Meditaciones: domingo 31.º del tiempo ordinario (Ciclo C)

Reflexión para meditar el domingo de la semana treinta y uno del tiempo ordinario. Los temas propuestos son: El deseo de buscar a Jesús; Ver más allá de lo superficial; Una conversión sincera.

 - El deseo de buscar a Jesús.
- Ver más allá de lo superficial.
- Una conversión sincera.


ZAQUEO ERA un hombre rico que probablemente no gozaba de buena fama entre sus conciudadanos. Se dedicaba a recaudar los impuestos que debían pagar al emperador romano, con lo cual era visto como un traidor. Además, algunos publicanos solían aprovechar su posición para obtener más dinero de la gente a través de chantajes. Leemos en el Evangelio que este hombre, sin embargo, en cuanto supo que Jesús llegaba a Jericó, quiso ir a conocerlo. Era pequeño de estatura y, como la muchedumbre le impedía ver al Señor, «se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, porque iba a pasar por allí» (Lc 19,4).

No dudó Zaqueo en realizar este gesto que podría ser considerado ridículo. Aunque normalmente debía mantener las apariencias debido a su cargo, el deseo de ver a Jesús es mayor que la tentación por querer quedar bien. Está dispuesto a sacrificar incluso su propia honorabilidad, no tiene reparo en correr con agitación, trepar y asomarse entre las ramas. Su interés por encontrar a Cristo es más que una simple curiosidad. Lo que Zaqueo busca, de manera más o menos consciente, parece ser la verdad de su propia vida. Podemos intuir que Zaqueo había experimentado que las riquezas no satisfacen los deseos más profundos del hombre, y por eso quiso salir al encuentro del Señor.

«Cuando Jesús llegó al lugar, levantando la vista, le dijo: “Zaqueo, baja pronto porque conviene que hoy me quede en tu casa”» (Lc 19,5). Cristo llama por su nombre a un hombre de escasa estima social. Zaqueo, sorprendido, «bajó rápido y lo recibió con alegría» (Lc 19,6). No solo fue satisfecho su deseo de ver a Jesús, sino que tuvo la dicha de acogerlo en su casa. Quizás nosotros también hemos experimentado, como Zaqueo, que nada puede llenar ese vacío de sentido que solo encontramos en Dios. Y hoy vemos cómo a Jesús le basta el deseo sincero de un alma por buscarle: «¿Dónde está tu deseo de Dios? Porque la fe es eso: tener el deseo de hallar a Dios, de encontrarlo, de estar con él, de ser felices con él»[1].


LAS PALABRAS de Jesús causaron cierto revuelo entre los habitantes de Jericó. «Al ver esto, todos murmuraban diciendo que había entrado a hospedarse en casa de un pecador» (Lc 19,7). En otras ocasiones el Señor ya había sido criticado por rodearse de personas que no eran conocidas externamente por ser celosas cumplidoras de la Ley. La actitud de Jesús era la que había profetizado Ezequiel: «Buscaré a la oveja perdida, tomaré a la descarriada, curaré a la herida y sanaré a la enferma» (Ez 34,16). Mirando esta manera de comportarse del hijo de Dios, san Josemaría animaba a sus hijos a hacer lo que fuera necesario por ayudar a una persona: «Sigamos el ejemplo de Jesucristo, no rechacemos a nadie: por salvar un alma, hemos de ir hasta las mismas puertas del infierno. Más allá no, porque más allá no se puede amar a Dios»[2].

La mirada del Señor va más allá de los prejuicios sociales; no se queda tampoco en las malas acciones que ha podido realizar Zaqueo, sino que vislumbra toda su belleza de hijo y todo el bien que puede llevar a cabo. «A veces nosotros buscamos corregir o convertir a un pecador riñendo, reprochando sus errores y su comportamiento injusto. La actitud de Jesús con Zaqueo nos indica otro camino: el de mostrar a quien se equivoca su valor, ese valor que Dios sigue viendo a pesar de todo, a pesar de todos sus errores»[3]. El Señor no se fija en los errores del pasado sino en los deseos profundos de su corazón, y aquí encuentra uno herido que necesita ser curado. Las personas crecen cuando se sienten queridas, cuando se saben valiosas, merecedoras de la confianza del otro. Esto es lo que hace Cristo con cada uno de nosotros: no se detiene en nuestra falta, sino que la cura y la supera con amor, y hace siempre nuevo nuestro deseo de estar con él.


ESE BIEN que Jesús había vislumbrado en Zaqueo comienza a manifestarse. Puesto en pie, el anfitrión le dirige estas palabras: «Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he defraudado en algo a alguien le devuelvo cuatro veces más» (Lc 19,8). Los horizontes vitales de Zaqueo han cambiado después del encuentro con Cristo. Su prioridad ya no será enriquecerse a costa de su posición, sino ayudar a los más necesitados a través de su trabajo. «La atención a los demás hombres, al prójimo, constituye uno de los principales frutos de una conversión sincera. El hombre sale de su egoísmo, deja de vivir para sí mismo, y se orienta hacia los demás»[4].

Nadie había pedido a Zaqueo un acto de generosidad tan grande. Acostumbrado a hacer cómputos económicos, no se detiene en cálculos porque no se siente en la obligación de responder a una demanda: sencillamente decide tomar una iniciativa. Y lo que decide no le parece heroico, porque está admirado de la bondad del Señor; sabe que antes ha sido amado. «Libremente, sin coacción alguna, porque me da la gana, me decido por Dios. Y me comprometo a servir, a convertir mi existencia en una entrega a los demás por amor a mi Señor Jesús»[5].

Zaqueo está agradecido, admirado, y esto le llena de un modo que las riquezas no lograban. Por eso, sabernos libres para amar «nos lleva a experimentar en el alma la alegría, y con ella el buen humor»[6]. Podemos pedir a María que sepamos descubrir la felicidad que da la vida junto a su Hijo, atentos a las necesidades de los demás.


[1] Francisco, Homilía, 12-III-2018.

[2] San Josemaría, Instrucción, 8-XII-1941.

[3] Francisco, Ángelus, 30-X-2016.

[4] San Juan Pablo II, Homilía, 8-VI-1999.

[5] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 35.

[6] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 6.

Photo: David Vig Unsplash