Fallece el Padre José Antonio Coronel Salinas (1.4.1948 – 21.9.2022)

Muchos recordamos al “Padre Coro” con unas micas oscuras flotando sobre sus lentes, sin más asidero que un trozo de micropor. Le molestaba la luz, a causa de las secuelas que le había dejado un herpes al trigémino –contraído a principios de los noventa– que lo acompañaron hasta el último día. Sin embargo, llevaba la luz por dentro y la irradiaba hacia fuera.

Con un entusiasmo y visión sobrenatural desbordantes, se sobrepuso siempre al sufrimiento físico. José Antonio Coronel –“Corito”, para los más cercanos–, supo cargar la Santa Cruz con garbo. Durante sus estudios universitarios conoció el Opus Dei y solicitó su admisión como numerario. En 1975 recibió la ordenación sacerdotal.

Si hubiera que describirlo en pocos trazos, podría decirse que fue un sacerdote que llevó una vida santa, con una mente lúcida y corazón grande. Se licenció en Actuaría por la UNAM, y contaba con una Maestría en Estadística por el Colegio de México (COLMEX). Posteriormente cursó los estudios eclesiásticos y obtuvo el Doctorado en Derecho Canónico. Su talla intelectual contrastaba con una profunda humildad y sencillez –sobrenatural y humana– que le permitía tener un trato cordial y afectuoso con personas de todo tipo y de todos los ambientes. Tenía también un fino sentido del humor por el que era capaz de reírse incluso de sí mismo.

Hacia finales de julio fue diagnosticado con un tipo agresivo de leucemia, por lo que fue ingresado al hospital, donde estuvo alrededor de dos meses. En diversas ocasiones se le administró la Unción de Enfermos –que añoraba–, sabiendo que el sacramento produce la salud del alma y contribuye a la salud del cuerpo. Durante su internamiento tuvo momentos buenos (con cada transfusión de sangre recuperaba vigor), que aprovechaba para escribir correos o mensajes, hablar con alguna persona, o leer con entusiasmo un artículo académico o sobre temas de actualidad.

Tuvo también ratos malos, de especial fatiga, a causa del tratamiento. Ello propiciaba que las visitas fueran breves, pero siempre estuvo más pendiente de quien lo visitaba que de su propia salud. Afrontó con serenidad su condición de paciente, ofreciendo sus dolores y molestias por el Papa, por el Padre, por las personas que participan en las labores apostólicas de la Obra y por quienes acompañaba espiritualmente. Desde el hospital siguió ejerciendo su sacerdocio. Encomendaba con especial gratitud al personal médico y de enfermería –varios aprovecharon para abrir su alma con él–, a los donantes de sangre y plaquetas, o a quienes expresaban su generosidad por otras vías. Pero los agradecidos somos nosotros, quienes tuvimos oportunidad de tratarlo, gozar de su amistad, recibir su consejo y enseñanzas. Gracias por todo “Padre Coro”.