Un viaje accidentado

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Es muy breve la ausencia de miembros de la Obra en suelo romano. En los comienzos del año 1946, Salvador Canals vuelve a Italia a bordo de un barco mercante, el Plus Ultra. Y, avanzado el mes de febrero, son don Alvaro del Portillo -ya sacerdote- y José Orlandis los que ponen proa a Levante en un barco que cubre la ruta Barcelona-Génova: el J.J. Sister. Traen cartas comendaticias de sesenta Obispos españoles que acompañan la solicitud del Decretum laudis de la Santa Sede para el Opus Dei.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Pío XII no realizó ningún nombramiento cardenalicio. El Colegio -que entonces contaba con setenta miembros- se ha ido despoblando en el transcurso de los años, y en 1945 tiene treinta y dos vacantes. Su Santidad cubrirá todos los puestos. Esta creación de Cardenales romperá la tradición, vigente desde hace siglos, de que los italianos tengan mayoría absoluta. Pío XII nombrará veintiocho Cardenales extranjeros y sólo cuatro italianos. La universalidad de la Iglesia se manifiesta así de un modo más patente.

Don Alvaro del Portillo se propone llegar a Roma antes de que los recién nombrados Cardenales abandonen Italia. Hay entre ellos quienes conocen el espíritu del Opus Dei. Y quiere recoger algunas cartas comendaticias para unirlas a la documentación que solicita el Decretum laudis .

A las seis de la tarde del 26 de febrero, atraca en Génova el J.J. Sister. En el puerto está Salvador Canals aguardando, con un viejo coche alquilado, ya que las comunicaciones son casi impracticables por la destrucción bélica reciente. La urgencia empuja a don Alvaro del Portillo hacia Roma; y por eso, sin mediar descanso, se lanzan a una noche entera de carretera. Es muy tarde y existe un cierto riesgo, ya que por el paso del Bracco pululan bandas armadas de bandoleros -residuos de la última contienda- que asaltan a los viajeros no escoltados por unidades del ejército. Pero no hay tiempo de alcanzar algún convoy de protección. Y emprenden el viaje que ha de atravesar el Apenino ligur, cubierto de bosques.

Ningún contratiempo les saldrá al paso, a excepción de los procedentes del viejo Fiat 1500 en el que ruedan. Primero será el delco, luego el encendido, más de un pinchazo y, al fin, una lluvia persistente que les bloquea. Ya de madrugada consiguen llegar a Pisa. Y aquí, en una iglesia pequeña, don Alvaro del Portillo celebra la primera Misa de un sacerdote del Opus Dei en Italia. Son las doce de la noche -veinticuatro horas más tarde- cuando ¡al fin! el Fiat enfila las calles de Roma.

A pesar de este retraso, don Alvaro conseguirá cartas comendaticias de varios Cardenales: Ruffini, Arzobispo de Palermo; Caggiano, Obispo de Rosario (Argentina); Gouveia, Arzobispo de Lourenco Marques (Mozambique); Frings, Arzobispo de Colonia...

En Roma, Salvador Canals ha logrado, a través del Cónsul de España, Mario Ponce de León, alquilar un piso amueblado en buenas condiciones. La entrada se abre al Corso del Rinascimento, pero todos los balcones se asoman a la belleza de la Piazza Navona. Allí, frente a los grupos escultóricos de Bernini que representan la fecundidad y los grandes ríos del mundo, se instala el primer sagrario de la Obra en Roma. Un mueble pequeño, de madera oscura, sirve como mesa de altar. Dos candeleros bajos; el Crucifijo presidiendo. Cubre la pared frontal un tapiz que han comprado a un anticuario de Nápoles. En el ángulo superior izquierdo, una lámpara de brazos.

Esta casa les acogerá un breve tiempo: desde febrero a junio de 1946. Durante estos meses, don Alvaro celebrará diariamente la Santa Misa en este oratorio y rezarán, unidos a su ofertorio, por el reconocimiento jurídico que la Obra desea para desbordarse, con la bendición de la Iglesia, por todos los caminos del mundo.

Aquí, en este suelo fértil por la sangre y la palabra de los Apóstoles, por la presencia constante del Vicario de Cristo entre los hombres, ha de prender pronto la semilla de la Obra.

Pero la gestión no va a ser fácil. Plantear un nuevo camino a las Congregaciones de la Curia Romana será una empresa ardua. Desde el primer momento se presentarán obstáculos y dificultades que parecen conducir hasta un callejón sin salida.