La amistad, camino hacia Dios

Para un cristiano, para cualquier cristiano, ser amigo implica querer que el amigo se haga amigo de Cristo. Ese es el apostolado de amistad que enseñó San Josemaría Escrivá y que practican los miembros del Opus Dei.

La amistad es el mejor bien humano. Vale más que las riquezas, el poder, la ciencia o los honores. La amistad es el amor que se tiene por una persona, en razón de ella misma, de lo que es, independientemente de las ventajas o desventajas que ella pueda proporcionar. Además, la amistad es camino para llegar a Dios, como enseñó San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, institución de la Iglesia que cumple este 2 de octubre ochenta años de vida.

La amistad es virtud y también relación. La amistad virtud es la que nos hace ser amigos, y consiste en la firme voluntad de querer y procurar el bien del amigo. La amistad es relación cuando dos personas quieren y procuraran recíprocamente el bien del otro. Para tener amigos, para entablar relaciones de amistad, es necesario primero ser amigo, adquirir la virtud de la amistad.

Hoy suele usarse la palabra amistad solamente respecto de las relaciones que se tienen con personas ajenas a la familia, pero ese es un concepto estrecho. El amor de amistad es, por el contrario, el amor que caracteriza la vida familiar, donde las personas conviven y se aman por sí mismas. La familia se constituye a partir de la amistad conyugal, que es la amistad humana más fuerte que existe, porque implica el compromiso recíproco de procurar el bien integral del otro por toda la vida. La vida familiar da lugar a otras relaciones de amistad, algunas entre desiguales, como la amistad paterna o la amistad filial, y otra entre iguales, como la amistad fraterna.

La amistad es camino para llegar a Dios, como enseñó San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, institución de la Iglesia que el 2 de octubre cumplió ochenta años de vida.

La amistad con personas ajenas a la familia tiene la misma esencia que la amistad familiar. Los amigos quieren y procuran el bien del amigo, a quien consideran valioso por sí mismo, por ser quien es, independientemente de cualquier utilidad o ventaja que pueda proporcionar.

Quien tiene fe en Cristo y sabe que Él es el amigo por excelencia, el que quiere y procura mi bien más que nadie, más que uno mismo, el que ha dado su vida por mi y por todos, para que todos podamos alcanzar la felicidad eterna, querrá naturalmente que sus amigos se hagan amigos de Cristo. Por eso para un cristiano, para cualquier cristiano, ser amigo implica querer que el amigo se haga amigo de Cristo.

Ese es el apostolado de amistad que enseñó San Josemaría Escrivá y que practican los miembros del Opus Dei. No se trata de ganar adeptos, ni del crecimiento de un grupo, ni mucho menos de manipular a las personas para que sirvan a fines políticos, económicos o de cualquier otra naturaleza. Ser apóstol, enseñaba él, es ser amigo, primero de Cristo, y luego de todos las personas con quienes uno convive: familiares, amigos de la escuela, compañeros de trabajo, clientes, proveedores, vecinos, socios, y en general cualquier personas con quien uno convive. A los amigos, a quienes se quiere bien, se les invita y ayuda para que sean amigos de Cristo. Si el amigo rechaza la invitación, la amistad permanece porque se le quiere por sí mismo, pero si acepta la invitación, entonces la amistad se fortalece porque ambos son amigos del Amigo.

Termino con unas palabras que el Papa Benedicto XVI dirigió a un numeroso grupo de jóvenes en Roma, durante el Congreso universitario UNIV en abril de 2006: «quien ha descubierto a Cristo no puede dejar de llevar a los demás hacia Él, dado que no es posible guardarse para uno mismo una gran alegría, sino que tiene que comunicarse. Esta es la tarea a la que os llama el Señor, éste es el “apostolado de la amistad” que San Josemaría describe como “amistad ‘personal’, sacrificada, sincera, de tú a tú, de corazón a corazón” (Surco, n. 191). Todo cristiano está invitado a ser amigo de Dios y con su gracia a atraer a Él a sus propios amigos. El amor apostólico se convierte de este modo en una auténtica pasión que se expresa comunicando a los demás la felicidad que se ha encontrado en Jesús». 

Artículo publicado en El Heraldo, Aguascalientes, Ags., México, 2/X/2008.

Jorge Adame Goddard // El Heraldo