Ver a Dios en lo ordinario y en "lo que venga"

José Ramón, artista, tuvo que superar unas cataratas y otras dificultades para seguir con su oficio: "Entiendo que he de mejorar la calidad de mi pintura por la entrega que vivo en el Opus Dei"

"Ahora tengo que poner la máxima calidad y dignidad en lo que hago porque pinto cara a Dios; antes sólo me preocupaba de satisfacer al cliente, ahora Dios va por delante. Cuando levanto la vista por encima del bastidor en mi taller y veo la estampa de la Virgen y la de San Josemaría le pido a Dios que no me deje hacer chapuzas, que me suba el listón para hacerlo lo mejor posible. Entiendo que he de mejorar la calidad de mi pintura por la entrega que vivo en el Opus Dei". 

José Ramón Iglesias Rivera (La Coruña, 1939), artista que lleva toda su vida entre pinceles, aprendió en la Obra que lo suyo es santificar tanto lo ordinario como "lo que venga encima". Para él, lo ordinario desde los 11 años han sido el arte, las horas en el taller dibujando y pintando, los encargos que llegaban con cuentagotas a veces, sudando también las apreturas para cumplir unos exigentes plazos, por ejemplo, en la preparación de una exposición, y los agobios económicos –“yo no sé lo que es un sueldo mensual”, dice- para sacar adelante a su mujer y a sus cinco hijos.

Un amor como una catapulta

Y al lado de esto, que es lo habitual de un artista, también aprendió, desde final de los años setenta en que pidió la admisión como Supernumerario, a santificar cosas no tan ordinarias que el Señor en determinado momento le quiso echar encima: salir indemne de una explosión de gas que reventó su casa; perder prácticamente la vista; ayudar a su mujer, enferma desde hace años; y desvivirse a distancia por el último hijo, que es muy valioso, pero "me ha salido bohemio".

Tras conocer el Opus Dei a través de un cliente que fue a encargarle el retrato a óleo de su padre, antiguo alcalde de la ciudad herculina, y de asistir a un curso de retiro, José Ramón vio claro que Dios le pedía más. “Comprendí –explica a su manera- que el amor enorme que tengo a mi mujer y a mi trabajo era compatible con el amor espiritual, el amor a Dios, y además notaba que ese amor a Dios era como una catapulta que me ayudaba para vencer en las dificultades y estrecheces con que me encontraba”. 

Un pintor casi ciego

Tantos años de trabajo continuado acabaron deteriorando su vista. Llegó un momento en que recurría a los gemelos utilizados en los teatros para seguir con detalle las funciones, binoculares que a él le servían para poder apreciar bien lo que pintaba.

“Por la época de menos visión recibí un encargo importante para la sede de la ONCE, no podía perderlo y tuve que crecerme. El trato con personas ciegas me sirvió para aprender a manejarme y seguir el ritmo de vida sin que se notasen mis carencias. Yo no podía distinguir el número del autobús y tenía que preguntar de forma ambigua:

–'¡Me parece que por fin viene el 22!', para que la persona que tenía al lado me lo aclarase afirmando o diciéndome. –'No, ése el 17'”.

En esas circunstancias José Ramón pensaba que el Señor le estaba probando. "¿Qué me está pidiendo el Señor?", se planteaba. Y sin cejar en su trabajo, dejaba que el Señor le sacase del apuro. Al final, un experto oculista le intervino hará tres años de las tremendas cataratas que padecía y José Ramón ha recuperado una visión tan nítida que dice que es la que tenía a los 11 años cuando ingresó en la Escuela de Artes y Oficios de La Coruña.