José permanece inmóvil ante la puerta que se acaba de cerrar frente a él. Ya ha perdido la cuenta. Posada tras posada, ha recibido la misma respuesta: aquí no hay lugar. La noche es fría. Las calles están ahora casi vacías. José, con el corazón encogido, vuelve sobre sus pasos. ¿Qué le dirá a María? ¿Qué debe hacer él? ¿Será que Dios los ha abandonado? Inmediatamente abandona este pensamiento. Sabe que el siervo no pide explicaciones a su amo.
A san José le pido que me ayude a darme cuenta de que también habrá fracasos, que no pasa nada: que nunca me olvide que todo es para gloria de Dios.–Alfonso
María lo espera en la esquina entre dos calles principales, donde ha nacido y crecido una higuera. Junto a ella, el burrito que han traído desde Nazaret ha inclinado la cabeza para pastar. María adivina en la expresión de José el resultado de la búsqueda. Le sonríe, aunque se encuentra un poco pálida. Se han quedado solos. Las familias en Belén se han ido a dormir. Todas menos una.
Vivir la fe. Vivir de fe. ¿Dónde? Primero, en mi matrimonio. Y para mí, el ejemplo de san José es muy cercano, porque él también tuvo la misión de querer y cuidar a su esposa. –Fernando H.
Ante el dolor, ante el sufrimiento, se alza –imponente– la pregunta: ¿por qué Dios no interviene? ¿Acaso se goza en las penas de los hombres? Quizá pueda preguntarse lo mismo un niño que llora porque su madre no ha querido darle un cuchillo para que juegue. Dios, que tiene corazón de padre y corazón de madre, actúa a través de las personas: Él pensó en José desde antes de la creación del mundo para que acompañase a María y al Niño en esa fría noche de Belén.
Tengo a san José muy presente, sobretodo en esos pequeños detalles que haces por la familia y que ni siquieres esperas o quieres ser aplaudido. Pienso en él al considerar esa santidad en lo oculto. –Fernando D.
La noche avanza con serenidad y las estrellas se divierten asomándose a los sueños de los niños. Corre un viento frío, y el canto de los grillos se ve interrumpido intermitentemente por el ladrido de algún perro que recorre los callejones de Belén. Los poderosos de la Tierra duermen enfrascados en sus riquezas y ahogados en su egoísmo. En las afueras de la ciudad, en un humilde establo, se escucha el llanto de un recién nacido; y en los campos de Belén, un grupo de pastores escucha atónito el coro de los ángeles que anuncia el nacimiento del Mesías esperado.
Creo que es admirable lo que hizo san José, cómo cuidó a María y a Jesús. La familia puede parecer algo fácil, pero es muy complicado sacar adelante un hogar. Para eso, yo tomo muy en cuenta el ejemplo de la Sagrada Familia.–José Luis
El burrito continúa echado junto al pesebre. El buey se ha acercado para mirar mejor a la singular pareja con la que comparte techo esa noche. Un perrito ha entrado a la cueva, tal vez atraído por el calor del fuego encendido. José continúa mirando al Niño, sin poder despegar los ojos de él. María los observa con una sonrisa y guarda esa imagen en el corazón.