Evangelio (Lc 7, 31-35)
Así pues, ¿con quién voy a comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a los niños sentados en la plaza y que se gritan unos a otros aquello que dice:
«Hemos tocado para vosotros la flauta y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado».
» Porque viene Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y decís: «Tiene un demonio». Viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: «Fijaos: un hombre comilón y bebedor, amigo de publicanos y de pecadores».
»Pero la sabiduría queda acreditada por todos sus hijos.
Comentario al Evangelio
Al contemplar la vida de sus contemporáneos, Jesús la compara a niños sentados en la plaza que han permanecido indiferentes a quienes han tratado de distraerlos: “Hemos tocado para vosotros la flauta y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado”.
A pesar de haber visto milagros, escuchado su palabra, e incluso haberse sentido atraídos por su figura, nada les ha movido. En el fondo permanecen en sus propias ideas, no son capaces de reconocer las llamadas de Dios a través de las personas y de los sucesos. “Viene Juan Bautista que no come pan ni bebe vino y decís que tiene un demonio. Viene el hijo del hombre que come y bebe y decís que es un comilón y un bebedor”.
Tantas veces Jesús nos podría decir lo mismo que a los de su generación: “hemos tocado la flauta y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado”.
Jesús pide que tengamos un corazón sensible y agradecido: “la sabiduría queda acreditada por todos sus hijos”. Un corazón que sea capaz de darse cuenta de todos los dones que nos da nuestro Padre Dios. Al tiempo, Jesús nos pide que mostremos al mundo con nuestra alegría, con nuestro agradecimiento, con nuestra sonrisa, la maravilla que representa creer en un Dios que nos quiere con locura y que tanto ha hecho por nosotros.
¿Qué podemos hacer para ser agradecidos? Una de las cosas que podemos hacer es recordar. A medida que van pasando los años nos vamos dando más cuenta de todas las personas que nos han ayudado en la vida. En primer lugar nuestros padres, amigos, sacerdotes, profesores y un largo etcétera.
También nos ayuda, comportarnos con Dios de la misma manera. Hacer memoria, recordar todas las cosas buenas que recibimos de Él. Hay un punto de Forja que resume muy bien esta actitud:
"¡Qué deuda la tuya con tu Padre-Dios! —Te ha dado el ser, la inteligencia, la voluntad...; te ha dado la gracia: el Espíritu Santo; Jesús, en la Hostia; la filiación divina; la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra; te ha dado la posibilidad de participar en la Santa Misa y te concede el perdón de tus pecados, ¡tantas veces su perdón!; te ha dado dones sin cuento, algunos extraordinarios...
—Dime, hijo: ¿cómo has correspondido?, ¿cómo correspondes?" (San Josemaría, Forja, n. 11)