El librito

Un hombre encuentra su "Camino" en un lugar insospechado y bajo circunstancias poco usuales.

Muy temprano, en cuanto salía de mi celda, me encontraba con la misma escena: Nabor perfilando en madera la figura de un gallo de pelea. Luego pegaba cinco de esas aves con resistol –así le daba a las figuras volumen– y usaba palillos cortados a la mitad para simular las plumas crespas de un gallo a punto de la pelea. Así creaba sus esculturas.

Este artesano-escultor era un preso de aproximadamente 45 años de edad, de mediana estatura, piel blanca, pelo negro con corte a cepillo , manos fuertes y gruesas. Lo que mejor recuerdo es su mirada llena de inteligencia y picardía que iluminaban sus pequeños ojos negros.

Siempre recordaré su optimismo y alegría, características prácticamente inexistentes en las penumbras de la cárcel.

-“Hola, tío, ¿qué ondón?, ¿ya levantado?”.

-“Pues sí, Nabor, es lunes y debo apurarme a realizar varias cosas, antes de abrir la biblioteca”, le contesto.

-“¿Quiere usted, tío, un café?”.

Asiento con la cabeza, desaparece y regresa con un vaso humeante de unicel .

”Conforme releía el librito, me iba cayendo el veinte, entendí que todo lo que me había pasado era de mi absoluta responsabilidad, de nadie más".

Lo observo mientras bebo lentamente mi café. Hace tres años que llegué a este dormitorio del penal y aquí lo conocí, él llevaba ya siete años. Termino mi café, apuro mis tareas domésticas –lavar mi ropa, asear mi celda, dejar cociéndose el pollo en la parrilla– y me encamino a los teléfonos, sorteando un enjambre de presos como yo.

Cerca de los aparatos telefónicos, un grupo de presos ríe a carcajadas por haber mojado y dado de coscorrones a La Chocoreta , un reo ciego que, tercamente y lloriqueando, trata de alcanzar a alguno de sus agresores.

Por fin llego al teléfono, descuelgo, meto una tarjeta en la ranura y marco. Tras unos instantes oigo la voz infantil que me responde.

-“Bueno, bueno, ¿quién llama?, conteste o cuelgo, ¿eres tú, abuelo?, háblame, te extraño...”.

Corto la comunicación mudo de dolor. No me atrevo a contestarle a mi nieto. Me da vergüenza que sepa que estoy en la cárcel. Soy un cobarde. Llevo tres años intentando explicarle por qué no estoy con él… no puedo.

Con trabajo subo las escaleras para dirigirme al local de la biblioteca; los ojos se me nublan. Apenas cruzo la puerta de la biblioteca y empiezo a llorar desconsoladamente.

Después de un lapso de tiempo que parece interminable, sucumbo en un silencio pesado. Con los ojos rojos y el alma seca, sin más lágrimas para verter y extenuado, trato de recuperar la compostura. La puerta se abre y distingo los ojillos pícaros de Nabor. Trae entre sus manos un vaso de té caliente, y en la boca una conversación inesperada:

-“¿Ahora qué, tío?, ¿a poco se va a doblar?, ¡aguante!”.

Sorbiendo el té, le relato pausadamente mi cobarde y frustrada comunicación con mi nieto.

-“Mire, tío, usted va a salir, no hay cárcel eterna y si su nieto lo ama, él entenderá. Lo de usted tiene arreglo; míreme, llevo diez años en la cárcel, perdí a mi esposa, mis hijos no quieren saber nada de mí y mi madre murió. Al principio sufrí mucho, a lo mejor más que usted: caí en las drogas y robaba a los otros internos para mantener mi vicio.

”Un día por robarle a un padrino, me picaron . De emergencia, desangrándome, me llevaron al hospital. La puñalada no me mató, y regresé al penal aunque el tratamiento duró muchos meses. Una vez que fui a consulta, me topé con un tío que pronto abandonaría el penal. Me miró y, en automático, me dio un librito con pensamientos numerados, como si fueran recetas. Sólo me dijo: -‘Léelo, yo ya me voy’.

”Me dio una envidia rabiosa que ese viejo se fuera y no yo, que era mucho más joven, pero me guardé el librito. Distraídamente, casi sin querer, empecé a leerlo. Con las recetas del librito, meditadas, también comenzaron a sanar las heridas de mi alma. Dejé las drogas, me arrepentí de mis malas acciones, traté de reparar el daño que le ocasioné a los demás y, poco a poco, me fue invadiendo una paz interna.

”Conforme releía el librito, me iba cayendo el veinte , entendí que todo lo que me había pasado era de mi absoluta responsabilidad, de nadie más. Al seguir los pasos que marcaba el librito encontré precisamente ese “Camino” que necesitaba para cobrar plena conciencia de mi vida”.

Al escribir estas líneas, estoy a punto de abandonar la cárcel. Ya no hay angustia. Lo que tengo es esperanza.

Nabor iba a continuar pero la voz chillona de otro preso, un estafeta llegó corriendo a donde estábamos. Como buen mandadero, le dijo: -“Oye, vas a mesa de prácticas, apúrate”.

Nabor me miró y agregó: -“Ahorita regreso, tío, para seguir platicando”. Y se fue.

Dos horas después regresó  y, con una amplia sonrisa que no le cabía en el rostro, me espetó: -“¡Me concedieron el amparo, soy libre!”.

Ya de noche, a punto de que nos apandaran –el momento en que nos encerraban con candado en nuestra celda–, tocaron a la puerta. Era un radiante Nabor. Me abrazó, me entregó el librito y dijo:

-“Léalo, tío. Cada vez que sienta la necesidad de compañía, ábralo, en donde sea: al principio, al final, en medio. Lea usted con detenimiento cada uno de los pensamientos y el librito responderá a sus preguntas. Así encontrará la paz interna que tanto necesita. Cuando usted se vaya, entréguele el librito a quien lo necesite”.

Al día siguiente, en la soledad de mis pensamientos, sentí que era el momento oportuno. Saqué el librito –“Camino”, de Josemaría Escrivá de Balaguer– lo abrí al azar y el título del capítulo hirió mi mente, decía “Tribulaciones”.

Comencé a leer y no pude detenerme durante un buen rato. Hubo un verdadero zarandeo espiritual: reflexión, arrepentimiento, deseos de reparar el daño, obtención del perdón, paz interior… Seguía preso pero las rejas del alma se abrieron.

Al escribir estas líneas, estoy a punto de abandonar la cárcel. Ya no hay angustia. Lo que tengo es esperanza; por fin hablé con mi nieto y él me espera. Además, cuando llegue el día de mi salida, ya sé a quién entregaré el librito. Es un joven preso que necesita abrevar de sus páginas la miel de la sabiduría profunda que contiene.

Testimonio de eventos ocurridos en el Reclusorio Preventivo Varonil Norte, Ciudad de México.