"Entendí que hablar con Dios es como hablar con un padre"

Cecilia Deustúa nació en Lima en 1951, hija de diplomáticos. Después de recorrer con sus padres más de diez países, conoció en Canadá al que iba a ser su marido. Trabaja como psicóloga clínica en Barcelona. Es madre de ocho hijos y supernumeraria del Opus Dei.

Cómo conocí el Opus Dei 

Me enteré que existía el Opus Dei en Canadá. Mis padres eran embajadores en ese país y allí conocí a Víctor, mi futuro marido, que era Supernumerario y trabajaba entonces en la embajada de España. Fue él la primera persona que me habló del Opus Dei. 

Mis padres eran católicos, pero en casa había una actitud que daba por supuesto que la piedad era cosa de mujeres. Al terminar el colegio, yo me desprendí de todo ese mundo religioso, que no había calado para nada en mí.

Víctor, en cambio, era un hombre de una gran fe. Cuando iba a regresar a Roma, para presentar mi tesis, me pidió que visitara la tumba de un sacerdote muy bueno, que está enterrado en tal sitio. No tenía idea de que se trataba de San Josemaría. El lugar estaba en la calle Bruno Buozzi, en el barrio del Parioli, donde yo había vivido durante años. Había pasado todos los días por delante de aquella casa, y nunca supe que era la sede del Opus Dei. Para complacer a mi novio, llamé a la puerta de la casa de Bruno Buozzi.

Encuentro con Don Àlvaro

A partir de ahí entendí clarísimamente que no soy yo quien ha elegido el Opus Dei, es Dios quien me ha elegido para la Obra.

Cuando salía ya e interiormente acababa de despedirme para siempre de aquel lugar, vi entrar a tres sacerdotes. Me fijé especialmente en el que estaba en el centro. Tenía unos ojos muy celestes, una mirada llena de bondad. Supuso que era amiga de alguna de las chicas de la Obra presentes y se dirigió a mí: “las amigas de mis hijas son como hijas mías”. Me impactó la bondad de su mirada. Pregunté como se llamaba el sacerdote: don Álvaro. 

A partir de ahí entendí clarísimamente que no soy yo quien ha elegido el Opus Dei, es Dios quien me ha elegido para la Obra.

Cuando llegué a casa le escribí una carta a don Álvaro. Le conté mi historia. No sé por qué lo hice. Pero esa misma tarde llevé la carta a Bruno Buozzi. Esa misma noche, la chica que me había atendido me llamó de parte de don Álvaro del Portillo. Así comenzó mi relación con el Opus Dei. Fue el inicio de un proceso que me llevó a descubrir realmente a Dios.

Mi encuentro con el Opus Dei fue realmente de Dios. Nunca había pertenecido a nada, tenía tal sentido de provisionalidad viviendo cada poco tiempo en un sitio diferente... Encontrarme con el Opus Dei hizo que se reestructurara mi propia existencia, fue como encontrar un camino, encontrar a Dios. La religión me había parecido hasta entonces el refugio de los inseguros. Lo veía todo muy ritualista y empalagoso y me sofocaba, me generaba una cierta aversión. Me quedaba en las formas, no entendía los contenidos. Comencé a entender los porqués, me cambió la vida. A partir de ahí entendí clarísimamente que no soy yo quien ha elegido el Opus Dei, es Dios quien me ha elegido para la Obra. 

Para mí rezar era entrar en una iglesia. A través del Opus Dei aprendí a hacer que todo fuera una conversación con Dios, fue algo revolucionario. Entendí que el trato con Dios y la vida cristiana no suponían salir del sitio donde se está. El trabajo, la familia, eran precisamente el entorno donde encontrar a Dios. Al principio, evidentemente me costó adquirir hábitos de piedad, hasta que entendí que hablar con Dios es como hablar con un padre. Para mí estar con Dios es charlar con Él.

Una doble vocación profesional: la Psicología clínica y el hogar

Si no me hubiese podido dedicar a la vida intelectual no hubiera sido feliz, no hubiera sido feliz sin un espacio a mi campo profesional, la Psicología. No siempre he podido dedicarme a la Psicología con la misma intensidad. Ha habido momentos en que la familia me necesitaba y he tenido que dejar mi trabajo para seguir a mi marido y empezar desde cero en otro sitio. Siendo madre de familia numerosa, además, he tenido bastantes problemas. No podía tener un trabajo profesional cualquiera, de esos de fichajes y horarios largos. He tenido que trabajar a horas convenidas, tanto en Roma como en Barcelona he tenido despachos privados. En Italia, con un neuropsiquiatra catalán. En Barcelona, primero trabajé en una clínica, y en varias cosas, hasta que pude montar un despacho con un psiquiatra. Ahora es un gabinete que ha crecido mucho. Podemos atender a muchas personas, desde niños a ancianos, en el ámbito psiquiátrico y en el ámbito de psicoterapia.

Hay que respetar mucho la libertad de las personas, pero si me abren las puertas y me lo posibilitan -y lo hacen muchas personas- puedo introducir también el aspecto espiritual, porque forma parte de la vida del ser humano.

Hay que respetar mucho la libertad de las personas, pero si me abren las puertas y me lo posibilitan -y lo hacen muchas personas- puedo introducir también el aspecto espiritual, porque forma parte de la vida del ser humano.

Siempre digo que lo nuestro no es un trabajo profesional, es una misión. Una misión especialmente bella porque te permite consolar, te permite hacer bien, en concreto, a personas concretas. No es un trabajo de exhibición, pero es un trabajo de una alta gratificación. 

Puedes actuar a muchos niveles. La buena educación es la base para sacar adelante a una persona, para que entienda valores, reestructurar su personalidad, reorientar su propia vida, aunque sólo sea humanamente hablando. Si no hay una enfermedad mental que impida u obstaculice la percepción de la vida de una persona, si se puede hacer con ella este tipo de labor, aunque solo sea en los primeros substratos, es enormemente positivo. Cualquier persona que se equilibre tenderá siempre a la Verdad y podrá potenciar la dotación vital, es decir, sus talentos no desarrollados.

Hay que respetar mucho la libertad de las personas, pero si me abren las puertas y me lo posibilitan -y lo hacen muchas personas- puedo introducir también el aspecto espiritual, porque forma parte de la vida del ser humano. Y como forma parte de la vida del ser humano y a mí lo que me importa es su vida íntegra, si a ella le importa, yo hablo también de esto. Pero aunque solamente hables en el ámbito humano, muchas de estas personas ya están orientadas a la búsqueda de la verdad. No nos inquieta a qué punto lleguen ni en qué circunstancias se encuentren porque siempre se puede hacer algo por ellas. Siempre, siempre.

La formación de los hijos

Gracias a nuestros hijos, mi marido y yo hemos podido hacer tantas cosas. Al contrario de lo que suele decirse, la familia numerosa es lo que ha multiplicado nuestras habilidades, porque por ellos hemos trabajado y por trabajar nos hemos multiplicado. Gracias a nuestros hijos y al esfuerzo que ha supuesto para nosotros dos hemos podido progresar dentro de lo que cabe. Hubiéramos podido tener una vida mucho más cómoda, pero de menos calidad humana. 

Para educar a los hijos, lo importante es la formación personal. En qué te quieres convertir. A quien quieres ver en el espejo cuando te levantas ¿Quieres ver una persona buena, educada, generosa? Pues constrúyela. Descubrir que uno puede construir eso es maravilloso. A los hijos les ayuda percibir un testimonio de lucha de los padres, no un testimonio de perfección, sino de lucha, en el que caben los errores, cabe recomenzar... Todo esto he aprendido en el espíritu del Opus Dei y es lo que intento vivir.