Dios habla todas las lenguas

Key nació en Japón, hizo su vida en México y descubrió la fe con la ayuda de los libros escritos por san Josemaría Escrivá de Balaguer.

Heiriku Sashida y su esposa Key.

Mi abuelita materna Key (1907-1998), de origen japonés, llegó a México recién casada con mi abuelo Heiriku Sashida con motivo de su trabajo en la Embajada del Japón en México. Cuando se cumplió su período laboral decidieron quedarse en este país para formar una familia. Tuvieron once hijos: seis mujeres y cinco hombres.

Al dejar la Embajada pusieron una mercería en la que trabajaba el abuelo. Mi abuelita lo acompañaba y ayudaba con la contabilidad. En la casa trabajaba Julia, muy buena mujer a quien querían como si fuera de la familia. Ella se hacía cargo de los niños, lo que le dio oportunidad de iniciarlos en la doctrina cristiana. Les enseñó a persignarse, algunas oraciones e incluso cantos que aprendió hasta la mascota: un simpático perico trilingüe que entonaba alabanzas a Dios en castellano y latín y pronunciaba perfectamente los nombres en japonés.

Key Sashida (1907-1998).

Julia era muy devota, iba a Misa no sólo los domingos sino siempre que su trabajo se lo permitía y fue inculcando esa piedad en los niños quienes con el paso del tiempo abrazaron la fe católica, empezando por Gloria que a sus doce años se empeñó hasta que consiguió, no sin lágrimas, el permiso de sus papás para recibir el Bautismo, la Primera Comunión y la Confirmación.

Gloria, mi mamá, se casó con Tomás y se fueron a vivir a Culiacán, Sinaloa. Cada vez que teníamos vacaciones escolares largas o llegaba un nuevo bebé, la abuelita Key, que residía en León, se iba a pasar una temporada a nuestra casa para echar una mano en lo que hiciera falta, a veces su estancia se prolongaba hasta un mes. Durante ese tiempo rezaba con mi mamá, quien ya era supernumeraria del Opus Dei, porque estaba convencida de que ambas adoraban al mismo Dios pues mi abuelita practicaba el Oomoto, religión oriental que reconoce a Cristo como Dios.

Key, con sus once hijos.

Alrededor de 1976, cuando yo había pedido mi admisión a la Obra, empezaron a publicarse algunos de los escritos de San Josemaría en japonés y se los fui enviando: Camino, Via Crucis, Es Cristo que pasa, homilías sueltas… Ella me contestaba muy agradecida diciendo que le gustaban mucho y que no solo los leía, sino que los meditaba en su oración personal. Más adelante me hablaba de su devoción a la Virgen. Algunos años después, mi abuelita Key fue recibida en la Iglesia católica, como todos sus hijos y nietos. Estoy segura de que los escritos de san Josemaría –a quien además acudíamos constantemente mi mamá y yo– fueron un impulso fundamental para su conversión.