Don Álvaro: fidelidad en la continuidad

El encuentro con el Fundador supuso el encauzamiento del rumbo de la vida de don Álvaro, misma que se convirtió en un ejemplo de fidelidad cimentada en la lucha continua por servir.

Pocos días antes de morir, el 11 de marzo de 1994, durante la Santa Misa, don Álvaro, haciendo uso de unas palabras que había escuchado de San Josemaría, dijo: “todo está hecho… y todo está por hacer”. Acercándose el centenario de su nacimiento podemos contemplar la estela de frutos de una vida de servicio de amor a las almas: “Doy gracias por los incalculables bienes que debo a Dios… tanto tiempo, tanto a su lado, como la sombra que no se separa del cuerpo”,  refiriéndose a la misión que compartió con el Fundador del Opus Dei.

Don Álvaro recordaba la formación recibida en su familia como preparación para lo que sería una vida de entrega: “Agradezco a Dios el don de la vida, y que me hiciera nacer en el seno de una familia cristiana, en la que aprendí a amar a la Virgen como a mi Madre y a Dios como a Padre mío. Le doy gracias también por la formación que recibí de mis padres –piedad verdadera, sin beatería–, que fue preparación para el encuentro providencial con nuestro amadísimo Fundador, que encauzaría el rumbo de  mi existencia”. (1)

Desde pequeño dejaba ver su natural bondad y la fortaleza de carácter mostrando las cualidades que el Señor le había dado como preparándolo para ser él mismo obra de Dios. Al hablar de él, los demás sencillamente lo describían como “un niño bueno que le gusta ayudar a los demás”.

A partir de aquel primer encuentro con lo que sería el camino de su vida, puso sus cualidades humanas al servicio de diversas tareas para sacar adelante el Opus Dei, con espíritu de trabajo y amor al mundo.

En 1940 con 25 años de edad fue nombrado Secretario General de la Obra.  “Dios lo quiso así: inicialmente el Fundador no había pensado en él, sino en otro.  Pero comentaba a veces, en  ausencia de don Álvaro, que se lo encontró. (2)

En 1939, San Josemaría le escribió: “Jesús te me guarde, Saxum [roca]. Y sí que lo eres. Veo que el Señor te presta fortaleza, y hace operativa mi palabra: saxum! Agradéceselo y séle fiel (…)”. (3)

Al final de la Guerra Civil, cruento conflicto en el que don Álvaro pudo sufrir en carne propia el odio y la crueldad, su vida se identifica con la batalla de dar a conocer el Opus Dei por toda la península Ibérica y el mundo.

"Jesús te me guarde, Saxum [roca]. Y sí que lo eres. Veo que el Señor te presta fortaleza, y hace operativa mi palabra: saxum!"

La  ordenación sacerdotal la recibió después de un intenso periodo de formación en 1944, junto con José María Hernández Garnica y José Luis Múzquiz, quienes serían los primeros miembros de la Obra en recibirla.

Decía: “¡Todo fue muy sencillo! No hay nada ‘ barroco’ en la Obra. Nuestro Padre sabía perfectamente que podía disponer de nosotros, y nosotros respondimos libremente, sin ninguna coacción”. (4) Se trataba de un nuevo llamado de Dios que unía el ministerio sacerdotal, servicio a las almas, con el servicio a la Obra.  “Aquella ‘paternidad’  que esperaba de Álvaro el Fundador arraigaba ahora en él de modo sacramental y se iría desarrollando con el tiempo, hasta injertarse en la de San Josemaría cuando fue elegido su sucesor.” (5)

A partir de 1946 residió en Roma junto al Fundador para proseguir los trabajos de la configuración del Opus Dei dentro del marco jurídico vigente en  la Iglesia, que entonces quedó como sociedad de Derecho Pontificio: significando ya el alcance universal que la había caracterizado desde sus inicios. Obispos y Cardenales con los que tuvo trato conservaron su amistad, luego en distintas ocasiones al cabo del tiempo lo  llamaron a servir a la Iglesia en diversos organismos.

Su papel en el Vaticano II dejó una huella a través de su participación en tareas de relieve para el estudio de uno de los temas principales del Concilio: “la distinción entre fiel y laico”, al delimitar con precisión estas dos figuras.

Los años en Roma incluyeron múltiples dolores y alegrías en el entramado propio del querer de Dios que se mezclaron también con serias contradicciones, como la tarea de elaborar los documentos requeridos para la configuración jurídica apropiada para el Opus Dei y la necesidad de construir sin medios económicos la sede central de la Obra.

Así recibió de Dios el encargo de ponerse al frente del Opus Dei, al fallecer el Fundador el 26 de junio de 1975.  Y enseguida don Álvaro escribió una muy entrañable carta de hermano mayor a todos los miembros de la Obra narrando “con detalle todo lo que sucediera desde la víspera del  fallecimiento, 25 de junio, miércoles, hasta las solemnes exequias en la Basílica de SanEugenio. (6)

Fue un periodo de gran paz, con una gran nostalgia que se prolongó y se prolonga con su recuerdo: ese periodo sería la “fidelidad en la continuidad ”, frase quedecía desde el 15 de septiembre de ese mismo año. En los casi 20 años en los que fue sucesor de San Josemaría tuvieron lugar hitos importantes en la historia del Opus Dei, y como él decía, sería la “historia de las misericordiasde Dios” , también por como don Álvaro supo volcarse con todo su temple humano y espiritual.

Con la paternidad recibida del Fundador, los miembros de la Obra le recordarán siempre como el hijo más fiel . En marzo de 2005, Mons. Javier Echevarría recordaba cómo sigue intercediendo por la Obra y decía: “Fijaos en el ejemplo de fidelidad que nos ha dejado a base de una lucha cotidiana. En la vida de don Álvaro existen paralelismos con la de nuestro Fundador.  Sus últimos años fueron de gran fatiga física, que nunca consideró una excusa para no vivir muy pendiente de sus obligaciones.  Hasta el final –en la Misa que celebró en el Cenáculo, en el avión, al llegar al aeropuerto… (cuando regresaba de Tierra Santa)–, estuvo siempre atento a los demás.  Si queremos triunfar, debemos permanecer con Cristo en la Cruz, sirviendo constantemente”.

Notas:

1. Salvador Bernal, Recuerdo de Álvaro del Portillo, Prelado del Opus Dei, 4ª Ed.,

Madrid, Rialp, 1996, pp. 294-295.

2. Ibídem . p. 66.

3. Ibíd. p. 67.

4. Ibíd . p. 84.

5. Ibíd. p.110.

6.   Hugo de Azevedo, Misión cumplida. Mons. Álvaro del Portillo , 2ª Ed., Madrid, Palabra, 2012, p. 205.

Nora Villasana