¿A qué vino el Papa?

En este artículo publicado en Reforma, Mons. Francisco Ugarte, vicario del Opus Dei en México, analiza la manera en que el Papa concretó el objetivo que se había planteado desde que anunció su visita a nuestro país: confirmar en la fe a los miembros de la Iglesia.

Cada uno de los mexicanos teníamos distintas expectativas sobre lo que el Papa diría o haría durante su estancia en México. Los resultados habrán sido igualmente variados. En cambio, cabe preguntarse a qué vino el papa, cuál fue el objetivo que él pretendía con su visita y si lo cumplió.

Si él es la cabeza de una iglesia que tiene como misión llevar a sus fieles al encuentro con Cristo, resulta lógico que uno de sus principales objetivos fuera espiritual: confirmar en la fe a los miembros de la Iglesia católica. No en una fe teórica o abstracta, sino encarnada en las personas y conectada con las realidades del mundo que, al hacerse vida, favorece los demás cometidos -combate a la pobreza y a la corrupción; fomento de la solidaridad, de la promoción humana y la justicia social...-, que también forman parte de la misión. ¿Cómo concretó el papa ese objetivo espiritual? Como es habitual en él, con gestos y con palabras, invitando a los creyentes a rezar, a hacer oración, que es el camino más directo para fortalecer la fe.

En el vuelo de venida dijo a los periodistas: "mi deseo más profundo es detenerme ante la Virgen de Guadalupe", idea que había expresado antes y a la que aludió después. Al terminar la misa en la Villa, estuvo casi media hora en silencio ante la imagen de la Guadalupana. ¿Qué hizo durante ese tiempo? Rezó, habló con la Virgen. ¿Qué le dijo? En el viaje de regreso a Roma reveló a los periodistas algo de esa conversación: "pedí por el mundo, por la paz..., he pedido que la Iglesia crezca sana, pedí por el pueblo mexicano... Y después, las cosas que un hijo le dice a la mamá, que son un poco secretas".

Probablemente la frase que más repitió durante esos días, en los múltiples encuentros con la gente, fue: "les pido que no se olviden de rezar por mí". Esa reiteración no deja de ser significativa. ¿Por qué lo pedía? Quien tiene fe sabe que, cuando se reza por una persona, Dios actúa en ella de una manera misteriosa pero eficaz, proporcionándole una fuerza que le permite ir más allá de sus propias capacidades. Al observar el ritmo de actividades que Francisco -a sus casi 80 años- realizó durante esos días, no resulta difícil pensar de dónde procedía esa energía.

Al inicio de la homilía que pronunció en Morelia, hizo una sugerente invitación, citando un dicho: "Dime cómo rezas y te diré cómo vives, dime cómo vives y te diré cómo rezas, porque mostrándome cómo rezas, aprenderé a descubrir el Dios que vives y, mostrándome cómo vives, aprenderé a creer en el Dios al que rezas". Estas palabras expresan que, para el creyente, la oración no está desconectada de la vida, sino plenamente integrada en ella, lo cual se opone a dos actitudes: rezar sin actuar; y actuar sin rezar. Es, por tanto, una llamada a la congruencia, a la unidad entre fe y vida.

Consciente de los problemas por los que nuestro país atraviesa, en esa misma homilía, el Papa se preguntaba: "¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad? ¿Qué tentación podemos tener frente a esta realidad que parece haberse convertido en un sistema inamovible?" Y contestaba: "Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Una resignación que nos paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino". ¿Cómo superar este obstáculo en la vida personal y social de nuestros días? ¿Cómo ser capaces de no caer en el desánimo y en la renuncia para seguir adelante? Francisco proporcionaba una respuesta de fe, que puede abrir al creyente a la esperanza, aunque humanamente pareciera imposible encontrar la salida: Padre nuestro, no nos dejes caer en la tentación..., no nos dejes caer en la tentación de la resignación. Esta respuesta se puede comprender y experimentar de forma muy particular desde la fe, que es un don de Dios, y que requiere una disposición de humildad para recibirla. Una humildad que Francisco reflejaba en sus actitudes, especialmente al inclinarse a abrazar a los más necesitados de afecto y comprensión.

¿Consiguió el papa lo que pretendía? No es posible ofrecer todavía una respuesta porque el impulso que vino a dar, para integrar la fe con la vida, no puede traducirse en las reacciones inmediatas y llenas de entusiasmo que todos percibimos, sino en la congruencia de expresar en las obras lo que se cree, lo cual apunta necesariamente al largo plazo. Si se le preguntara a Francisco qué habría que hacer para que el objetivo se cumpliera, probablemente recomendaría poner todos los medios humanamente posibles, apoyados siempre en la oración a Dios y a la Virgen de Guadalupe.

El autor es Doctor en Filosofía y Vicario del Opus Dei en México.

Mons. Francisco Ugarte

Reforma