En la RUL, junto a san Josemaría

La residencia siempre estaba en continuo movimiento: entre exámenes, salidas, festejos y estudio, la casa bailaba con las idas y venidas de las residentes. Pero ese día de mayo de 1970, se notaba un aire especial. Esta es una entrevista realizada a Pilar Musi, quien en 1970 fue directora de la Residencia Universitaria Latinoamericana.

Durante el mes y medio que duró la visita del Fundador a México, se sucedieron numerosas tertulias, muchas de las cuales tuvieron lugar en la RUL (Residencia Universitaria Latinoamericana), la residencia que dio continuidad en el tiempo a aquella que Guadalupe Ortiz de Landázuri inició con tanta fe a su llegada a México, en 1950.

El 1° de junio de 1970 san Josemaría estuvo nuevamente en la RUL, en esta ocasión acudió allí tanto por la mañana como por la tarde. Sus visitas a ese lugar habían sido frecuentes desde aquella primera del 19 mayo en que acudió como respuesta a la invitación escrita que le habían hecho llegar las residentes que querían verlo antes de marcharse a sus hogares con ocasión del verano.

Pilar Musi conserva vivos recuerdos de aquella primera tertulia: «las palabras de san Josemaría animaron a las residentes, que de inmediato comenzaron a hablar de sus ilusiones e inquietudes con toda confianza. Una de ellas, incluso, presentó un retrato enorme de su novio, y le pidió al Fundador que lo bendijera, lo que le hizo mucha gracia a san Josemaría: “Con mucha alegría bendigo yo a este y a los novios de todas, pero la próxima, no me traigan una fotografía de tamaño natural”». En una entrevista que tuvimos con ella recordaba que aquel primer día «cuando estaba por salir a la cochera, me acerqué y le dije que era la directora de la residencia. San Josemaría me dijo que era una labor difícil, pero que luego se veían los frutos».

Las visitas del Padre supusieron la alegría de verlo en muchas ocasiones, pero también mucho trabajo para quienes allí vivían.

Nos cuenta Pilar que la residencia rápidamente se convirtió en escenario del encuentro de personas de todo el país, así como una sorprendente cantidad de extranjeras. Guatemala, Venezuela, El Salvador, Costa Rica, Estados Unidos, Canadá… El ambiente de familia parecía bullir y volverse más patente entre ese sinfín de idiomas y acentos distintos. «Padre, soy de Venezuela...», «Soy su primera hija de Ucrania…», «We love you very much…» Las que no hablaban español, se sentaban cerca de las traductoras y, así, con la mirada atenta, no se perdían ni una sola palabra.

En la RUL, los días pasaron con rapidez. Allí acudieron madres de familia, estudiantes, amas de casa, profesionistas, abuelas y universitarias quienes iban y venían por la residencia; su emoción era palpable. El vestíbulo era un torbellino de conversaciones y niños que corrían de un lado a otro. En una ocasión, antes de que comenzara una tertulia especialmente numerosa, san Josemaría escuchó mucho ruido al llegar a la RUL y preguntó qué nueva máquina había en la casa. «Padre» —le contestaron— «son las señoras que le están esperando». En esas reuniones de familia, se hablaba de los hijos, de entrega; de cariño a la Virgen y de amor al Papa; de Eucaristía y de la importancia del “ejemplo de mamá».

También en ese lugar, el Padre recibió a varias familias y fue allí mismo, recuerda Alejandro Salas, donde Ramón Salas, el autor intelectual de “las mañanitas” con mariachis, le preguntó. «¿Padre le gustaron los mariachis?, y contestó: hijos míos, qué despertar más delicioso; tenéis que saber que estos hijos míos —dirigiéndose a don Álvaro y a don Javier—, me tratan como a un viejo de 80 años, y hacen bien, y cuando me encuentran ya bañado y vestido cuando me van a buscar, me regañan; así que ese día, yo estaba muy obediente acostado haciendo oración, y me habéis ayudado a hacerlacon esas canciones tan bonitas que vosotros tenéis. Pero que no se repita, por pobreza».

San Josemaría regresó a Europa el 23 de junio de 1970, casi un mes y medio después de haber llegado a México. «He aprendido mucho, mucho: de modo que no tengo nada que decir, a no ser que quiero a este país con toda mi alma». Sus palabras parecieron quedar grabadas en las paredes de la residencia. La alegría de esos días tenía el sonido de los mariachis que despertaron a san Josemaría una mañana y el sabor del mango que tanto sorprendió y agradó al Fundador; tenía la profundidad de la mirada de las residentes al oír hablar sobre la importancia de defender la dignidad de la mujer en esa primera tertulia y la emoción del último día junto a san Josemaría en la Basílica de Guadalupe. Tenía el calor de hogar que solo una familia puede tener, a los pies de una misma Madre: «Que en vuestra vida esté presente la mirada de vuestra madre —vuestra mamá— y la mirada de Nuestra Madre del Cielo, la Virgen de Guadalupe».