Un santo para todos

Con motivo del centenario y la canonización de Josemaría Escrivá, la publicación religiosa ‘Católicos’ ofrece un reportaje sobre el sacerdote, a quien califica como ‘el santo de los trabajadores’.

Una panorámica de San Pedro.

Dentro de unos días será canonizado el beato Escrivá de Balaguer. Vaya por delante mi felicitación a mis muchos amigos del Opus Dei y también a la Iglesia entera, especialmente a la Iglesia en España, pues un santo es un don para todos y no sólo para su particular familia espiritual.

Mis mayores simpatías siempre han estado concentradas en la figura de San Francisco de Asís y de la Virgen María. Pero, precisamente porque me siento bien en una “capilla” de la Iglesia, me alegra que existan otras. ¿Cómo no admirar a San Juan Bosco, por ejemplo? ¿Cómo no sentirse orgulloso de pertenecer a una Iglesia en la que han vivido San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Vicente de Paul y tantos otros más, que no se inscriben en mi particular y querida familia espiritual?. Precisamente por eso, me ha molestado siempre el excesivo “chauvinismo” de algunos -que piensan que su fundador es el más santo, el más grande y, si me apuran, el único santo que de verdad merece la pena- y el desprecio con que otros miran a los demás, a los que no son de los suyos. Siendo un “hijo” de San Francisco, son también mis padres y maestros desde el beato Juan XXIII a San Juan Crisóstomo, desde San Juan de Ávila a Santa Rosa de Lima. Y ahora, y con mucho gusto, el ya próximo San Josemaría Escrivá de Balaguer. Tener otra actitud creo que, además de no ser católico, es muestra de poca inteligencia.

¿Qué aprender de San Josemaría? El ya inminente nuevo santo insistió en la importancia de alcanzar la santidad a través de la vida ordinaria. El otro día, el postulador de la causa, Flavio Capucci, decía de él que era “el santo de los trabajadores”. Y en otro artículo escrito por mí, en esta ocasión para ‘La Razón’, comparé esta característica con la típica cualidad mariana de hacer grandes todas las cosas a base de poner amor en ellas. Pues bien, bastaría esta nota espiritual para justificar la canonización -y desde luego no es la única-, porque en nuestra época necesitamos que nos recuerden que lo grande no está fuera, sino dentro. Vivimos en un mundo que idolatra a actores de cine que llevan siete matrimonios rotos, a famosillos que viven de vender exclusivas, a políticos que no tienen ni idea de lo que significa fidelidad a un programa, a ricachos que con frecuencia terminan en las cárceles. ¿Cómo no considerar providencial que alguien recuerde a esta sociedad que para ser de verdad grande -es decir, para ser santo- lo que importa es amar y que, para amar, es suficiente con mirar a Cristo y hacer las cosas por Él y como Él? ¿Qué otros también lo han dicho y lo han hecho? Cierto, pero también otros han vivido intensamente la caridad y no por eso dejo de alegrarme de que alguien como la Madre Teresa haya escrito una nueva y bellísima página de esa virtud. Por eso sólo me queda decir: ¡Felicidades San Josemaría! y pedirle que ruegue por mí.

Santiago Martín (Católicos)