"Para lanzarse mar adentro hace falta un corazón enamorado": homilía por la fiesta de san Josemaría en la Basílica de Guadalupe

El sábado 25 de junio de 2022, tuvo lugar la Misa con motivo de la fiesta de san Josemaría Escrivá en la Basílica de Guadalupe, celebrada por el Pbro. Antoni Pujals, vicario general del Opus Dei. Durante la homilía, recordó la enorme confianza que el fundador del Opus Dei siempre tuvo en la Santísima Virgen, y animó a todos los presentes a –confiando en la intercesión de María– "lanzarse" mar adentro.

Con gran devoción estoy participando en esta celebración, en esta queridísima Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, ante esta imagen milagrosa de Nuestra Madre. Traigo el saludo afectuosísimo del Prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, quien me ha asegurado que, desde Polonia, donde ahora se encuentra, se uniría espiritualmente a esta celebración.

«Porque yo en verdad soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos los hombres que vivís unidos en esta tierra».

Aquí, en este lugar, el Señor ha manifestado y sigue manifestando su misericordia a los hombres a través de la Santísima Virgen. Cuando la Virgen se apareció por primera vez a san Juan Diego y le pidió que se levantara un templo, y que aquí cumpliría muchas gracias, le dijo: «Porque yo en verdad soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos los hombres que vivís unidos en esta tierra y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores: que me invoquen, que me busquen, que confíen en mí».

«¿No estoy aquí que soy tu Madre?»

Conocemos muy bien lo que sucedió después, cuando Juan Diego acudió en varias ocasiones al obispo, Fray Juan de Zumárraga, transmitiéndole la petición de la Santísima Virgen para que se edificara un templo, y cómo no le creyó. Mal lo debió pasar san Juan Diego. Y conocemos aquella enfermedad que sufría su tío, y cómo la Santísima Virgen lo buscó, como hace con cada uno de nosotros. La Santísima Virgen le dijo aquellas palabras que también conocemos muy bien, pero que nos ayudan y nos conmueven a cada uno de nosotros: «Mira, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y te aflige. No se turbe tu corazón. No temas esa enfermedad, no te dejes llenar por la angustia. ¿No estoy aquí que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra y mi amparo? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo y entre mis brazos? ¿Qué más has de menester?»

Estas palabras han de llenarnos de una gran confianza, porque también van dirigidas a cada uno de nosotros. Así lo entendió san Josemaría, que fue a buscar en Nuestra Señora toda la ternura de su cariño, toda la fortaleza que necesitaba: iba a buscarla en Dios a través de la Virgen. Siguiendo esta norma de conducta, en mayo de 1970 –contemplando la situación por la que estaba pasando entonces la Iglesia y ante una gran dificultad para encontrar una solución jurídica apropiada para el Opus Dei– decidió venir aquí a la Villa de Guadalupe a postrarse ante esta imagen de la Morenita. Dirigiéndose a Nuestra Madre, en uno de los días de la Novena que realizó en la antigua Basílica, de rodillas y con la mirada fija en esa imagen, dijo: «He tenido que venir a México para repetirte con la boca y con el alma llena de confianza que estamos muy seguros de ti y de todo lo que nos has dado; que estoy muy seguro de mis hijas y de mis hijos, del camino firme que Tu Hijo nos ha marcado».

«He tenido que venir a México para repetirte con la boca y con el alma llena de confianza que estamos muy seguros de ti».

Es un ejemplo para cada uno de nosotros. Si queremos avanzar en nuestro camino de santidad, tenemos que ser muy marianos. Si queremos ser unos buenos hijos de la iglesia, tenemos que ser muy marianos. Si queremos servir a la sociedad en la que vivimos tenemos que ser muy marianos.

A san Josemaría le gustaba considerar aquella escena de la primera pesca milagrosa, en la que Jesús le dice a Simón Pedro: «Rema mar adentro y echa las redes para pescar». Estas palabras nos la dirige también cada día el Señor a nosotros. Dejad a un lado la propia comodidad para salir al encuentro de los demás y transmitir la alegría del Evangelio, la alegría de una vida junto a Jesús, que ha dado su vida por cada uno.

es necesario tener un corazón enamorado, dejar que Cristo sea el centro de nuestra vida.

Para lanzarse mar adentro hace falta audacia, deseos de cambiar el mundo. Pero, encima de esto, es necesario tener un corazón enamorado, dejar que Cristo sea el centro de nuestra vida, de modo que Él sea el único motor de todas nuestras acciones.

El Espíritu Santo que habita en nosotros nos moverá, si se lo permitimos, a remar mar adentro. Es decir, a adentrarnos en esos horizontes apostólicos que se descubren cada día, en la familia –en cada una de nuestras familias–, en los ambientes profesionales, en la relación con nuestros amigos. Y se repetirán los milagros, como señalaba san Josemaría, que harán que también nosotros, con san Pedro, digamos: «¡Apártate de mí, Señor, que soy un pobre pecador!»

Pidamos a san Josemaría que nos ayude a levantar la vista por encima de las ocupaciones diarias que frecuentemente nos llevan a encerrarnos en nosotros mismos y a no ver más allá de los problemas. Pidámosle que reavive en nosotros la conciencia de la misión apostólica a la que estamos llamados por el bautismo; que nos ayude a ver en nuestro alrededor –en la familia, en el ambiente profesional, entre los conocidos y amigos– almas que llevar a Cristo.

«Jesús, almas, almas de apóstol, son para Ti, para Tu gloria».

Decía san Josemaría –y nosotros también le pedimos que nos ayude a recordar–: «Jesús, almas, almas de apóstol, son para Ti, para Tu gloria». Ayúdanos a escuchar la petición imperativa de Cristo que nos llega, que nos pide llevar esa pesca al Señor, especialmente hoy que recordamos y veneramos la fiesta de San Juan Bautista, de ese gran hombre fiel que supo vivir la misión que Dios le había encomendado.

Pidamos a la Virgen que nos ayude a vivir así: confiados en su intercesión.

San Josemaría salió vibrante y enamorado después de estar con la Santísima Virgen; tan enamorado que durante su visita en México manifestó que le gustaría morir mirando una imagen de la Santísima Virgen. Y así fue. En 1975, entró en la habitación donde habitualmente trabajaba, –la habitación donde yo tengo la suerte de trabajar todos los días– miró la imagen de la Virgen de Guadalupe que preside esa habitación, tuvo un paro cardiaco y el Señor se lo llevó a Su presencia. Pidamos a la Virgen que nos ayude a vivir así: confiados en su intercesión, mirándola constantemente para que nos lleve a la presencia de su Hijo, que nos quiere con locura.

Así sea.