En los meses siguientes al fin de la Guerra Civil, el Opus Dei reanudó sus incipientes actividades en Valencia. Escrivá predicó ejercicios espirituales a un grupo de universitarios del 5 al 11 de junio de 1939 en el Colegio del Beato Juan de Ribera, situado en Burjasot a pocos kilómetros de la ciudad. La invitación para predicar los ejercicios vino de su buen amigo don Antonio Rodilla, rector del colegio.
Mientras paseaba por los terrenos del colegio, antes de empezar, los estudiantes se fijaron en un cartelón pintado a mano, abandonado por el ejército republicano, que había ocupado el edificio durante la Guerra Civil. En el cartelón se leía el verso atribuido a Antonio Machado: “Cada caminante siga su camino”. Uno de los asistentes se disponía a romperlo, pero Escrivá le paró, diciéndole que ese lema era un buen consejo. Durante esos días, utilizó repetidamente aquella frase para subrayar la importancia de la libertad en el servicio de Dios.
Este énfasis en la libertad contrastaba radicalmente con la tendencia mayoritaria de la España de posguerra. Uno de los jóvenes, que pidió la admisión en el Opus Dei poco después de la guerra recordaba “aquellos tiempos, en los que no se hablaba especialmente sobre este tema. Se estimaban otros valores como el servicio y el sacrificio por la Patria, la abnegación en los sufrimientos, la heroicidad hasta poner en peligro la propia vida en defensa de ideales nobles” [1] .
Lógicamente, Escrivá deseaba vocaciones para el Opus Dei, pero no habló de esto en las meditaciones que predicaba. Durante el retiro, sí charló en privado sobre este tema con varios jóvenes. Al final de esos días de retiro, Amadeo de Fuenmayor, estudiante de Derecho, vio claro que Dios le pedía que le entregara su vida en el Opus Dei. Pocas semanas después, otro de los asistentes, José Manuel Casas Torres, que simultaneaba los estudios de Derecho y Geografía, también pidió la admisión en el Opus Dei.
Escrivá deseaba encontrar gente que pudiera entender y vivir el espíritu del Opus Dei, pero, como director de almas, nunca coaccionaba a nadie, siempre llevaba a cada persona por el camino que Dios tenía previsto. Por ejemplo, a uno de los jóvenes que asistieron a aquellos ejercicios espirituales, aunque le explicó el Opus Dei, le insistió en que se dedicara al apostolado de la Acción Católica. Poco después aquel estudiante, tras consultar a un sacerdote, que era de su misma opinión, decidió renunciar a sus actividades en Acción Católica. Pero cuando consultó de nuevo a Escrivá, éste le aconsejó que siguiera sirviendo a la Iglesia en Acción Católica, según el plan de Dios.
El deseo de Escrivá de ayudar a cada uno a seguir la llamada personal de Dios le llevó a predicar numerosos ejercicios espirituales a sacerdotes diocesanos y religiosos. Nada más concluir el retiro de Burjasot para estudiantes universitarios, empezó otro para sacerdotes de la diócesis de Valencia, que había perdido la cuarta parte de su presbiterio durante la Guerra Civil. La mayoría de los supervivientes había pasado escondida durante los tres últimos años. El arzobispo de Valencia conoció a Escrivá en Burgos; ahora, para rejuvenecer las estructuras de la diócesis, destruidas por la guerra, le pedía que predicara unos ejercicios para párrocos recién nombrados. El retiro de Valencia fue el primero de los muchos que Escrivá predicó al clero diocesano de toda España y a numerosas comunidades religiosas.
[1] José María Casciaro. VALE LA PENA. TRES AÑOS CERCA DEL FUNDADOR DEL OPUS DEI: 1939-1942. Ediciones Rialp. Madrid 1998. p. 98-99