«Me ordeno para seguir haciendo la voluntad de Dios»

Visitar a niños en las coladeras de la Ciudad de México y leer la biografía de Alexia González-Barros son algunas de las cosas que ayudaron a Josemaría a descubrir su vocación. En este artículo y el video que le acompaña, el futuro sacerdote nos cuenta, junto con sus papás, Alejandro Fernández Cueto y Paz Gutiérrez, qué significa este nuevo momento vocacional.

El Opus Dei, la naturalidad de los valores cristianos

Mi recuerdo más lejano que tengo del Opus Dei es cuando mi mamá se iba de retiro a un lugar que se llama Montefalco. Yo no tenía ni idea de qué era eso, pero sabía que se iba unos días y volvía.

Cuando tenía once años mis papás me dieron la oportunidad de irme a estudiar a Estados Unidos, a un colegio que se llama The Heights , en Washington. Llegué a una familia muy parecida a la mía en la que nos enseñaban los valores cristianos con mucha naturalidad. Lo que me gustó del colegio, además del ambiente, el deporte, etc., fue que había misa todos los días, pero no era una misa obligatoria: el que quería iba a misa y el que no, se iba a leer. Algunos días me iba a misa y algunos días me iba a leer a la biblioteca, pero digamos que fui teniendo gusto por la misa de manera muy natural.

El ambiente en mi casa era muy divertido; somos un “chorro” de hermanos y hermanas (11), y son mis mejores amigos. También vivíamos un ambiente de libertad. Mis papás no nos obligaban a nada. Y, por ejemplo, prácticas de piedad, como el Rosario, eran para el que quería participar. De vez en cuando acompañaba a mi mamá a misa. Y de esa libertad en mi casa empecé a llevar lo que se llama “plan de vida” –que en ese momento no lo llamaba así–, que era llevar cada día unas normas de piedad para no dejar a Dios a un lado: rezar el Rosario, leer el Evangelio, hacer un ratito de oración. Así se iba dando el trato con Dios de manera muy natural en mi familia.

Después de volver de Estados Unidos, mi hermano me empezó a platicar de un club con mucho entusiasmo. Bueno, no es que me platicara, yo lo veía. Recuerdo una vez que llegó con todos sus amigos a mi casa, y había una leoncita en el jardín, que era como la mascota del club, y eso me llamo mucho la atención, pero sobre todo me gustó verlos a todos divirtiéndose. Cuando entré al Colegio Cedros fue muy natural que me invitaran a las excursiones y a los planes del club: nos íbamos a los ríos, a las grutas, a los cerros y me la pasaba muy bien. Poco a poco también me invitaron a dar catecismo los viernes a los niños pobres del Ajusco. Mis papás nunca me hablaron del Opus Dei, ni tampoco me dijeron que fuera al club. Sabían que si me invitaban directamente no iba a ir, porque era como mi tiempo libre, mi espacio. Iba al club porque me la pasaba muy bien, porque estaban mis amigos, pero, poco a poco, también me iban enseñando.

"Nos metíamos a las coladeras a sacar a los niños que estaban dormidos adentro y que habían estado drogándose con pegamento".

Otra cosa que me sirvió mucho, también con otro amigo de la Obra, es que me invitaba los sábados a las coladeras, a visitar a los niños de la calle. Era muy sorprendente, pero lo vivía con mucha naturalidad porque a esa edad no eres muy consciente de lo que haces, tenía 14 ó 15 años, y lo hacía con mucho gusto. Nos metíamos a las coladeras a sacar a los niños que estaban dormidos adentro y que habían estado drogándose con pegamento toda la noche. Los sacábamos a jugar futbol y les invitábamos un refresco a cambio de que dejaran el pegamento. Fue una buena experiencia que me ayudó a sensibilizarme con esa realidad que vivimos en nuestro país.

Alexia, bailes, una dura prueba… y la vocación

Hay muchas cosas que influyeron para saber qué quería Dios. Una de ellas fue que un profesor del Cedros, que también era instructor del Club Drakar, me regaló un libro de una niña de mi edad, incluso un poquito más grande que yo, que había muerto de un cáncer y que había llevado muy bien su enfermedad, se llamaba Alexia González. Yo lo leí y me gustó muchísimo. Me gustó tanto que, cuando lo acabé de leer fui y le dije: “Oye –era un absurdo porque Alexia había muerto hace varios años– me gustó tanto la personalidad de Alexia que yo creo que si ella viviera, ahorita agarraría un avión a Madrid, la buscaría y le pediría que se casara conmigo”. Él se puso muy serio y me dijo; “Si Alexia viviera, sería numeraria”. Me cayó muy mal su comentario y no me gustó nada que cortara mis alas así, pero parece que así hubiera sido.

Antes de que me lo planteara [la vocación] de manera más seria, pasó algo que yo creo que le pasa a cualquier adolescente, que es que te empiezas a fijar en otro tipo de ambiente, no malo, pero sí distinto, de los amigos y de las amigas. Dejé de ir al club para irme los viernes a casa de los amigos, al cine con las amigas, a las fiestas. Me gustaba mucho bailar, contar con cuántas había bailado, etc. Se hizo una “bolita” de amigos y mis padres fomentaban ese trato con conferencias que se hacían en casas de matrimonios, e íbamos niños y niñas. Sin embargo, no dejé de ir, al menos una vez entre semana, al centro de la Obra, porque sabía que era importante no dejar mi formación.

Sin embargo, por el secuestro de un tío, pues toda la familia se unió y empezó a rezar mucho por esa intención. Me empezaron a invitar a los retiros y la verdad es que al principio no iba por el retiro, yo iba a pedir por la liberación de mi tío, pero eso me hizo más piadoso: empecé a ir a misa diario, a rezar el Rosario todos los días.

"A partir de entonces no me quedé tranquilo, entré en una crisis de vocación al grado que yo ya ni quería entrar a una iglesia porque decía “no me vaya a pedir más Dios; esto es demasiado”.

Después, en el primer año de preparatoria nos invitaron a la beatificación de San Josemaría. Fuimos los amigos. Juntamos dinero vendiendo suéteres, corbatas… y logramos pagarnos el viaje. Fue una de las mejores experiencias de mi vida porque me la pasé muy bien. Conocí más de la Obra y fue en ese viaje cuando un amigo de la Obra me planteó hacerme del Opus Dei. A partir de entonces no me quedé tranquilo, entré en una crisis de vocación al grado que yo ya ni quería entrar a una iglesia porque decía “no me vaya a pedir más Dios; esto es demasiado”. Así lo veía al principio, como que era demasiado y que no era para mí. Otro amigo me sugirió: “Pídele a la Virgen que te haga ver lo bonito, porque tiene mucho de bonito”. Me sirvió mucho. Fui a hablar con mi mamá y le dije: “¿Por qué no nos vamos a tomar una hamburguesa?” Platiqué con ella, le planteé mi situación y me dijo: “Pues tú haz lo que quieras. Eres totalmente libre y yo te apoyo cien por ciento en lo que tú quieras”. Me dio entera libertad de hacer lo que me diera la gana. Esa misma noche fui al centro, había vela al Santísimo, y tomé la determinación de hacerme numerario, aunque en ese momento no podía serlo por la edad, pero sí podía comenzar una formación que desembocara en mi petición formal de numerario.