Un santo muy cercano

"La búsqueda que comenzó aquí, en Logroño, con la contemplación de unas pisadas en la nieve, termina ahora en la gloria de los altares". Artículo de Mons. Ramón Búa en el periódico La Rioja.

Mons. Ramón Búa Otero

El anuncio de la canonización del beato Josemaría Escrivá es un motivo de gran alegría para los fieles cristianos de esta diócesis y de esta ciudad, tan ligadas a la biografía del nuevo santo.

El año 1915 la familia Escrivá, procedente de Barbastro -donde en 1902 había nacido Josemaría- se instala en Logroño. Forman la familia don José (el padre), doña Dolores (la madre), y los dos hijos, Carmen y Josemaría. En el momento de llegar a Logroño Josemaría es un joven estudiante de trece años. Aquí vivirá durante cinco años, hasta su traslado al Seminario de Zaragoza en 1920; pero seguirá viniendo en época de vacaciones durante los cinco años siguientes porque aquí sigue viviendo la familia Escrivá.

El padre, don José, fallece en Logroño el día 27 de noviembre de 1924, y unos meses después, en enero de 1925, doña Carmen y Carmen -con Santiago, el hijo menor, que ha nacido en Logroño- deciden trasladarse a vivir a Zaragoza para estar más cerca de Josemaría.

La señal: unas huellas

Aquellos años de Logroño son importantes para Josemaría porque en ellos recibe de Dios gracias y ayudas espirituales que le hacen entrever inequívocamente que Dios le quiere para algo, pero sin saber exactamente qué. Hay un episodio clave, que él recordará muchas veces a lo largo de su vida. Un día de fuerte helada, en pleno invierno de Logroño, allá por el año 1918, el Beato Josemaría -aún adolescente- vio las huellas de unos pies descalzos sobre la nieve. Estas huellas le removieron interiormente, hasta tal punto que se decidió a seguir generosamente a Dios con deseos de un amor grande, de entregarle su vida por completo.

Esos barruntos, como expresamente los llamaba él, le llevarán a una vida de oración y de sacrificio, y a una petición insistente a Dios de luz para conocer el camino que le conduzca al conocimiento preciso de la voluntad divina sobre su vida. Su oración preferida era la petición del ciego del Evangelio, Bartimeo, cuando percibe que Jesús pasa junto a él: ¡Señor, que vea! Y lo mismo en sus súplicas a la Virgen: ¡Señora, que sea!

Comienza entonces una búsqueda impetuosa de la voluntad de Dios sobre él, con el impulso de un alma enamorada. Las calles y plazas del casco antiguo, sus iglesias y capillas, son testigos mudos de esa oración, de ese vehemente deseo de Dios. Son frecuentes sus visitas a La Redonda, para rezar ante Jesús Sacramentado y ante la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles.

Sacerdote al servicio de Dios

Como una muestra palpable de su disponibilidad para lo que Dios le pida, decide ser sacerdote, aunque antes nunca había pensado en serlo. Ingresa en el Seminario diocesano de Logroño donde, en su antigua sede, inicia sus estudios eclesiásticos y la preparación para la vida sacerdotal, que concluiría en Zaragoza, donde recibió la Ordenación sacerdotal, en 1925.

Hoy nuestra alegría es grande, porque su canonización significa que aquella semilla de santidad que Dios sembró en el alma de Josemaría Escrivá, precisamente en Logroño, ha dado un fruto sabroso y abundante para Dios en servicio de la Iglesia. Aquella búsqueda que comenzó aquí, con la contemplación de aquellas pisadas en la nieve, termina en la gloria de los altares.

Fidelidad y fecundidad

Dios le fue llevando paso a paso con el fin de prepararle para la misión que le tenía reservada: hacer el Opus Dei para anunciar y difundir en la Iglesia la llamada universal a la santidad y al apostolado, realizando fielmente el trabajo cotidiano según el espíritu de Cristo. Juan Pablo II lo explicó con estas palabras: "Con sobrenatural intuición, el Beato Josemaría predicó incansablemente la llamada universal a la santidad y al apostolado. Cristo convoca a todos a santificarse en la realidad de la vida cotidiana; por eso, el trabajo es también medio de santificación personal y de apostolado cuando se vive en unión con Jesucristo, pues el Hijo de Dios, al encarnarse, se ha unido en cierto modo a toda la realidad del hombre".

Fruto de su correspondencia a la gracia divina, el mensaje y la obra que Dios le confió se han difundido por todo el mundo, como realidades estupendas de servicio a la Iglesia y a la sociedad. Para decirlo también con palabras de Juan Pablo II, "su fidelidad permitió al Espíritu Santo conducirlo a las cumbres de la unión personal con Dios, con la consecuencia de una fecundidad apostólica extraordinaria". En efecto, el Señor le concedió contemplar, ya durante su vida terrena, frutos alentadores de su apostolado, que Josemaría atribuía exclusivamente a la bondad divina.

No huir de la Tierra

Que su canonización sirva para recordar que a los cristianos se nos pide dar testimonio en nuestra vida corriente, sin huir de los compromisos terrenos, porque es allí, en nuestra tarea ordinaria, en nuestra vida diaria, donde debemos encontrar a Cristo, y desde donde debemos llevarlo a los demás, con nuestro ejemplo y nuestra palabra.

Como enseñaba el beato Josemaría "Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día". Yo quiero confiarle hoy expresamente al nuevo santo que conceda a esta ciudad y a esta Diócesis, tan queridas por él, abundantes frutos de santidad entre los seglares y una nueva y espléndida floración de vocaciones sacerdotales y para la vida consagrada.

Mons. Ramón Búa Otero, obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño // La Rioja