“Coloca esta pieza acá y ésta otra allá”

Con casi ningún medio humano, pero con mucha confianza en Dios, san Josemaría, luchó por sacar adelante el Opus Dei. Una anécdota sobre un viaje que el Fundador hizo a Londres deja en claro que Dios lo puede todo.

En el Reino Unido con Don Álvaro (1959).

Desde los inicios de esta Obra de Dios, fundada el 2 de octubre de 1928, en Madrid, aunque con una raigambre universal, san Josemaría tuvo la certeza de que esta institución saldría adelante por un querer divino y no por una mera invención humana. Y les repetía a sus primeros miembros: “el Cielo está empeñado en que la Obra se realice” y subrayaba que él se sentía como un pequeñín que obedecía a su Padre-Dios que le iba diciendo “coloca esta pieza acá y ésta otra allá”. Fue así como nació el Opus Dei. Poco tiempo después, en 1931, ante serias incomprensiones que sufría, recibió luces especiales del Señor que le ayudaron a persuadirse de que el fundamento del Opus Dei es la filiación divina, esto es, que partiendo de la realidad de que todos somos hijos de Dios ningún obstáculo, por difícil que pareciera, sería insuperable. Hay que tomar en cuenta que san Josemaría no tenía prácticamente recursos económicos, ni destacadas relaciones con personas encumbradas y que materialmente le pudieran ayudar en la expansión universal de la

Así que el lema que les inculcó a aquellos primeros universitarios y jóvenes profesionistas con los que tenía amistad, a los que les brindaba dirección espiritual y que pedían ser admitidos en el Opus Dei fue: “Dios y audacia”. Y, además, que había que funcionar “al paso de Dios”, es decir, con la celeridad suficiente para extenderse cuanto antes por otras ciudades de España, así como nuevos países y continentes.Obra. Se trataba de un sacerdote procedente del norte de España, de Barbastro, comunidad de Aragón, y había solicitado temporalmente a su obispo un permiso para realizar sus estudios de doctorado en Madrid, mientras efectuaba otras actividades pastorales en diversos sitios de la capital. Y, de pronto, el Señor le hace “ver” –es el verbo preciso que solía utilizar- todo “ese mar sin orillas” de labores apostólicas, sociales y asistenciales, pero fundamentadas en la búsqueda de la santidad en el propio trabajo ordinario y en los deberes familiares y sociales.

San Josemaría, Don Álvaro y Mons. Javier Echevarría en la iglesia de St. Dunstan, Canterbury (1958).

Treinta años después, en 1958, mientras san Josemaría caminaba por las calles de Londres estudiando la posibilidad de comenzar el Opus Dei en este país, al contemplar aquellas prestigiosas empresas multimillonarias con gran solvencia económica y la agitada vida de cientos de ejecutivos de buena posición de la City, pensó que la labor de la Obra no se podría hacer realidad –al menos a corto plazo- en Inglaterra. Pero de pronto escuchó una clarísima voz de Dios que le hablaba a su corazón de forma inequívoca: “En efecto, tú solo no puedes, pero Yo sí”. Y, a partir de ese momento, san Josemaría se dedicó, con la ayuda de sus hijos espirituales, apoyados en la oración, a conseguir un terreno para la construcción e instalación de la primera residencia universitaria. Y, a lo largo de las décadas, se comprobó que esta moción divina era realidad porque han surgido muchas vocaciones de mujeres y de hombres que han impulsado las labores apostólicas en la Gran Bretaña y otros muchos países.

Cuando falleció ese santo, un gran amigo suyo, el cardenal de Guatemala, Monseñor Mario Casariego, publicó un artículo de prensa con este sugerente titular: “1928, un solo hombre; 1975: 60,000 miembros del Opus Dei”. Y concluía en su texto esta ilustre personalidad eclesiástica: “¿Hacen falta más pruebas para comprobar que, en efecto, estamos ante una institución de carácter sobrenatural? Y que su imponente desarrollo por los cinco continentes, en un tiempo relativamente corto, ¿acaso no nos muestra de manera clara esa especial ayuda divina?”

Raúl Espinoza