Clases en línea, sin internet

Ingenio. Creatividad. Paciencia, mucha paciencia. Las clases en línea han sido un reto para alumnos, padres y profesores. Implican trabajo y esfuerzo, porque hay días en los que parece imposible mantener los ojos fijos en la pantalla un segundo más. Y cuando no hay internet en casa, las cosas se complican.

Después de trabajar catorce años en una línea de autobuses, David decidió buscar un trabajo que le permitiera pasar más tiempo en casa. Querer sacar adelante a sus dos hijas lo llevó a aprender a cocinar y a lavar la ropa: con el tiempo, ha encontrado la receta para tener un ojo puesto en la tienda de electrodomésticos donde trabaja y otro pendiente de su hogar.

Con el inicio de la pandemia, David –siguiendo el ejemplo de tantos padres de familia en todo el mundo– puso en marcha su creatividad ante una pregunta apremiante: ¿cómo podría su hija Ixchel continuar estudiando si no contaban con internet en casa? La respuesta fue adecuándose a sus nuevas circunstancias, con ingenio y paciencia.

David forma parte de ese gran número de personas que han mantenido las ruedas de la sociedad andando: personal médico, repartidores, personal de limpieza, recolectores de basura… David e Ixchel salen de casa temprano por la mañana para hacer algunas entregas: «Mi hija prepara sus cosas y nos vamos a entregar el pedido. Después, pasamos a un Café Internet; ella trabaja y, si me vuelven a hablar, nos volvemos a ir para hacer otras entregas».

Ixchel estudia en el Colegio Montefalco, una institución educativa en el estado de Morelos cuya asesoría espiritual está confiada a la prelatura del Opus Dei. «Conocimos Montefalco por medio de mi hermana y de mi sobrina, que estudiaron ahí», recuerda David. «Yo quise que mis hijas estuvieran ahí por la educación y los principios que reciben. Hay muchos temas que para mí son complicados para tratar con Ixchel, y en la escuela me están ayudando. También he asistido a clases para padres, y todos los temas que se tocan ahí son realmente la verdad. Cuando uno está en la plática, en la clase, se va uno imaginando todo lo que va pasando en casa y me sirve bastante».

Un día, la directora habló con David: habían recibido varias computadoras como donativo y querían ofrecer una a Ixchel para que pudiera trabajar mejor. David agradeció el ofrecimiento: «Le respondí: Sí, maestra, está muy bien. Pero lo que yo no tengo es internet. Entonces, si yo le tomo la palabra de que me presten la computadora, no me va a servir porque yo no tengo internet en casa. Mejor, quien si tenga internet y no tenga la computadora, la puede aprovechar. Nosotros ya nos acoplamos a trabajar así: a ir al internet y regresar. Entonces, ya todo está bien».

Alegría cuando se tiene lo necesario y alegría también cuando no se tiene. Valentía para saber qué es lo que de verdad importa. Este año, con su terreno irregular, sus retos en línea y sus aplausos por las calles también trajo una sorpresa para Ixchel y a su padre durante el segundo semestre: un familiar les regaló una tablet y finalmente lograron contratar internet en casa. Una dificultad menos. Una cosa más que agradecer. Un nuevo reto conquistado como familia. En esto, David ya tiene experiencia: «Antes, yo no sabía hacer de comer. He ido aprendiendo. Es un gusto hacer de comer a mis hijas. Cuando salgo de casa, me voy contento, pues ya les dejo todo listo». Cosas pequeñas que hablan de grandeza.

Ingenio. Creatividad. Paciencia. David ha descubierto el secreto para mirar con optimismo las dificultades: «Mis hijas son mi motor para que siga yo adelante. No es fácil seguir adelante cuando se complica mucho la vida, pero ellas son todo para mí, y he aprendido que este camino que he recorrido ha sido para estar más cerca de ellas».