Hacer familia

Marina evoca su encuentro con el Opus Dei: "mi primera impresión fue muy buena. Vi que eran chicas normales, modernas y divertidas".

Marina Paniagua

Tenía dieciséis años y me encantaba la estética punk. Iba con mi collar de pinchos y todo eso. Y un día, cuando estábamos en clase, una compañera me preguntó en voz baja, para que no nos oyera el profesor, si sabía que los padres de una amiga eran de algo que no entendí bien.

-“¿Qué es eso?” –le dije-. No he oído ese nombre en mi vida.

Entonces me lo escribió sobre la mesa: Opus Dei . Nada. Ni idea. Al llegar a casa se lo pregunté a mi madre, que aunque tampoco sabía demasiado, me dijo, más o menos, que eran personas que se tomaban el cristianismo en serio. Y ahí quedó la cosa.

Pocos meses después, casi a final de curso, una amiga mía me dijo que su hermana estaba en Pamplona viviendo en un centro de Estudio y Trabajo, dirigido por el Opus Dei, y que ella pensaba irse allí al año siguiente. –“¡Ah, pues me voy contigo!” –le dije. Y empezamos a montarnos la película sobre los planes que haríamos en Pamplona para pasárnoslo superbien .

Se lo planteé a mis padres y la idea les gustó, porque pensaban que aquel ambiente contribuiría a mi formación; pero luego cambiaron de planes, porque nos fuimos a vivir a Palafrugell. Y al año siguiente de estar allí, como la idea me seguía gustando, decidí irme a vivir a un centro de ese mismo tipo que hay en Barcelona, con la misma idea de antes: divertirme y pasármelo a lo grande. Ideas claras

Yo era entonces una chica con las ideas muy claras, o al menos, es lo que me parecía a mí. Aunque estaba bautizada, no creía en Dios y la religión me parecía un absurdo total. Creía que la fe era sólo un recurso psicológico propio de personas débiles que necesitan apoyarse en algo. Y un día, a comienzos de verano, fui a aquel centro del Opus Dei.

Estaban a punto de viajar a Polonia para realizar un programa de voluntariado. –“¿Te quieres venir?”, me preguntó una. –“Muy bien”, le dije; y me lancé a la aventura, porque me atraía todo lo que significara ayudar a los demás.

No sabía nada del Opus Dei y mi primera impresión fue muy buena. Vi que eran chicas normales, modernas y divertidas. Y se respetaba el modo de ser y de pensar de cada una. No había conocido hasta entonces a ninguna chica que tuviera fe (y menos, que intentara vivirla intensamente) y comencé a hacerme preguntas. Y a preguntar.

Quería saber porqué creían en Dios, porqué rezaban, porqué iban a Misa… Y así fui descubriendo a Cristo, aunque en el fondo de mi alma deseaba y no deseaba descubrirle, porque aquello –intuía– podía suponer un cambio radical en mi vida.

Lo que pasó después es difícil de explicar, porque fue una gracia, un don del Espíritu Santo que yo decidí acoger libremente en mi corazón. Si tuviera que condensarlo en pocas palabras lo diría así: Dios me concedió la fe y yo quise convertirme. Porque no basta con que Dios te de la luz: tienes que querer tú . Y yo, como he dicho, quería y… no quería.

Sucedió en Czestochowa

Fuimos a rezar ante la Virgen. Es una imagen preciosa, en la que se representa a la Virgen como la que muestra el camino, señalando con su mano derecha a Jesús como fuente de salvación.

La Virgen Negra de Czestochowa

Hay un momento emocionante en el que se deja al descubierto la imagen, que tiene el rostro rasgado por la espada de un soldado, mientras suenan las trompetas. Entonces Ella me mostró el camino, y superando todos mis temores y prevenciones, recé con todas mis fuerzas:

-“¡Señor, yo no te puedo decir que no! ¡Creo en Ti!”

Después de haber tomado esa decisión, me di cuenta de que creía en Él, pero no sabía prácticamente nada de su vida, ni de sus enseñanzas, ni de la fe… y decidí formarme.

Mientras iba avanzando en mi fe, seguía trabajando en aquel centro y colaborando con las tareas de la administración. Me fijaba en la vida de las numerarias auxiliares , y a veces me sorprendía a mí misma con este pensamiento: “¿Y cómo sería mi vida si yo fuera como ésta?”.

Así me fui planteando interiormente la vocación, sin decírselo a nadie, porque pensaba que el simple hecho de manifestar aquellas inquietudes mías era mojarse demasiado. Pero con el paso del tiempo, comprendí claramente que aquel era mi camino y pedí la admisión en el Opus Dei, como numeraria auxiliar.

Ahora mi trabajo específico consiste en sacar adelante la administración doméstica de un Colegio Mayor y al mismo tiempo estudio Ingeniería Técnica Agrónoma en la Universidad Politécnica de Cataluña. El año pasado hice tercero, y hablaba con frecuencia con una amiga mía de la necesidad de trabajar con la mayor profesionalidad posible y de entrar en la dinámica de actualización constante que debe tener todo trabajo.

Una llamada específica de Dios

Las numerarias auxiliares tenemos una llamada de Dios específica: yo suelo decir que es como si el querer de Dios se materializara, en nuestro caso, de una forma singular. Todos estamos llamados a ser santos; la mayoría de las personas, por medio de su trabajo, salvo que Dios les lleve por otro camino dentro de la maravillosa variedad que hay en la Iglesia. Las personas a las que Dios llama a servirle en el Opus Dei procuran santificarse en su trabajo, sea el que sea.

Pues bien, yo diría que a una numeraría auxiliar Dios le ha mostrado su voluntad de una forma específica, mostrándole como camino concreto de santidad ese conjunto de actividades que contribuyen a hacer familia , para convertir los Centros del Opus Dei en un hogar.

Sin el trabajo de la administración se podrían sacar adelante muchos apostolados, qué duda cabe, en servicio de Dios y de la Iglesia; pero a esos apostolados les faltaría un sello específico: no serían los apostolados del Opus Dei tal y como Dios los ha querido.

Por ejemplo: en un hotel tienes cama, comida y techo, y puedes vivir confortablemente, pero aquello no es tu casa . Te pueden cuidar muy bien; pero no es lo mismo que te cuide gente ajena, con mucha profesionalidad desde luego, a que te cuiden los tuyos; porque los tuyos, además de hacerlo con profesionalidad, te tratan con un cariño singular. En un hotel, por bueno que sea, siempre serás un cliente. A lo sumo, un buen amigo. Sólo en tu casa, en tu familia, con los tuyos, eres tú, con tus circunstancias y peculiaridades. Allí en tu casa, estás en familia, haciendo familia.