Nuevo Pontífice: gran alegría

Antes de conocer al Papa Francisco, las expresiones de alegría habían estallado en todo el mundo porque esas manifestaciones de júbilo surgen de lo que representa el Vicario de Cristo en la tierra: el fundamento visible de la unidad de la Iglesia, el sucesor de San Pedro.

Desde ayer a las 12:00 del mediodía tenemos un nuevo Papa, Francisco, el sucesor 266 de Pedro.

La multitud que llenó la Plaza de San Pedro estalló en aplausos cuando se encendió la luz de la Logia de las Bendiciones, y otro tanto sucedió en tantísimas ciudades, por el hombre que estaba por salir al balcón.

Esa manifestación de júbilo no era para una persona en particular; todavía no sabíamos el nombre. Era para lo que esa persona representa: el Vicario de Cristo en la tierra, el fundamento visible de la unidad de la Iglesia, el sucesor de San Pedro.

Para los católicos de todo el mundo, y de algún modo para todos en cuanto que un Papa se caracteriza por su interés por la causa del hombre, son momentos de alegría.

En días pasados se habló mucho de la pesada carga que sobre sus hombros lleva el Romano Pontífice, y es verdad; sin embargo, también es verdad que cuenta con la asistencia del Espíritu Santo y el cariño y oración de todos los fieles católicos del mundo.

Es el sucesor de Pedro. A éste Jesús se lo encontró un día a orillas del mar de Tiberiades y comenzó pidiéndole que apartara un poco su barca de tierra para predicar a la muchedumbre, y después le rogó que guiara mar adentro (es la escena de la pesca milagrosa), luego le dijo que sería pescador de hombres, y acabó pidiéndole el martirio en Roma.

En un momento dado, Jesús le dijo: en verdad te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

Quizás ese pescador de Galilea no quería venir hasta Roma, quizá habría preferido permanecer en su pueblo, con sus barcas, con sus redes. Pero no, sí fue a Roma y dio la vida por el Señor y porla Iglesia.

Un poco ocurre lo mismo con el nuevo Papa Francisco, quien nos dijo ya que “parece que los Cardenales han ido a buscar al nuevo pontífice al fin del mundo”, y que viene con la intención –también lo señaló– de ser instrumento de comunión y fraternidad entre todos.

Con lo poquísimo que le hemos oído desde la elección ya se perfila como un hombre agradecido, que reconoce la labor hecha por su predecesor Benedicto XVI y pide oraciones por él; un hombre de paz, con capacidad comunicativa y humilde, al pedir ayuda para llevar este ministerio a ejemplo del Supremo Pastor.

Por supuesto, destacan sus demás cualidades humanas de claridad, de fortaleza, de gobierno, que ha demostrado como Arzobispo de Buenos Aires y demás encargos que se le han confiado, y de los que abundantemente se tienen datos en los medios.

Cuentan una anécdota ocurrida a Juan Pablo II: en una ocasión, el presidente de la Ferrari le regaló el volante de un Fórmula Uno, justo con el que Schumacher había ganado su último gran premio.

El Papa dijo: “Tantos botones...”, y el presidente le contestó: “Sí, Santo Padre, es muy complejo”,a lo que Juan Pablo II respondió: “Pero creo que es más complejo llevar el sencillo timón de la barca de la Iglesia”. Y es cierto.

Por eso resulta muy apropiado considerar en estos momentos que hemos de apoyar al nuevo Papa con nuestra oración, con nuestro cariño y nuestro interés.

Existe una plegaria muy bonita en la Iglesia, que muchas personas rezan, y dice en latín: “Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat in animam inimicorum eius”, que nos puede servir de inspiración. Significa: “Que el Señor lo conserve, lo haga feliz en la Tierra y no lo entregue en manos de sus enemigos”.

Jesús había dicho: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. A Pedro se lo dice de manera especial: “Pedro, yo rogaré por ti para que tu fe no desfallezca, y tú una vez convertido, confirma a tus hermanos”.

A partir de ahora, el magisterio de Francisco será la roca fuerte para cimentar nuestras convicciones. Le auguramos un pontificado lleno de frutos para el bien de la Iglesia y de la humanidad.

El autor es Vicario del Opus Dei en Monterrey.

Carlos Núñez Aispuro // El Norte