«Jesucristo es una persona y el amor que nos acompaña en la vida, no una idea»

“Jesús, tú estás dentro de mí, quiero encontrarte todos los días”. Con esta oración el Papa ha explicado que la verdadera alegría y la evangelización que surge de ella nace del encuentro con Jesucristo.

Queridos hermanos y hermanas,

Después de haber encontrado diferentes testigos del anuncio del Evangelio, quiero sintetizar este ciclo sobre el celo apostólico en cuatro puntos, inspirados en la exhortación apostólica Evangelii gaudium

El primer punto, que vemos hoy, se refiere a la actitud de la que depende la sustancia del gesto evangelizador: la alegría. El mensaje cristiano, como hemos escuchado de las palabras que el ángel dirige a los pastores, es el anuncio de “una gran alegría” (Lc 2,10). ¿Y cuál es la razón? ¿Una buena noticia, una sorpresa, un bonito suceso? Mucho más, una persona: ¡Jesús! Jesús es la alegría. ¡Es Él el Dios hecho hombre que ha venido a nosotros. 

La cuestión, queridos hermanos y hermanas, no es por tanto si anunciarlo, sino cómo anunciarlo, y este “cómo” es la alegría. O anunciamos a Jesús con alegría, o no lo anunciamos, porque otro camino de anunciarlo no es capaz de llevar la verdadera realidad de Jesús.

Es por eso que un cristiano infeliz, triste, insatisfecho o, peor todavía, resentido y rencoroso no es creíble. Este hablará de Jesús pero ninguno le creerá. En una ocasión me decía una persona, hablando de estos cristianos, que son cristianos con cara de “bacalao”, no expresan nada, son así. La alegría es esencial.

Es esencial vigilar sobre nuestros sentimientos. En la evangelización obra la gratuidad que viene de una plenitud, no la presión. Cuando se hace una evangelización —y se quiere hacer pero no funciona—, en base a ideologías, esto no es evangelizar esto no es Evangelio. 

El Evangelio no es una ideología, el Evangelio es un anuncio, un anuncio de alegría. Las ideologías son todas frías, el Evangelio tiene el calor de la alegría. Las ideologías no saben sonreír, el Evangelio es una sonrisa, te hace sonreír porque te toca el alma con la buena noticia.

Si el nacimiento de Jesús, en la historia como en la vida, es el principio de la alegría. Pensad en aquello que les ocurrió a sus discípulos de Emaús, que de la alegría no podían creer. Y los discípulos después, todos juntos, cuando Jesús va al Cenáculo, no podían creer de la alegría. La alegría de tener a Jesús Resucitado. El encuentro con Jesús siempre te lleva a la alegría, y si esto no te sucede a ti, no es un verdadero encuentro con Jesús.

Esto que hace Jesús con los discípulos nos dice que los primeros que deben ser evangelizados son los discípulos. Los primeros que debemos ser evangelizados somos nosotros, los cristianos, somos nosotros. Y esto es muy importante. Inmersos en el clima veloz y confuso de hoy, también nosotros, de hecho, podríamos encontrarnos viviendo la fe con un sutil sentido de renuncia, persuadidos que para el Evangelio no haya más escucha y que ya no valga la pena comprometerse para anunciarlo.

Podríamos incluso ser tentados por la idea de dejar que “los otros” vayan por su camino. Sin embargo, precisamente este es el momento de volver al Evangelio para descubrir que Cristo “es siempre joven y fuente constante de novedad” (Evangelii gaudium, 11). Así, como los dos de Emaús, se vuelve a la vida cotidiana con el impulso de quien ha encontrado un tesoro. Estaban alegres estos dos, porque habían encontrado a Jesús. Y les ha cambiado la vida. Y se descubre que la humanidad abunda de hermanos y hermanas que esperan una palabra de esperanza. 

El Evangelio es esperado también hoy: el hombre de todo tiempo lo necesita, también la civilización de la incredulidad programada y de la secularidad institucionalizada; es más, sobre todo la sociedad que deja desierto los espacios del sentido religioso, tiene necesidad de Jesús. Este es el momento favorable al anuncio de Jesús. Por eso quisiera decir nuevamente a todos: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”.

Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. No olvidemos esto, y si alguno de nosotros no percibe esta alegría, que se pregunte si ha encontrado a Jesús. Una alegría interior. El Evangelio va por el camino de la alegría, siempre. 

El gran anuncio. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar hoy mismo su encuentro personal con Jesucristo” (ibid.,1.3). Que cada uno de nosotros hoy gaste un poco de tiempo y piense: “Jesús tú estás dentro de mí, quiero encontrarte todos los días, Tú eres una persona, no eres una idea, Tú eres un compañero de camino, no eres un programa. Tú eres amor que resuelve muchos problemas. Tú eres el inicio de la evangelización, Tú Jesús, eres la fuente de la alegría”.