Enamorada de la vida ordinaria

Chayo Uriarte de Atilano, poetisa mexicana próxima a cumplir su centenario habla -en mayo de 2007- sobre la influencia de san Josemaría Escrivá y el Opus Dei en su vida.

"Desde que aprendí a leer a los 6 años, me aficioné a escribir todas aquellas ideas y sentimientos que despertaban en mí las obras de muy variados autores, así como el inefable libro de la naturaleza".

Chayo nació en Culiacán, Sinaloa, en 1909, muy pronto se fue a vivir a Mazatlán con toda su familia, donde la belleza y la fuerza del mar fueron detonadores y motivo de inspiración de múltiples trabajos.

En 1932, fue a radicar a Guadalajara, Jalisco, por motivos de trabajo, ciudad en la que conoció a Agustín Basave, maestro de varias generaciones, quien la dirigió en la lectura, la animó a escribir y la apoyó para que publicara su primer libro de poemas “Cosecha” en 1933.

"Antes de esa publicación, tuve la gran fortuna de presentar mi obra poética en el Palacio de Bellas Artes en la ciudad de México. Para mi sorpresa, mis versos tuvieron gran aceptación, lo que indudablemente me motivó para seguir escribiendo, ya que se empezaron a publicar en los principales periódicos de la ciudad de México, Guadalajara y Mazatlán".

Nuevas publicaciones vieron la luz: en 1940 “Musgo”; en 1946 “Esta es mi vida de hoy”; en 1955 recibió el premio Sixto Osuna –medalla de oro- en los juegos florales de Mazatlán por “Ausencia sin olvido”; en 1956 “En el final del cuento” –premio Jalisco de poesía- de manos de Agustín Yañez, gobernador y hombre de letras del Estado. En 1973 “Rubí”; “Collage” en 1989; “A Corazón abierto” en 1993. En 1999 “De Romances y corridos”; en 2001 “Con mi niño en los brazos”… En 2004, publicó una pequeña selección de su obra en prosa, que inició con el título “Las Cosas pequeñas”, y desde el año 1959, colaboración semanal ininterrumpida en el periódico “El Informador” hasta el año 2005, con un volumen aproximado de 4,000 artículos reflejo de la vida familiar de una esposa y madre, enamorada de la vida ordinaria.

"Pero lo fundamental es que durante todos estos años, he ido escribiendo el libro… mejor dicho: el poema de mi vida. En esta larga trayectoria, desde hace muchos años, ha sido esencial mi contacto con san Josemaría Escrivá y el Opus Dei. En las palabras de este sacerdote santo, a quien tuve el gusto de conocer aquí en Guadalajara en 1970, he encontrado muchas veces la clave de mi vida, mi matrimonio, la educación de mis cinco hijos y el acierto para tratar de seguir su consejo: convertir la prosa diaria en endecasílabos, en verso heroico, por el amor que ponéis en vuestra ocupación habitual. (Es Cristo que pasa; Homilia: En el Taller de José, n. 50).

También en los años 70, mi esposo y yo tuvimos una entrevista con san Josemaría en Roma. Lo que más nos llamó la atención en ese encuentro fue su gran amor por la Iglesia, que atravesaba tiempos difíciles después del Concilio Vaticano II. Se me quedó muy grabado su afán de almas, la urgencia de hacer apostolado. Yo había pedido mi admisión en el Opus Dei pocos meses antes. Después de resistirme a la vocación de una de mis hijas, pensé: si ella es tan feliz en este camino ¿por qué no animarme a recorrerlo? Y empecé a tratar de servir a los demás con mi vida ordinaria y mi trabajo literario".

"No acabo de agradecer a san Josemaría el haber 'encontrado la forma' de unir el cielo con la tierra, como él decía, al contemplar y ofrecer las acciones cotidianas. Siento un gran amor por las cosas pequeñas, aparentemente intranscendentes. Son ellas las que conducen, con constancia y paciencia, a la realización de nuestros anhelos, a la materialización de nuestros ideales, a la culminación de nuestros sueños. Son ellas las que llenan nuestras horas, minuto a minuto, formando un compacto tejido de penas, alegrías, dudas, satisfacciones, temores, lágrimas, risas y plegarias; hacen de nuestra casa un hogar y estrechan los lazos que unen a nuestra familia".