y sostener a los míos económicamente. Quizá era la esperanza de mi familia.
¿Qué horario tenías?
Por las mañanas trabajaba, iba a clase por la tardes y estudiaba de noche y durante los trayectos. Me levantaba a las 5.15 porque el trabajo hostelero estaba lejos de casa, pero ahorraba caminando largos tiempos y tomando la guagua para las distancias largas. Antes del trabajo acudía a la Eucaristía de 6.30 en la Parroquia Claret, entre la Avenida Kennedy y la de Churchill.
Empecé a ir a Misa a diario con diecinueve años, pues en octubre de 2008 descubrí que yo estaba llamada a intentar santificarme en esa vida ordinaria como supernumeraria en el Opus Dei. Tras acudir a Misa, el trabajo de hostelería se prolongaba de 7.15 a 13.15. Por la tarde, tomaba mi mochila y caminaba hacia la Facultad de Industriales para las clases. Terminaba la jornada estudiando hasta medianoche.
Si el domingo fue creado para descansar, ¿el sábado fue inventado para el ocio?
El ocio es muy bueno cuando se llena de sentido. Claro que sí. Mis fines de semana eran variados. Además de la diversión, aprendí a compartir tiempo yendo algunos fines de semana con amigas del Opus Dei a hospitales infantiles.
En una tarde de un domingo fuimos al hospital infantil Robert Reid Cabral para entregar unos cuantos dulces y juguetes que habíamos recolectado en Caremi. De repente, quedé fijamente hipnotizada por los grandes ojos torneados amarillentos producidos por los efectos de un medicamento en una niña. A la pequeña le acababan de hacer una diálisis. En el fondo quería abrazarla pero tenía miedo. La niña me miró y extendió su mano. Ante ese gesto no dudé en corresponderle y abrazarle. A partir de aquel día mi interés para los enfermos aumentó mucho, pues si visitas a una persona enferma observas que vivimos egoístamente en nuestras pequeñeces frente a los grandes dolores físicos o morales de otros. En esa niña, veía la grandeza de Dios de los enfermos.
Siendo universitaria, supongo que descubrió otros aspectos sociales y no pasó todos los fines de semana en el hospital…
Claro que no. Con todo mi cariño hacia las monjas, yo no soy una monja. Ya casi al final de la Universidad tuve mi primer novio. Hablamos y establecimos que había que dar 'tiempo al tiempo' para conocernos. Ciertamente no soy la reina de las fiestas. Tampoco lo he deseado en mi vida porque, ni me lo podía permitir, ni es un objetivo relevante. En mis circunstancias, salir con los amigos de fiesta estaba en un quinto o sexto lugar. Yo no me podía dar el lujo de salir, porque antes tenía que sobrevivir.
Además, yo vengo de barrio y sé cómo son algunas fiestas de mi país en el contexto donde vivía, pues en la Republica Dominicana están permitidas las armas… Me gusta la cerveza y la socialización. Pero, hay que ser prudente. Quizá esta vida ni es un valle de lágrimas, ni el paraíso. Cada cosa en su momento, ni por exceso, ni por defecto.
¿Aprendió algo especial en el Opus Dei?
En el Opus Dei he aprendido a conciliar la vida externa con la vida interior y a ser una mujer luchadora e independiente que desarrollas tus talentos personales en la tierra poniendo la vista en el cielo. Aprendí de san Josemaría que hay que vivir un correcto y positivo “materialismo cristiano", una mezcla de sano realismo con ideales elevados. Y eso es lo que intento, aunque no siempre lo consigo.
Semana que viene: (III) COLOR: “Aunque mi biografía estaba escrita en blanco y negro, intento vivir la vida en color"
Semana anterior: (I) Blanco y Negro: ¿Estoy condenada a la oscuridad de mi periferia?