Entrevista al P. Álvaro Casas de la Torre

Presentamos una breve entrevista con el P. Álvaro Casas de la Torre, nuevo sacerdote mexicano, quien recibió la ordenación sacerdotal el pasado 27 de mayo de manos de Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei. Junto con él, se ordenaron otros 33 sacerdotes, de los cuales tres también son mexicanos.

Basílica de San Eugenio

Su familia es grande y numerosa; ¿Qué les quisiera decir a todos sus hermanos y parientes?

Bueno, ésta no es la primera vez que se lo digo. Les he escrito agradeciéndoles todo lo que han hecho por mí y por mi vocación, por todas las oraciones y sacrificios que han hecho y que han pedido a todos sus conocidos. Ante esta avalancha de oraciones no puedo sentirme más que agradecido y obligado a rezar por ellos. Por otro lado, les he pedido que el mejor regalo que pueden hacerme es que ellos estén cerca de Dios, quien es un Padre tan bueno y generoso, un gran pagador que se acerca y se nos da Él mismo en los sacramentos, sobre todo en la Misa y en la Confesión. Además de su actividad profesional, usted trabajó muchos años con niños y muchachos jóvenes; ¿Qué mensaje le gustaría enviarles? Sí, esta es una edad en la que los grandes horizontes se muestran accesibles, y en cierta manera los son. Algunas veces las dificultades y algunas desilusiones los desdibujan, lo que hace que disminuya el ímpetu juvenil; sin embargo, la esperanza y con ella la magnanimidad, sobre todo con Dios, para alcanzarle, para "buscarle, encontrarle y amarle", mantiene en ellos el deseo de hacer algo grande. La lucha por alcanzar estos "sueños" es un problema de toda la vida y por éso el que se mantiene joven, con la mirada puesta en un objetivo claro, es el que llega a ella, el que lo realiza. Es decir, cada paso es consecuencia de la felicidad que nos lleva a la felicidad misma. Lo mismo pasa en la vida espiritual. La fe en Dios y la caridad que Él nos da, son dos elementos indispensables que nos sostienen en la lucha y nos hacen ser fieles y decididos en el camino por alcanzarle. 

Usted conferirá, de ahora en adelante, el Sacramento de la Penitencia a muchas personas; ¿Qué nos podría decir de la Confesión?

¡Qué alegría y qué paz tan grande se consigue! ¡Qué bien se está con Dios! La Penitencia, el sacramento de la misericordia, es uno de los regalos más grandes que Dios nos ha dado. Él se acerca a nosotros para que podamos amarle, para que podamos acercarnos a Él. Cuando consideramos cuánto queremos y cuánto nos quiere una persona, muchas veces hacemos el recuento, o nos vienen a la memoria, tantas cosas buenas y tantas cosas malas en esta relación mutua, y hacemos una especie de balance del cual sacamos los resultados: si se nos ha ofendido mucho, nos inclinamos hacia los números rojos, y al contrario. Con Dios no pasa lo mismo; con la Confesión, la cuenta se convierte en un "superavit" envidiable. Dios tira y olvida, así: OLVIDA por completo todo las ofensas y nos regala su amistad y su amor. Esto nos impulsa y nos anima a no perder nunca la esperanza de ser amados, de ser queridos, comprendidos, tal como somos.

Por otro lado, uno de los gozos más grandes de un sacerdote es el de administrar y dar el perdón de Dios, en donde Él muestra todo su poder precisamente en su misericordia, en su amor incondicional por los hombres.