La osadía de creer

Extracto de un artículo publicado en 2006. Como tema de inspiración, el autor tiene ante sus ojos un ejemplar de "Es Cristo que Pasa", que perteneció al Ing. Arturo Álvarez, cuyo proceso de beatificación podría comenzar si así lo determina el estudio preliminar de su vida.

En el ejemplar de Es Cristo que pasa que tengo a la vista, viene estampado el nombre de quien fuera su dueño y lector: el Ing. Arturo Álvarez Ramírez. Puntualísimo catedrático de química en la Universidad de Guadalajara hasta el día de su muerte. Con su propia letra dejó estampada en la primera página una cita de Paul Claudel: «Este documento respira». Y ciertamente todo el texto respira fe. En Es Cristo que pasa y otro libro similar, Amigos de Dios, se recoge una significativa parte de la abundante predicación oral de Josemaría Escrivá, «el santo de la vida ordinaria» en expresión feliz de Juan Pablo II al canonizarlo el 6 de octubre de 2002.

Si sus escritos respiran fe -fe teologal de buen teólogo-, vivida intensamente y manifestada en sus obras, su homilía Vida de fe brota de la lectura meditada del Evangelio en un hombre que piensa y vive en identificación total con Jesús, el Maestro; que respira el Evangelio y comunica con gozo y ardor la fe en el Resucitado que proclama la Iglesia. Así es como recuerdo a San Josemaría, mostrándome con su propia vida que «la alegría es parte integrante de nuestro camino», como un reflejo visible del hallazgo personal de esa fe. Y esta transformación pude constatarla en Arturo.

Subrayada con la misma tinta color rojo de Arturo, destaca en la p. 224 de Es Cristo que pasa esta invitación: «A la gran mayoría [de los cristianos, el Señor] los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas. Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña».

El Ing. Álvarez se encontró súbitamente convocado al Opus Dei para llevar consigo a Cristo en la fábrica donde trabajaba, en el laboratorio y en la cátedra universitaria, y en las veredas de montaña por las que excursionaba con alumnos y amigos en su vehículo apto para esa aventura.

Cristo vive

Con la fuerza de su fe, Josemaría Escrivá nos ha sacudido desde el comienzo de la homilía: «Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe (...). Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y se fue, dejándonos un recuerdo, un ejemplo maravilloso». Y nos va desvelando ese vivir actual de Cristo. Primero, Cristo vive en su Iglesia. «De modo especial Cristo sigue presente entre nosotros, en esa entrega diaria de la Sagrada Eucaristía. Por eso la Misa es centro y raíz de la vida cristiana (…). La presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el mundo» (Es Cristo que pasa, nn. 101-102).

De aquí, del Evangelio meditado, surge una osadía mayor aún -casi ingenua-, la fe en el hombre, en la misión del cristiano. Los textos, algún día subrayados en rojo por el joven ingeniero Arturo Álvarez, bien pueden definirse como el respirar de la fe del cristiano en medio del mundo. Es la fe tan profunda como incontenible de los conversos, frecuentes entre los intelectuales como el diplomático y literato Paul Claudel, de C.S. Lewis, hoy popular por sus Crónicas de Narnia, y la fe del químico y médico especialista en genética, director del Proyecto Genoma Humano, Francis Collins, no creyente hasta los 27 años, definitivamente conquistado a la fe por los escritos de Lewis.

P. Emilio Palafox Marqués // El Siglo de Torreón