Escrivá y la Obra

El P. Carlos Núñez, vicario del Opus Dei para Monterrey, publicó este artículo en El Norte con motivo del 40 aniversario del fallecimiento de san Josemaría

El día de la muerte de los santos es motivo de celebración porque es el día de su entrada en el cielo. En el caso de san Josemaría Escrivá de Balaguer, se cumplen hoy 40 años de su fallecimiento, y es el día de su fiesta. Murió al poco de mirar una imagen de la Virgen de Guadalupe, después de haberse empeñado con todas sus fuerzas para llevar adelante una misión a la que se sintió llamado por Dios desde 1928, que es la de difundir por todas partes la llamada universal a la santidad, es decir, el hecho sencillo y profundo de que todos podemos alcanzar la felicidad de la unión con Dios a través de las tareas ordinarias y sencillas de cada día.

Sucede a veces que las cosas obvias son las que se olvidan. Y así parece haber acontecido en la historia de la Iglesia, en la que en los inicios, los primeros cristianos, los que extendieron la semilla de la fe por todos los sitios y dieron testimonio de ella con su vida, eran gente ordinaria (pescadores, agricultores, comerciantes, trabajadores manuales, intelectuales, etc.). Sin embargo con el tiempo, el ideal de la santidad, se fue "alejando" poco a poco del cristiano común, quedando reservada a quienes despreciaban el mundo, apartándose de alguna manera del acontecer normal de la vida o bien eligiendo un camino de vida oficialmente religiosa. Era necesario, entonces, volver a subrayar que cuando Jesús hablaba de las bienaventuranzas y de "ser santos como el Padre celestial...", no se estaba dirigiendo a un grupo de personas selectas. "A cada uno llama a la santidad, de cada uno pide amor: jóvenes y ancianos, solteros y casados, sanos y enfermos, cultos e ignorantes, trabajen donde trabajen, estén donde estén" (Amigos de Dios).

Este mensaje, por otro lado ya bastante conocido y refrendado por el Concilio Vaticano II, abre horizontes de trascendencia importantes y necesarios para cada uno de nosotros. Y es que efectivamente estamos hechos para más de lo que soñamos, para la eternidad, y es un gran descubrimiento que esa dicha grande la adquirimos con las pequeñas cosas de cada día realizadas por amor de Dios, bien hechas y con sentido de servicio a los demás.

Esta verdad aporta felicidad también porque sabemos que lo poco que hacemos en el presente redituará en lo mucho que se nos dará en el futuro. En esos términos describe el mismo Jesucristo la entrada en la gloria, y se podría decir que es la primera y originaria fórmula de canonización: "muy bien siervo bueno, porque has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu Señor..." Justamente el día de la canonización de san Josemaría, otro santo, Juan Pablo II, lo definió como el santo de lo ordinario. El suyo, es un mensaje que puede ser como el antídoto para superar esa tentación que a todos nos acecha de llevar por un lado la religión y por otro la vida normal. "Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser -en el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales. No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver -a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares- su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo" (Conversaciones).

En la única vez que vino san Josemaría a este país, estando en el D.F. y con deseos de visitar más ciudades, dijo: "no puedo estar en Monterrey y aquí, y en cuarenta sitios de México al mismo tiempo; haría falta -y no bastaría- un don especial" Pues ahora, por su capacidad de intercesión, podemos decir que ya tiene ese "don especial", y es buen día para aprovecharnos y pedirle su apoyo para ser mejores hijos de Dios en la vida ordinaria.

Carlos Núñez

El Norte