Primero les quería contar un poco de Cañete. Más del 70% de las familias son pobres y no pueden cubrir sus necesidades primarias. La mujer campesina es de carácter fuerte. Muchas son analfabetas.
En las mañanas, además de trabajar en mi casa, trabajo en una casa cocinando y limpiando. Durante las tardes, organizamos con mis hijos las actividades del día siguiente. Todos tienen un encargo: cada uno colabora en la medida de sus posibilidades, porque mi esposo y yo solos no podríamos sacar la casa adelante.
Mi encuentro con san Josemaría
Le conocí a través de películas que proyectaron en un Centro de Capacitación para la Mujer que se llama Condoray. En aquel entonces tenía 19 años. Cuando comencé a ir me hablaron de que había que santificar el trabajo, que era lo que san Josemaría había enseñado a sus hijos. Más adelante me hablaron de Dios, de la Virgen, de lo importante que era ir a Misa todos los domingos, porque yo era católica. Iba de vez en cuando a Misa, pero no siempre.
Hay que ayudar a las personas, hay que saber darse a los demás. Aprendí también, a tener la casa arregladita. Él decía que la pobreza no es sinónimo de suciedad. El suelo de mi casa era de tierra y la cocina de quincha y decidí arreglarlo: barro y riego para que no se levante polvo y así siempre está limpia. Me impresionó oírle en una película, que decía que el trabajo de un ama de casa es el mismo que el de la Virgen María, y así procuro hacerlo.
También me enseñaron a tratar mejor a mi marido y a andar siempre bien vestida; a desprenderme de una cosa que a veces tengo en casa y no la uso: se la doy a quien verdaderamente lo necesita más que yo.
Desafiar la pobreza
En Cañete hay mucha necesidad económica. Una vez comenté en mi casa a uno de mis hijos: “hoy día no vamos a comer porque no hay para la comida”. Mi hijo estaba afuera con uno de sus amiguitos y se lo contó al hijito de mi vecina. Su mamá al ratito me envió dos kilos de arroz. Me quedé sorprendida y a la vez muy agradecida. Las enseñanzas de san Josemaría han fomentado en todos nosotros la solidaridad. Por ejemplo, si hay personas enfermas que no tienen dinero, reunimos a toda la gente del pueblo, y hacemos una actividad con el fin de conseguir dinero para ayudar en los gastos que necesite esa familia que está enferma, y si tenemos ropa que no nos queda, se lava, se arregla y la regalamos a las personas que la necesiten.
Aprendí del santo que la familia había que valorarla, que los hijos no eran una carga sino una confianza que Dios tiene conmigo. Yo quise corresponder a esa confianza que Dios me dio y nunca usé anticonceptivos. No es fácil tener una familia como la mía, de 13 hijos.
Les he dicho al principio que soy Promotora Rural. Ayudamos a que la gente aprenda a solucionar sus problemas. A cada mujer le hablo y le enseño a ser laboriosa, a amar el trabajo, a ser generosa, alegre, a que supere las dificultades. Les enseño manualidades, cocina, clases de formación humana y familiar, trabajo en equipo. Sin dejar de lado lo espiritual para valorar los demás acontecimientos.
Desde el comienzo aprendimos que la educación es el arma más poderosa para desafiar la pobreza y desarrollar así nuestros pueblos. Las Promotoras Rurales que pasamos semanalmente por Condoray nos hemos convertido en formadoras de otras personas, y así podemos transmitir con entusiasmo lo que nos enseñan.
Cuando san Josemaría decía que había que colocar a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, nunca pensé que también nosotras lo estábamos colocando en la cumbre, para que Él sea el Rey de nuestras vidas, el Rey de nuestro hogar, el Rey de nuestros pueblos, el Rey de nuestra existencia.