Consejos para unos novios próximos a contraer matrimonio

Paz y Alejandro Fernández Cueto contrajeron matrimonio en mayo de 1970, mientras san Josemaría estaba en tierras mexicanas. Quisieron hacer partícipe de su boda al Padre, para que les diera la bendición y se las ingeniaron para conseguir su objetivo. Compartirnos un testimonio que nos envió Paz en el que nos cuenta la historia.

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Faltaba una semana para el 30 de mayo de 1970. Por fin llegaba el día de nuestro matrimonio después de más de seis años de noviazgo. Como Alejandro y yo éramos de la Obra, nos daba una ilusión enorme celebrarlo ahora, cuando el Padre estaba tan cerca de nosotros; teníamos que encontrar la manera de entregarle personalmente la invitación.

Acudimos a Quico, primo mío y amigo de Alejandro, director de la casa donde estaba hospedado el Padre, pidiendo nos diera oportunidad de verlo. Después de varios intentos, nos citó en Augusto Rodin el sábado 23 por la mañana. Cuando saliera hacía la Villa para rezar junto a la Virgen de Guadalupe, el último día de la novena, lo saludaríamos de pasada sin entretenerlo, para darle la invitación, y pedir su bendición.

Ese día amanecimos emocionados, sin poder compartir con nadie de su familia o de la mía, lo que para nosotros significaba ese encuentro. La vocación a la Obra que habíamos recibido hacía poco más de un año, había venido a darle un sentido nuevo a nuestro noviazgo y ahora, al matrimonio que estábamos por iniciar.

Antes de llegar pasamos a Sanborns a comprar una rosa de plata, de esas que entonces vendían, para entregársela al Padre junto con la invitación. Al llegar a la puerta roja de la casa, Quico nos indicó que nos paráramos en el pasillo, esperando que salieran en su camino hacía el coche.

De pronto se dejó venir caminando de prisa como solía hacerlo, seguido de varios que lo acompañaban. Al vernos se detuvo y le entregamos la invitación diciéndole: Padre, nos casamos en una semana, y en seguida, dejando de lado a quienes venían detrás, nos metió a un recibidor y cerró la puerta mientras nos decía,

-Vengan conmigo, pero dejadme cerrar la puerta para poderos hablar con libertad.

Sin perder tiempo en preámbulos, nos sentamos y en directo nos dijo:

-¿Os queréis mucho? Pues entonces tenéis que reñir de vez en cuando. Mis padres que se querían, reñirían también, pero nunca delante de nosotros. No riñáis nunca delante de los hijos.

Y dirigiéndose a mí me dijo:

-¿Quieres a este hijo mío, lo quieres con todo y sus defectos? Porque si no…, no lo quieres. Porque tú también los tendrás.

Y continuó diciéndonos a los dos:

-El amor de los esposos yo lo bendigo con las dos manos, porque no tengo más, como bendigo el amor bendito de mis padres.
-Aunque tengáis todo el dinero del mundo, no durmáis nunca en camas separadas, ¿está claro? porque así, después de algún disgusto durante el día, una caricia y se arregla todo.
Os habla vuestro padre, vuestro abuelo, en la presencia de Dios.

Luego le dijo a Alejandro:

-No descuides los detalles de cariño, unas flores, algo que le guste…, y tú también, me dijo a mí, en las comidas, en el arreglo de la casa…, ten siempre pequeños detalles que le hagan la vida agradable.

Y volvía a interrumpir la conversación para decirnos:

-Os habla vuestro padre, vuestro abuelo, en la presencia de Dios.

De pronto cambió a un tono más serio, mientras nos dijo con firmeza:

-No ceguéis nunca las fuentes de la vida, ¿está claro?

En ese momento sacamos las fotos de nuestras familias, las dos numerosas, nosotros catorce hermanos y Alejandro nueve, pensando ingenuamente que nos iba a felicitar.

Después de bendecir las fotografías y comentar:

-Todos majos

Volvió a mirarnos insistiendo con fuerza:

-¡Me refiero a ustedes! Y si tenéis algún problema, id con un hijo mío que él os ayudará

Ya, en un tono más dulce nos dijo:

-Que Dios os dé corona de hijos, me dará mucho gusto, porque ya me lo avisaréis.

Y luego nos preguntó:

-¿Cuándo es la boda? Os tendré muy presente ese día en la Santa Misa.

Al tiempo que nos daba unas medallas con la imagen de la Virgen y la inscripción que decía: Santa María Regina Operis Dei ora pro nobis.

-No son de oro porque yo no tengo oro.

-Y ahora poneros de rodillas para daros la bendición del viaje,

Porque la vida es un viaje, y nos veremos al final del camino.

Antes de despedirnos nos dijo:

-Podéis besaros con toda libertad,

Y tomando a Alejandro, mientras le daba dos besos me dijo a mí:

-Estos te los robo a ti.

Abrió la puerta y quería acompañarnos hasta la salida, pero al ver que no había pasamanos en la escalera, dijo a los que ahí estaban:

-¿Cómo es que no hay pasamanos para apoyarme y poderos bajar?

Lo habrán puesto en seguida. Lo cierto es que salimos felices directo a escribir todo lo que el Padre nos había dicho, con la sensación de haber estado con alguien que nos quería, con alguien que nos transmitió su cariño de verdad, como un padre, como abuelo en la presencia de Dios.