La última piedra en la fundación del IPADE, la consagración del altar y un copón

La tarde del 27 de mayo de 1970 san Josemaría Escrivá de Balaguer estuvo en el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresas: IPADE. Ahí consagró el altar del oratorio y sostuvo un encuentro con empresarios y colaboradores de dicha institución.

El IPADE había empezado sus labores apenas tres años antes, en marzo de 1967 en el casco de la antigua Hacienda de Clavería al noroeste de la Ciudad de México. La historia había arrancado en Roma un poco antes. Desde el inicio, el Instituto logró reunir a empresarios nacionales atraídos por el deseo de capacitarse lo mejor posible para su quehacer directivo.

A las cinco y media de la tarde del 27 de mayo de 1970, san Josemaría llegó al IPADE. Sabemos por el diario de la Comisión Regional que «había ahí alrededor de ochenta personas esperándolo: profesores, directivos, personal del cuerpo administrativo y patrocinadores del IPADE» asimismo, lo esperaba personal promotor y docente del Instituto de Capacitación de Mandos Intermedios, ICAMI.

Llegada de San Josemaría al IPADE el 27 de mayo de 1970.

Esa tarde, el Padre se volvía a encontrar con algunas personas que había conocido en Roma en abril de 1966, en aquella ocasión el grupo promotor de lo que sería el IPADE y la Universidad Panamericana había acudido a la Ciudad Eterna para conversar con el fundador del Opus Dei sobre el proyecto que traían en la cabeza. San Josemaría los animó a comenzar cuanto antes abriéndoles un amplio horizonte sobre la importante labor formativa que una escuela de negocios y una universidad podrían tener en México y América Latina. Su presencia en el IPADE aquella tarde venía, de algún modo, a cerrar una etapa de la historia del Instituto. San Josemaría podía ver con sus propios ojos aquel proyecto que se había hecho realidad gracias al trabajo e impulso de esos pioneros con quienes había conversado pocos años atrás y que lo saludaban sonrientes apenas descender del auto.

Los directivos habían previsto que, con ocasión de su visita, Josemaría Escrivá consagrara el altar coram populo[1] del oratorio y tuviera una tertulia con los participantes y profesores de la institución. A diferencia de lo que se había hecho en la consagración de otros oratorios de la ciudad, en esta ocasión hubo invitación expresa a varios de los empresarios para que participaran en este sencillo rito litúrgico.

Afuera del oratorio del IPADE en la tarde del 27 de mayo de 1970

A las seis de la tarde comenzó la ceremonia. El oratorio se encontraba lleno. Por tratarse de una ceremonia a la que los participantes estaban poco habituados, don Álvaro del Portillo iba explicando lo que se llevaba a cabo.

Uno de los asistentes muy emocionado comentaba al término de la ceremonia de consagración que le había resultado muy ilustrativa y novedosa gracias a las explicaciones que iba haciendo don Álvaro en cada uno de los momentos del ritual.

Al término de la consagración del altar, san Josemaría se quedó un rato en el oratorio haciendo su oración en voz alta.A los asistentes les llamó la atención su profunda piedad y sencillez: dejaba ver una auténtica conversación con Dios. Durante ese rato, habló acerca de la Eucaristía: la presencia real de Cristo en la Hostia consagrada y la necesidad de estar cada vez más enamorados de este gran misterio del Amor de Dios; habló del Sagrario, como el lugar más importante del IPADE y la urbanidad y decoro que se debe tener dentro de los templos y sobre todo frente al Sagrario.

Palabras de Josemaría durante la consagración del altar del IPADE.

Una vez terminada la ceremonia en el oratorio, se dirigió al Aula Magna, ubicada en el segundo piso del casco de la hacienda. Allí lo esperaba la generación fundadora de participantes y también los de la segunda generación que ya habían iniciado cursos.

Como en otras ocasiones similares, el Padre animó a los asistentes a intervenir. Las preguntas fueron desinhibidas y directas; también lo fueron las respuestas del Fundador acompañadas de esa simpatía natural que hacía que el tiempo corriera casi sin sentirse.

Uno de los participantes preguntó: «Padre ¿Cómo se sostiene económicamente el Opus Dei?» a lo que san Josemaría respondió: «trabajando mucho sus socios [término que se utilizaba hasta antes de 1982 para referirse a los miembros o fieles de la Prelatura] y yo también. Y el que trabaja, gana. Así podemos promover obras corporativas de enseñanza, de asistencia social, etc., que rara vez se sostienen solas. Para mantenerlas, además de los socios del Opus Dei, hay otras personas que ayudan; algunas no son católicas y muchos, muchísimos, que no son cristianos. Pero ven la labor, la palpan y se entusiasman de verdad. Por eso aprovecho para decir que soy deudor de muchas personas, incluso no católicas y no cristianas».

Cuando se da una limosna, no se publica por todos lados; yo he dado a tal residencia, yo he dado a tal labor de obreros. Hijo mío ¿no ves que ya has perdido todo el mérito? ¡No! Lo hacemos por Dios y es Él quien nos va a premiar por todo eso.

En un momento de la tertulia, san Josemaría dijo que quería hacer un acto de desagravio público a un hijo suyo de nombre Carlos Llano. El Padre comentó que cuando Carlos terminó su formación en el Colegio Romano de la Santa Cruz en Roma, se despidió de él diciéndole que regresaba a México a trabajar en unos negocios de su familia de sangre, a lo que el Padre en broma y dada la profesión de filósofo de Carlos, le dijo que todo el dinero que iba a ganar cabría en la palma de su mano, extendiendo dicha mano en dirección del entonces director y fundador del IPADE.

Durante tertulia con empresarios en Aula Magna del IPADE 27 de mayo 1970

Carlos se puso de pie y caminando muy decidido hasta donde permanecía San Josemaría con la mano extendida; le dio un beso en la palma de la mano puesta hacia arriba como indicando que en ella quería depositar todo ese tesoro formativo que es el IPADE. El cariño que Carlos había sabido ganarse de toda la comunidad se desbordó en una larga ovación emocionada.

La tertulia fue discurriendo entre muchas preguntas, hasta que poco antes de finalizar preguntaron, por último, «Padre: ¿qué nos dice a los que colaboramos en algunas obras apostólicas del Opus Dei?» san Josemaría contestó: «Que estoy muy contento, muy contento de los que trabajan dentro y de los que ayudan desde fuera, porque los tengo metidos en mi corazón. Estoy muy agradecido a todos; especialmente a los que se sacrifican bien, y no lo dicen. Cuando se da una limosna, no se publica por todos lados; yo he dado a tal residencia, yo he dado a tal labor de obreros. Hijo mío ¿no ves que ya has perdido todo el mérito? ¡No! Lo hacemos por Dios y es Él quien nos va a premiar por todo eso».

Ese clima de auténtica reunión de familia y de confianza llevó al Padre a hacerles un comentario pues se había dado cuenta que el retablo del oratorio tenía detalles de mal gusto que no eran dignos, y sugirió de manera amable y simpática que, en desagravio se comprara un buen copón para que Cristo sacramentado estuviese en él. El diario de la Comisión Regional recoge que «muchos expresaron su deseo de aportar íntegramente el dinero necesario», pero aquello no sería prerrogativa de uno solo pues «otros tantos protestaron argumentando que aquello no podía ser privilegio de nadie en particular, sino que todos deberían tener el privilegio de contribuir con los medios para honrar al Señor de esa manera».

Para el lunes siguiente a la tertulia habían conseguido, entre todos, los recursos para hacer ese copón para el Sagrario y otro más para regalárselo al Padre y que se lo pudiera llevar. En la base del copón mandaron grabar la siguiente frase en latín: VENIENTI PATRI DISCENDUM, EDOCTI FILII LAETANTES. Al padre del que hay que aprender, los hijos que se alegran de haber sido enseñados.


[1] Así se denomina al altar donde el celebrante celebra la Santa Misa de “cara al pueblo”, o viendo a los fieles que asisten.