En el plano, Dios y yo

Es verdad que la belleza se encuentra en la naturaleza y en el arte, pero Gabriel Ruiz, arquitecto, explica que nada de eso se compara con la misericordia de Dios, que perdona los errores y endereza los caminos torcidos.

Eres supernumerario desde hace un par de años, ¿podrías decirnos que te llamó la atención del Opus Dei?

Desde que era niño buscaba poder conjugar la formación que había recibido en mi casa con la vida ordinaria. Pensaba que esto se tenía que juntar en algún momento. Cuando conocí la Obra descubrí que había algo que se llamaba unidad de vida, y eso tuvo mucho sentido para mí.

¿Cómo se relaciona tu trabajo de arquitecto, que trata con la belleza, con la búsqueda de trascendencia?

La belleza es una cosa que todos los seres humanos reconocemos porque estamos diseñados para ella, en nuestra naturaleza está el reconocerla, por eso todas las culturas reconocen lo mismo. Y la trascendencia es igual: todos la reconocemos.

Específicamente, ¿cómo santificas tu trabajo?

Como arquitecto, para santificar mi trabajo, en lo que pienso es que en el plano estamos únicamente Dios y yo. Nunca he pensado que mis obras van a ser gigantescas. Mis trabajos son cosas muy sencillas, hago cosas muy normales como para que puedan trascender en la historia, pero como lo hago con Dios, la verdad es que me da lo mismo.

¿Qué le ha aportado el Opus Dei a tu vida?

El Opus Dei siempre me llamó la atención porque es totalmente normal; los miembros de la Obra no tenemos nada de especial. Yo encuentro a Dios en las cosas que hago, no he tenido que dejar de ser yo, sino que me he enriquecido haciendo las cosas normales, buscando la santidad en las cosas de todos los días.

¿Y te parece que quienes te rodean han notado algún cambio en ti desde que eres miembro de la Obra?

En el trabajo hay gente que sabe que soy del Opus Dei porque además de ser mis compañeros de trabajo, son mis amigos. Pienso que lo que ellos han podido notar es que un miembro de la Obra es normal, que no tiene nada de especial, que se equivoca como cualquiera, que tiene defectos y que lucha por sacar adelante las cosas. Lo que está claro es que yo sí he notado muchos cambios en mí, de manera interna.

Ahora que estamos en un año jubilar, ¿cómo explicarías a tus compañeros de trabajo o a tus amigos qué es la misericordia?

Pienso que la misericordia la podemos entender hasta que nos equivocamos. Es muy difícil que alguien pueda pensar en el amor de Dios y en su capacidad de perdonar cuando no ha sido perdonado. Lo que yo destacaría de esto es que Dios ya tomó en cuenta mis errores y que decidió perdonarme. Creo que recordar eso es lo fundamental: la misericordia tiene que estar ligada a la palabra “amor”.

Le diría que todas las cosas bellas y extraordinarias que, por ejemplo, buscamos ver ―un atardecer, un volcán, subir una montaña― no se comparan con lo que hace Dios con nosotros cuando nos perdona y cuando sobre nuestros errores reconstruye los caminos que nosotros habíamos deshecho. Nosotros, porque tenemos los pies de barro, nos podemos equivocar, y Dios, con todo su amor, nos ayuda a darnos cuenta de nuestros errores y de aquellas cosas que ya no podemos cambiar. La misericordia es para para los que nos equivocamos, porque con ella es Él quien endereza los caminos torcidos.