"El niño tiene una hemorragia cerebral, los pulmones están encharcados y la sangre ha dejado de circular en las piernas. Sea fuerte". Juan Romero había nacido cuatro días atrás, el 24 de marzo de 1967, un viernes santo, después de un embarazo difícil, cuando su madre escuchó decir al médico pediatra que "no había nada que hacer".
"Llorando como una magdalena comencé a pedir al Papa Juan XXIII que mi niño viviera y que quedara sano. Eran cerca de las dos de la tarde", recuerda 34 años después María Dolores García. "A las siete de la tarde llegó un pediatra que habíamos hecho llamar. Y me dijo: "su marido me había dicho que su hijo estaba muy mal. Pero yo lo he encontrado como pez en el agua. Se lo pueden llevar a casa."
Alto y espigado, ingeniero madrileño, cuarto de seis hijos, Juan Romero, forma parte del Opus Dei desde los 18 años. Ayer se puso en fila con sus padres en la Plaza de San Pedro para agradecer al "Papa bueno" su curación. Y también para pedirle ayuda para emprender el camino que tiene por delante, ya que parece que Juan Romero tenga con Angelo Roncalli un doble legamen con el destino.
"En efecto, -cuenta sonriente- cuando me dijeron que iba a ser ordenado sacerdote el 2 de junio de este año pensé que coincidía con la vigilia del aniversario de la muerte del Papa que me había hecho revivir cuando nací muriéndome; pero no esperaba que hubiera sido también el día de la colocación de sus sagrados restos mortales en la basílica de San Pedro. Cuando me lo han dicho, no he podido dejar de pensar que el beato Papa Juan y el beato Josemaría, fundador del Opus Dei, se habían puesto de acuerdo para que me ordenara sacerdote en estos días".
"En cierto sentido -añade la madre- ha estado siempre bajo la protección de Juan XXIII. Este Papa lo he tenido siempre presente. En la época en que le pedí por la vida mi hijo, habían pasado solo años desde su muerte y en todo el mundo se pensaba que iba a ser declarado santo en breve. Por eso me salió espontáneo dirigirme a él cuando me dijeron que mi hijo no sobreviviría. Y después del "milagro" era obvio que el nombre de mi hijo hubiera sido Juan".