Para ser amigo

«Es el instrumento por el cual Dios nos revela a cada uno de nosotros las bellezas de los demás». Al pensar en su definición de amistad, quizá C.S. Lewis estaría pensando en su buen amigo J.R.R. Tolkien, o en la amistad entre un fauno y una niña en un bosque nevado. ¿Qué es ser un buen amigo? Sería imposible hacer un manual con instrucciones precisas, pero el Papa Francisco nos ha dado bastantes pistas.

La amistad es un amor generoso, que nos lleva a buscar el bien del amigo. Implica saber levantar la mirada para encontrarnos con el otro. Como se trata de descubrir y de querer el bien del otro, la amistad supone también sufrir con los amigos y por los amigos (F. Ocáriz, Carta pastoral 1-XI-2019, n. 8). Un amigo acompaña, anima, comparte: engrandece a la persona, pues acrecienta su capacidad para darse.

Es necesaria la paciencia para forjar una buena amistad entre dos personas. Tiempo y paciencia. A veces, la rapidez con la que vivimos puede llevarnos a olvidar la importancia de un buen amigo: hay que saber “perder el tiempo” con los amigos. Cada persona es única, y es igualmente única cada relación de amistad (F. Ocáriz, Carta pastoral 1-XI-2019, n. 8). Por lo tanto, cada amigo es una aventura de conocimiento mutuo, con sus altas y bajas, sus alegrías y sus penas. Pero, como toda aventura, es una inversión que vale la pena.

Aunque los amigos pueden ser diferentes entre sí, siempre hay algunas cosas en común que los llevan a sentirse cercanos. Una amistad es como una buena película: te invita a aprender de una historia que jamás habrías vivido de no haberte atrevido a mirar a través de los ojos de alguien más. De este modo, nuestros amigos nos ayudan a comprender maneras de ver la vida que son diferentes a la nuestra, enriquecen nuestro mundo interior y, cuando la amistad es profunda, nos permiten experimentar las cosas en un modo distinto al propio (F. Ocáriz, Carta pastoral 1-XI-2019, n. 8).

La amistad no es una relación fugaz o pasajera, sino estable, firme, fiel, que madura con el paso del tiempo. Esta fidelidad se alcanza cuando se está dispuesto a querer al otro tal y como es: no a pesar de sus debilidades y defectos, sino por ellos; no a pesar de su mal carácter o su falta de carácter, sino por esa personalidad que le hace ser quien es. Para esto, es necesario pedir a Dios que nos dé un corazón a su medida; en primer lugar, para llenarme más de Él, y luego para querer a todas las criaturas, sin murmurar jamás, sabiendo comprender y disculpar los defectos de los otros, porque no puedo olvidar cuánto me aguantó Dios a mí (San Josemaría, Notas de una reunión familiar, X-1972).

Es tan importante la amistad que Jesús mismo se presenta como amigo. Él se presenta como el Amigo por excelencia, que nos quiere y acompaña tal y como somos. Sabernos en verdadera amistad con Jesucristo nos llena de seguridad, porque Él es fiel (F. Ocáriz, Carta pastoral 1-XI-2019, n. 3). Esta seguridad nos llenará de alegría, una alegría que compartiremos con los demás, porque la amistad del cristiano desea la felicidad más grande –la relación con Jesucristo– para quienes tiene cerca. Pidamos, como hacía san Josemaría: ¡Danos, Jesús, un corazón a la medida del tuyo! (F. Ocáriz, Carta pastoral 1-XI-2019, n. 23).