Me marcharé de aquí dando gracias. Último día de la novena (Parte II)

Durante nueve días san Josemaría pidió a los pies de la Virgen Santísima María de Guadalupe, por tres intenciones que tenía en el corazón: la Iglesia, la paz en el mundo y la resolución jurídica del Opus Dei. Terminó con la certeza de haber sido escuchado.

El domingo 24 de mayo se cumplían nueve días desde que san Josemaría había ido por primera vez a rezar a la Villa de Guadalupe. Era el último día de la novena que lo trajo a México a rezar por la Iglesia, por el Opus Dei y por el mundo entero. Fueron nueve días de oración, lágrimas, gozos, petición, acción de gracias… y abandono en las manos maternales de la Virgen morenita del Tepeyac.

Ese día los seis romeros llegaron a la Basílica a las cuatro cuarenta de la tarde. Acudieron, como habían hecho siempre, al altar lateral donde se resguardaba a Jesús Sacramentado. Subieron por última vez a la tribuna lateral del lado derecho de la nave principal donde habían tenido momentos entrañables de “tertulia” con la Virgen.

Gracias a que don Javier Echevarría tomó algunas notas en su libreta personal, podemos ahora hacernos una idea de la oración de San Josemaría con la Virgen de Guadalupe en esa última jornada con sabor a despedida.

«—¡La Virgen Morena! ¡Bien, bien! Y es que me faltan las palabras para demostrarte mi alegría tan grande de estar junto a ti Señora».

El Padre dejaba ver con sus palabras, lo que traía en el corazón:

«Hijos míos, yo quiero —poniéndoos por testigos delante de Dios— decirle a Ella que es nuestra Madre y de la que nos sentimos orgullosos de ser hijos suyos, que he venido aquí porque, más aún en estos meses, le pido que no abandone a su Iglesia y que no nos abandone […] Y acudo muy especialmente y con continuidad a su intercesión porque confío en Ella con todas las fuerzas de mi alma».

¡Señora, me entrego, me entrego totalmente: ya no pido! ¡Amo la Voluntad de tu Hijo! Nos abandonamos, descansamos, amamos y aceptamos tus designios, acatando en pleno la Voluntad de Dios

Confiado en que la voluntad de Dios siempre es lo mejor, dejaba en manos de la Santísima Trinidad sus necesidades e intenciones; abandonaba el resultado de esos días de oración y adelantaba su agradecimiento: «por las manos de la Virgen, sirviéndome de su Omnipotencia suplicante, necesito decir también a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo, ¡que me pongo ante la Trinidad Beatísima con entera sumisión con una entrega sin reservas y repito —haciendo una oración sincera— la aceptación de la Voluntad de Dios que ella manifestó con su fiat! Por eso me marcharé de aquí dando gracias».

Esa tarde en la tribuna se vivían momentos de gran intensidad espiritual, era el cierre de unos días de la oración del hijo que acude a su Madre con confianza, sabiendo que ésta no podrá dejar de escucharlo y que intercederá ante su hijo Jesucristo para alcanzar las gracias pedidas.

«¡Señora, me entrego, me entrego totalmente: ya no pido! ¡Amo la Voluntad de tu Hijo! Nos abandonamos, descansamos, amamos y aceptamos tus designios, acatando en pleno la Voluntad de Dios. Sabemos, Madre nuestra, que Tú nos darás los medios para sacar adelante este camino de caridad y de amor y para extenderlo por todo el mundo».

Todavía antes de comenzar la primera parte del Santo Rosario quiso san Josemaría agregar a esa oración profunda y emocionada lo siguiente:

«Bien te consta que hace quince días o poco más, no sabía yo nada de este viaje para venir a hablar contigo en la Villa. He sentido por un determinado momento la necesidad de confiarte mi dolor: ¡Madre me duele la Iglesia!

Hemos mantenido estas tertulias tan cerca de tu imagen: ¡nueve días de intensa conversación filial contigo! Y hoy, una vez más, siempre con más amor y confianza nosotros queremos presentarte la Iglesia; queremos por tanto presentarte a estos hijos e hijas tuyas en el Opus Dei que no buscan nada para sí mismos, que no alimentan ninguna ambición personal para su propio yo porque están convencidos a fondo de que nuestro hogar es el tuyo, en el que se vive única y exclusivamente para Dios».

Santa María de Guadalupe, Asiento de la Sabiduría, Esperanza nuestra, ¡ruega por nosotros!

Continuó su oración alternando los quince misterios del Rosario con acciones de gracias, oraciones de petición, de desagravio, actos de fe, esperanza y genuina humildad, teniendo la certeza de que su oración había sido acogida por nuestra Madre Santísima. Como ya se ha contado, durante el rezo y contemplación de los misterios gloriosos, pidió por la paz en el mundo entero dedicando cada misterio por un continente.

Antes de despedirse añadió:

«Quiero agradecer vivamente a mi Madre Santísima del Cielo la alegría inmensa de estas horas de tertulia que hemos pasado en su compañía, con la imagen suya tan cerca. Y deseo decirle que me cuesta arrancar: ¡han sido unos días tan humanos y tan sobrenaturales!».

Eran las seis y media de la tarde y san Josemaría terminaba su novena diciendo: «repetid conmigo, cada uno en el fondo de su corazón, con alegría y con paz: hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima voluntad de Dios sobre todas las cosas. Amén. Amén. Amén.

Santa María de Guadalupe, Asiento de la Sabiduría, Esperanza nuestra, ¡ruega por nosotros!».

Adrián Galván recuerda que por indicación de don Pedro, se acercó a san Josemaría y le sugirió intercambiar el rosario con el que había rezado durante esos días por otro similar. El Padre accedió y el rosario se conserva en la Comisión Regional de México, como testigo material, de esos entrañables días de tertulia con la Virgen de Guadalupe y nos ayuda a renovar la oración de San Josemaría por la Iglesia, la paz del mundo y el Opus Dei.