¿Acaso no estoy yo aquí?

En el marco de la misa celebrada en la Basílica de Guadalupe, Francisco ofreció una homilía en la que destacó la maternidad de María y en la que invitó a todos a ser constructores de nuevos santuarios, acompañantes de muchas vidas y consoladores de lágrimas.

Después de la ceremonia de bienvenida en Palacio Nacional y de la reunión con los obispos de México en la Catedral, el Papa Francisco celebró la Eucaristía en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. En la misa, a la que acudieron cientos de personas, el Pontífice resaltó la entrega de María a Dios y a los demás.

“María, la mujer del sí, también quiso visitar los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio san Juan Diego. Así como se movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua para servir a esta gran Nación. Así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten que “no valían nada’”.

El Papa afirmó que Dios despertó la esperanza de “los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras” en el amanecer de aquel diciembre de 1531.

“En ese amanecer-dijo-, Juanito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada ­–con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre- le dice: no, que él sería su embajador”.

Francisco afirmó que en ese otro santuario, el de la vida, las comunidades y culturas, nadie puede quedar fuera. “Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la ‘altura de las circunstancias’ o no ‘aportar el capital necesario’ para la construcción de las mismas”.

“Al venir a este Santuario-agregó- nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Made desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas y decirle: ‘¿Qué puedo aportar si no soy un letrado?”. Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación. Por eso nos puede hacer bien un poco de silencio, y mirarla a ella, mirarla mucho y calmamente (…)”.

Al final de su homilía, Francisco recordó las palabras que la Virgen dirigió al indio Juan Diego -¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?” y afrimó que las lágrimas de los sufrientes siempre encuentran un lugar en el manto de María, y que en ella Dios se hace compañero de camino.

“Hoy nuevamente nos vuelve a enviar, hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágirmas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, embajadora, levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo”.

Al finalizar la misa, el Papa permaneció unos momentos a solas con la imagen de la Virgen de Guadalupe.