Una tarde en Porta Coeli

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Va llegando a su fin el mes de enero del año 1933. Esta tarde, don Josemaría camina por la calle García de Paredes y entra en el número 25, tras haber bordeado un enorme edificio de ladrillo con largas ventanas cubiertas de celosías. Es el asilo de Porta Coeli. Una fundación del Canónigo de la Catedral de Madrid, don Francisco de Asís Méndez y Casariego, que acoge a un número elevado de muchachos de toda edad. Su cuidado y enseñanzas corren a cargo de maestros de diverso oficio y de una comunidad de Religiosas Trinitarias de las que también es Fundador.

Don Josemaría acude allí con frecuencia para charlar con los chicos, incluidos en el apelativo de «golfos» -pilluelos, vagabundos-, para enseñarles cuestiones elementales de religión. Las Religiosas ponen a su disposición una sala de visitas, cerca de la entrada, y también la capilla, que se halla muy próxima.

Ha citado para esta tarde de invierno a un grupo de universitarios que ha prometido venir. A la hora señalada, solamente llegan tres. Son estudiantes de la Facultad de Medicina.

Cuando entran en la sala de visitas, don Josemaría coloca, presidiendo, un cuadro de la Virgen. Es una sencilla estampa montada sobre un fondo amplio y bordeada con un marco cuadrado de unos treinta centímetros. Después, lee el Evangelio y hace un comentario breve; luego, desarrolla un tema espiritual. Anima a estos chicos a hacer un examen profundo a la luz de Dios. Y les impulsa a una vida nueva.

Todo es muy directo, sencillo. Los tres universitarios están sobrecogidos por la seriedad y la convicción de las palabras que acaban de escuchar, por la fe que anima las intenciones de este sacerdote.

Más tarde, les lleva a la capilla. Se trata de una sala, cuya pared frontal se cubre por un tapiz con dosel, un cuadro de la Santísima Trinidad, un pequeño Crucifijo y unas imágenes populares del Corazón de Jesús y de la Virgen.

Don Josemaría expone el Santísimo, reza y les imparte la Bendición. Juan Jiménez Vargas dejará constancia de la impresión que les produce su modo de actuar: la piedad con que abre el sagrario, se arrodilla y toma la Custodia en sus manos. Algo que, por sí solo, es una admirable lección de fe y de amor.

Un día, cuarenta y dos. años más tarde, Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer contará a algunos de sus hijos en Venezuela y en Guatemala aquella reunión:

«Vinieron sólo tres. ¡Qué descalabro, ¿verdad?! ¡Pues, no! Me puse muy contento, y al terminar me fui al oratorio de las monjas, expuse a Nuestro Señor en la custodia, y di la bendición a aquellos tres. Me pareció que el Señor bendecía no a tres, ni a tres mil, ni a trescientos mil, ni a tres millones: bendecía a una muchedumbre de gente de todos los colores, que ya es una realidad»(6).

Y durante la misma catequesis, en Guatemala, volverá a describir el horizonte humano que veía detrás de aquella primera bendición:

«...y yo veía trescientos, trescientos mil, treinta millones, tres mil millones..., blancos, negros, amarillos, de todos los colores, de todas las combinaciones que el amor humano puede hacer. Y me he quedado corto, porque es una realidad a la vuelta de casi medio siglo. Me he quedado corto, porque el Señor ha sido mucho más generoso»(7) .

Algunos primeros de la Obra morirán jóvenes: don José María Somoano, Luis Gordon, María Ignacia García Escobar y Antonia Sierra. Pepe Isasa caerá en un frente de batalla. Otros van a ser dispersados por la guerra civil española. Pero los que permanezcan fieles, fraguarán su entrega durante estos años dificiles y enconados, para ser cimiento firme del futuro.

Con la proclamación de la República, son habituales el descrédito y la persecución religiosa. Una gran mayoría de clérigos y laicos se ven envueltos en el ambiente confuso y agresivo del momento nacional.

Los muchachos que frecuentan el trato de don Josemaría se sorprenden por haber encontrado un sacerdote que todavía es capaz de seguir cruzando la ciudad con sotana y manteo, que en su amplitud humana habla de la libertad de opción temporal de todos los católicos, que en su dirección espiritual evita tomar partido en cuestiones políticas opinables y les insiste constantemente en trabajo y estudio, que les habla de alegría como consecuencia de un enfoque sobrenatural de todo acontecimiento. Y también de la frecuencia de Sacramentos; de la Virgen, como una acogida universal, materna y amable, para todos los hombres. De profundo amor a la Iglesia y al Papa. Y, a la vez, es un hombre que se interesa por sus problemas personales y familiares, por sus amigos, por las nimias contrariedades y alegrías de la existencia diaria.